EMANCIPACIÓN Y REDENCIÓN. Más allá del Estado. Conclusiones.

 Por Martín Uranga

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A lo largo del trabajo intentamos, valiéndonos principalmente del “nuevo pensamiento” de Rosenzweig, cuestionar las bases mismas del idealismo filosófico a través de las relaciones establecidas entre Dios, el Hombre y el Mundo. La alteridad descubierta por Freud en la era científica sitúa una ética de la diferencia que consideramos legataria del discurso monoteísta. Si la primera cuestiona el goce de la neurosis a través de la puesta en acto del orden simbólico, el segundo introduce la hegemonía de la palabra en detrimento de las consistencias de los fetiches paganos. De esta manera, el deseo y el amor, respectivamente, son los articuladores que habilitan la apertura del desgarro existencial, de la singularidad en un caso, y de la comunidad en el otro. La sexualidad y la muerte son los testimonios infinitos de esa desgarradura que las filosofías idealistas de diversa índole se han empeñado en obturar.

Si podemos entender ambas dimensiones como el anverso y reverso de la infinitud que padece el hombre como consecuencia de su falta de unidad originaria, resta por evaluar la dimensión político- social, efecto secular que tiene lugar en la comunidad, según vimos en la Introducción de este escrito, como derivación de la lógica misma del significante. Así, emprendimos el análisis de la alteridad en términos históricos: el Estado. “Mímesis de eternidad”, en términos de Rosenzweig, dijimos que el Estado es la negación misma de la legalidad simbólica. Si, como nos recuerda Bensussan citando a Rosenzweig, “el Estado, ni siquiera por un instante, puede “dejar la espada””, es porque “la guerra es la “única realidad efectiva que conoce.”” Tal es el costo por sostener implacablemente la negación de la Ley. Por lo tanto, en el caso del Estado se trata de una alteridad viciada, debido a que a través de su arma más consustancial, la política (ver mi artículo “Política y Emancipación”), promueve la lógica de una totalidad alienante, “mímesis de eternidad”, que se alza opresivamente sobre la sociedad en su conjunto. Lejos de articular una ética que promueva la comunión en torno al reconocimiento simbólico del desamparo existencial, se erige idealmente como una entidad necesaria y eterna, paternalista y masificante.

Habitualmente tiende a pensarse que el Estado se constituye sobre la base de la omnipotencia divina. Pienso que esto es válido si es que pensamos la divinidad en términos paganos. La revolución monoteísta, lejos de ser modelo de las conformaciones estatales, se ha visto afectada por el Estado, introduciendo el paganismo en el seno de la religiosidad. El Estado es pagano en esencia, y, en el devenir histórico, ha contribuido a la paganización misma de los diversos articulados monoteístas, que, transformados en religión doctrinaria, han actuado como sostenes de la opresión misma. Si el Estado es negativo en esencia, las religiones en cuestión lo son en su cobertura. El Estado es una esencia alienante que desprende ecos desfigurados de la Ley. La religión es el corpus poético de la Ley que padece de la alienación estatalista. El Estado es histórico. La religión está articulada por la transhistoricidad. De esta manera, entiendo que a través de la Emancipación, que no está garantizada por ninguna ley histórica sino que podrá ser en tanto y en cuanto la humanidad se disponga a ello, así como el Estado estaría condenado a su desaparición, las religiones estarían destinadas a reconvertirse para liberar su impulso redentor.

La religión, praxis que articula la dimensión religioso-comunitaria, evoca a nivel de la comunidad los traumas existenciales inscriptos por el lenguaje. Si bien el lenguaje nos aliena en su lógica, no sólo nos habilita al atravesamiento de sus propios fantasmas, sino que a su vez nos emancipa de la tiranía de la naturaleza y el instinto. El no reconocimiento de esta dimensión esencial, degrada el lenguaje al estatuto de función psíquica. Le quita su “aguijón” hiriente. De este modo, se alza prepotentemente una concepción monista del hombre. El ser humano, así idolatrado, se transforma en una suerte de “agente estatal” de su propio discurso.

