La hija del carbonero

Pareciera que en la virtualidad de este espacio se conjugan tiempos e instantes procedentes de diversas latitudes. Hace un par de días llegó a mis manos desde Buenos Aires este cuento, de la psicoanalista Mónica Arzani, para ser publicado aqui. En el instante preciso en que mis preguntas se dirigían hacia el asunto de la temporalidad y el recuerdo, aparece, cual acontecimiento festivo, este texto que pone en acto y en letra, aquello que nos viene inquietando.


La hija de Carbonero

Por: Mónica Arzani

¿ O acaso hay algo más desesperado que el surco de una antigua felicidad, de haber tenido algo y haberlo perdido?
Yo que soy toda ojos, veo este sueño como una sombra que une el recuerdo y el olvido. Y aparece entonces la pregunta como un gesto leve y muy antiguo. Una pregunta sin destinatario, porque tendría que volver a cruzar esa línea fugaz que nos separó por años. Entrar en ese pasaje vacío, tan imposible como sus labios que ahora duermen. ¿ Qué puedo encontrar después de haber encontrado? Quizás mi memoria infiel genere alguna chispa breve que alumbre la precariedad de su imagen, su dolorida ternura, su cuerpo encarnado en el vestido rojo, la espesura de su pelo intensamente oscuro, capaz de conducir en una sola hebra la voluptuosidad y ebullición de la más perturbadora ceremonia. Es un alivio poder evocarla sin testigos porque así todas mis precisiones terminarán siendo ciertas a fuerza de creerlas.
Se la nombraba como la hija del carbonero y se la veía recorrer el río en las lanchas pescadoras con las rodillas y la cara tiznadas y los ojos falsamente ingenuos. Nunca pude mostrarla como a mis otras amigas.
Mi familia la veía con una mirada acusadora , sumergida en la duda. Duda que se reeditaba cada tarde en el llanto de su madre frente a las amarronadas aguas del río, penando , preguntándose por el paradero de su hija. O los improperios del carbonero que la maldecía mientras escondía las botellas de vino vacías entre los yuyos. Tísica de mierda, era la mejor definición que encontraba para su hija. Pero yo nunca me había inquietado con sus desapariciones, sabía que volvería por el patio de atrás y se refugiaría en la carbonería, hasta que su padre se durmiera por los efectos del alcohol y su madre se sentara a escuchar la novela de la tarde. Después como si nada pasara entraría a la cocina, sabiendo que no sería interpelada, que para ese entonces el fragor de la batalla se había desvanecido.
A pesar de todo esto y de mi propio pesar, fui la cómplice de su triste olor a barro mezclado con plantas húmedas y pescado y de su pelo enredado con las algas del río.
Ella me esperaba pasando los árboles, a la hora de la siesta. Entonces nos sentábamos en la ribera y yo le masajeaba y peinaba los cabellos, con cuidado, con celo, con caricias, mientras ella se sumergía en una calma estática, como la de un estanque se agua llovida. Y ya no había de que preocuparse, no se precisaba acudir a nada, a ella no le interesaban su madre aterrorizada ni su padre anónimo. A mí tampoco me signaban las categóricas palabras de mi abuela: Desde el primer día que la vi, supe que esa chica tenía un vicio. Nada, sólo nosotras en ese oxígeno único, en esa visión tan portentosa que da el desasimiento de lo mundano.
Todo se trastocó una tarde en la que ella llegó tan descalza como siempre, con la trenza atada con empeño sobre la nuca y su olor a pasto recién cortado. A veces los hechos, las conmociones, suceden a pesar de uno, ha de ser por eso que saqué una tijera escondida en mi vestido y con un estremecimiento profundo, le ordené: Cortala.
La trenza cayó a mis pies blandamente. Ella lloró contra el suelo, mordiendo las piedras, lloró con lágrimas perdidas, no compartidas con nadie.
En el ocaso de ese día abandoné el pueblo con mi secreto oculto en una valija.. Me instalé en la ciudad y nunca volví a verla.
Su rostro se fue alejando poco a poco de mi miedo. Sus cabellos en cambio permanecieron siempre conmigo, como su ofrenda más recóndita. Para gozar de su tersura confeccioné con ellos un tocado que me sujetó a su memoria como una urdimbre de rosas eclipsando su recuerdo. Guardé la reproducción celosamente, para que nadie turbara su eternidad.

Nunca la usé.

Alix

Comments

  1. Es bueno, sí, con todos los ecos y símbolos de cabellos y trenzas cortadas. Me ha gustado. Y, buscando otra cosa, encuentro ésta de Henri Michaux:
    «Pongamos hacia atrás. Todo vuelve a pasar a una velocidad muy, muy, muy rápida (demasiado rápida para que sean conscientes de ello), y sólo en el momento de producirse una sorpresa, cuando se presenta en la serie que hacían desfilar alguna cosa que desentona, que clama por una súbita desaprobación, o vergüenza, o lamentación o corrección, sólo entonces hay sobresalto y conciencia en la recapitulación.»
    Un beso, Ani.

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  2. Querida Bel, me encanta el trayecto que trazas, en el que el sobresalto…. el traspiés, el tartamudeo (diría Deleuze) es el punto a partir del cual tejer el tiempo…
    Y, me pongo musical gracias a esa alusión a desentonar… un poquito de bossa aparece intempestivamente, un elogio a desafinar: «…Que no peito dos desafinados, Também bate um coraçao»
    Besos

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  3. interesantes textos los de tu blog, saludos…

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