De acuerdo a lo trabajado, pudimos advertir que este común denominador de rechazo al reconocimiento de Dios, el Hombre y el Mundo, afecta de un obturante idealismo a los desarrollos teóricos y prácticos de las distintas corrientes emancipatorias. Así fue como buscamos resituar al Estado como producto histórico cuya esencia más íntima remite a una lógica sintomática sostenida por la negación de la Ley. Intentamos desarticular su idealización, tanto en el sentido marxista que lo ubica como herramienta indispensable para la Emancipación, como en las versiones anarquistas que lo instituyen como fetiche negativo. Así, Rosenzweig y Walter Benjamin, a través de sus concepciones críticas del idealismo filosófico, sólidamente sostenidas desde su ética judía, nos ayudaron a pensar la Emancipación como dimensión histórica sustentada en la Redención pero no reducible a la misma. De este modo, podemos especular: si el Estado, inherente a la dimensión histórica, se constituye como negación de la legalidad simbólica (transhistórica), su desarticulación, conllevará necesariamente la puesta en acto de la Ley, la cual, en la aspiración asintótica de su plena realización, generará, a través del proceso emancipatorio, con él, y en él, nuevos modos de concreción del malestar, no basados ya en la alienación estatal.

Siguiendo en el terreno especulativo, podríamos pensar que una reconversión análoga a la realizada en torno a las religiones y al registro social, debería acontecer en la dimensión singular-desiderativa. El psicoanálsis, práctica tendiente a sostener la denuncia del impacto singular del trauma sexual, no podría permanecer ajeno al proceso emancipatorio. El Inconciente se instituye en la era científica, a tono con un mundo burgués que le sirve de plataforma de proyección del trauma, a través de sus conformaciones familiares prototípicas. No es posible pensar que la desarticulación de la concepción estatalista de la vida, efectivizada en la trama social, no afectará sus modos de articulación y de abordaje. El cambio de perspectiva entre lo público y lo privado, la caída del horizonte del derecho positivo, el trastocamiento de las coordenadas eróticas a partir del advenimiento de una sociedad no clasista, así como las transformaciones sociales de imposible predicción, harán que la práctica singular de “aquello que no anda” cobre destinos inimaginables. El reconocimiento de la diferencia sexual, dimensión de infinitud inaprehensible signada por el inacabamiento de la inscripción del binarismo masculino-femenino, siendo el núcleo duro del trauma del sujeto del inconciente, deberá encontrar un renovado reposicionamiento en el contexto de una sociedad emancipada que promueva el cuestionamiento de las lógicas fetichistas. Son justamente estas lógicas paganas renegadoras de la sexualidad en falta, y, por ende, del deseo, las que hoy en día, en nuestra posmodernidad, ponen en jaque esta dimensión esencial y fundante de la ética de la diferencia, promoviendo seres andróginos destinados a someterse al anonimato causado por la carencia de una nominación simbólica de su condición sexuada. La multitud de semblantes imaginarios que surgen como forma de retorno del cuestionamiento del par opositivo masculino-femenino, recrean la multiplicidad de identidades alienantes de diversa índole que pululan en el seno de nuestra sociedad actual. Intentando suturar falazmente la desorientación generalizada producida por el cuestionamiento radical de la legalidad simbólica, las identidades sectarias, parasitarias, y omnipotentes, se erigen y desmoronan con un vértigo directamente proporcional a su inconsistencia simbólica.

Si en la Introducción sostuvimos que el más allá del Estado supone la emancipación de la política, es porque entiendo que la praxis política es el brazo ejecutor de la alienación estatalista, constituye su baluarte estructural más íntimo (ver al respecto mi “Política y emancipación”) . Desde una visión idealista, ambas se presentan como eternas y perennes, pareciendo inconcebible que la especie pudiera organizarse sobre la base de otros supuestos, los cuales, por supuesto, de acuerdo con nuestro abordaje ético y filosófico, no excluirían el malestar en caso de materializarse.

La humanidad busca incesantemente su Emancipación y su Redención. No sin contradicciones. No sin contrariedades. Dios, el Hombre y el Mundo interactúan incesantemente en sus diversas dimensiones. Reconocernos en ellas, deseando y amando, es decir, en otras palabras, tramitando el dolor de existir, podrá relanzarnos a un futuro siempre renovado, advirtiendo que la Emancipación del Estado y de la política es posible, que nada es para siempre, sólo las infinitas inflexiones de una Ley que, revelándose incesantemente, no cesa de arrojarnos a la búsqueda de una consumación redentora infinitamente actualizada y postergada.

Comments

  1. Juan Bustamante says:

    El rechazo de los Estados a Dios es necesario, en virtud de un positivismo jurídico que asegure las distintas formas de pensamiento. El rechazo al hombre, no lo marca su lado jurídico ni social, sino su costado económico. La pertenencia a pueblos y naciones ha existido y siempre existirá. La alienación sólo se da en la desesperación del hombre por el dinero, ahí ya es otro. En Derecho Internacional Público existe lo que es la Libre Determinación de los Pueblos que no excluye a sus anarquistas. Dios es una palabra que no tiene sentido hoy. SXXI. Cambio Climático.

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    • uranga07 says:

      Estimado Juan: entiendo que los «costados» a los que hacés mención nos son escindibles. Más allá de las particularidades y pertinencias conforman dialécticamente entre sí la realidad del Estado. Coincido en que el rechazo de los estados a Dios es necesario (es de estructura, inherente), aunque no por los motivos que aducís. Entiendo que el motivo de tal rechazo es la incompatibilidad entra ambos.Parafraseando a Rosenzweig, «el Estado está imposibilitado para amar». Cabe aclarar que hablo de Dios entendido como la instancia disruptiva que quiebra la omnipotencia de la historia, la cual, esta última, tal como Benjamin la entiende, no aliena sólo en tanto tiene lugar en ella «la desesperación del hombre por el dinero». El dinero sólo es un exponente metafórico privilegiado del devenir de la cultura que no puede a su vez sino ser testimonio de la barbarie (Benjamin).
      Respecto al Derecho Internacional Público, más que un instrumento para la Emancipación en los términos que la esbozo en el escrito, supone uno de los tantos brazos jurídicos que conforman la realidad alienante del Estado, que, como suele suceder, se apropia de semblantes discursivos éticos y atractivos para seguir perpetuando los vicios de su propia lógica.
      Por último, Dios no puede reducirse a una palabra. No es que Dios sea una palabra que hoy no tiene sentido. Es, más bien, la instancia del sin-sentido mismo, propiciador de todos los sentidos posibles que puedan advenir, en los cuales habitarán los «destellos mesiánicos» si somos capaces de no fetichizarlos (en este sentido Dios como instancia del sin sentido radical supone la posibilidad de la puesta en marcha, siempre inacabada, de la Redención). Dios y el cambio climático pertenecen a registros diversos. El calentamiento climático hace a la coyuntura histórica, Dios a la eternidad que no deja a la historia agotarse en sí misma.

      Martín Uranga

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  2. Juan Bustamante says:

    El Derecho es la ciencia más antigua. No hay civilización libre o no sin Derecho. Ningún dios rompió decurso histórico alguno, lo reforzó. dios y el Estado son dos entes de la misma represión. se trata de ver quien reprime más. dios y el cambio climático son del mismo registro: el hombre. Dos errores que se comparten en el mismo saco . O dos errores más. Lexicográficamente tu discurso es bueno. Pero. Redención es una mala palabra para todos ahora. Debería proscribirse por un tiempo largo.

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    • Me causan tristeza tus anhelos proscriptivos. No sólo porque implican un acto de censura a mi trabajo, titulado «Emancipación y Redención», sino por estar en estricta sintonía con un orden social «científico», «racional» y neofascista que no cesa de producir barbarie. Más no desesperes en tu afán de proscripción. La Redención está proscripta, si bien, inevitablemente, no cesando de retornar y estando insoportablemente viva.

      «Los carceleros de la humanidad no me atraparán dos veces con la misma red» Charly García.
      «Sin utopía, la vida sería un ensayo para la muerte» Joan Manuel Serrat.

      Martín Uranga

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  3. Juan Bustamante says:

    Para cerrar. La Redención me suena a Jesús, a cristianismo, a debilidad y opio, más aún con mayúscula. En ese sentido debería proscribirse. Gracias, buen debate.

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