Unos tragos y un Himno: Mi adiós a Samuel Beckett

Por John Montague

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Estoy en París y aunque alojado en Montparnasse, el escenario de la mayoría de nuestros encuentros y fiestas nocturnas, me siento renuente a llamar a Beckett. Su última nota decía que estaba “en una casa de vejestorios” pero que esperaba estar “dando una vuelta por el boulevard de nuevo por mis propios medios y apto para la compañía otra vez.”

Se sabe que está enfermo, muriendo incluso, y soy reacio a decir adiós a un viejo amigo, un amigo permanente durante un cuarto de siglo. Además tengo una pierna quebrada y apenas puedo moverme yo mismo. Pero también tengo una misión que cumplir: ponerlo en la lista del Gran libro de Irlanda.

Llega un mensaje de que quiere verme, por tanto cojeando me balanceo a la fila del taxi al lado del Dôme donde tan menudo nos hemos sentado bebiendo y conversando. Luego bajo por Raspail, otra de nuestras rutas, hasta al león de Denfert Rochereau. Por la noche se iría calle abajo por el Boulevard St. Jacques, mientras yo daba vuelta en la Rue Daguerre, con «Dios nos bendiga» como su último, extraño saludo, una expresión irlandesa familiar que se me hizo extraña por su reputación universal de ateo.

La clínica está en una calle lateral del Boulevard Leclerc hacia donde el general francés condujo a sus tropas liberadoras. Unos pocos pacientes descansaban en el patio bajo los árboles invernales, un entorno recluido y tranquilo. Encuentro la puerta del “Señor Beckett” sin dificultad, toco y entro. Está sentado en una habitación casi desnuda, en uno de los dos pequeños escritorios, con una austera cama de hierro detrás. Se levanta para abrazarme, me besa, para mi sorpresa, en ambas mejillas, por lo general no es tan efusivo. “Ah John, lo lograste”.

Por un momento los ojos están húmedos, casi provocativos, brillantes a medida que se van enfocando, casi sonrientes.

“Es muy bueno que vinieras. Y estás mal también. ¿Cómo va la pierna?”

Y mientras yo balbuceaba algunos detalles insignificantes y de disculpa, se puso a caminar arrastrando los pies. Comparado con el familiar y anguloso atletismo incluso de cuando estaba en sus 70, ahora está lento, reducida considerablemente la marcha al paso arrastrado de uno de sus personajes. Pero está tratando de encontrar una silla para que me siente a su lado, y ahí estamos, cara a cara, como muchas veces antes. ¿Y cómo estás? Pregunto.

“Estoy acabado”

Una frase que no había escuchado desde que mi tía Mary estaba agonizando, pero el “irlandismo” vino a él naturalmente y de nuevo los ojos se fijan en mí y estoy asombrado como siempre por su tamaño y su color, grandes como canicas de mármol azul. Pero ahora nublados, no vigilantes o provocativos. “Estoy acabado”, otra vez, con vehemencia. “Pero va a tomar un largo tiempo”

Hace una pausa y respira hondo. Hay una máquina para respirar en la esquina, como si fuera un carro pequeño. «Me senté al lado de mi padre cuando se estaba muriendo. “Lucha, lucha, lucha”, repetía. “Pero no me no queda ninguna pelea.»

Un gesto de resignación y, quizás, decepción. Percibiendo una apertura, me siento lo suficientemente valiente para hacer una pregunta directa, incluso sin el vaso ritual frente a mí: “Sam, y ahora que casi terminó puedo preguntar, ¿encontraste que hubo mucho en el viaje que valiera la pena?»

Los ojos azules se encienden por un momento “Bien poco”. Y por si no hubiera escuchado o comprendido repite con más fuerza “Bien poco”.

Pero luego lo acomete un pensamiento, y como si fuera a contradecir su propio natural y ahora justificado pesimismo, nos dirige hacia su segundo mejor escritorio, recogiendo una botella de whisky y vasos en el camino.

“Ahora estás aquí y hay un trabajo que hacer”. Se instala en el asiento del segundo escritorio y, con sorprendente vigor, vacía un cilindro marcado «Poesía Irlandesa». Papel vegetal enrollado, una botella de tinta negra pequeña, una pluma larga y delgada y una carta. «Este hombre Dorgan, ¿está bien?» pregunta perentoriamente. Y mientras yo lucho por explicar las muchas virtudes de Theo Dorgan, un ex alumno y ahora un conocido poeta irlandés, Sam me interrumpe antes de terminar, señalando el papel de la nota oficial de Poesía de Irlanda la organización de artes de la que soy presidente: “Debe estar todo bien: tu nombre está en el Consejo Editorial. Leo con él por sobre su hombro; la carta describe el proyecto del “Gran Libro de Irlanda” un lujoso compendio de los poetas y artistas de Irlanda que Theo espera subsidiará la poesía irlandesa hasta el fin de los tiempos.

El rollo de papel no se queda quieto. Desconcertado, Beckett lucha con el pergamino, mientras yo sujeto la pequeña botella de tinta negra con la punta delgada para sumergir en ella. Finalmente, tengo que sostener el papel por las esquinas ya que se enrolla mientras él se esfuerza en escribir lo que podría ser su última línea: murió cuatro años atrás a final de diciembre. Hubiera cumplido 88 años el 13 de abril. Las líneas no son nuevas: ha elegido una cuarteta escrita después de la muerte de su padre –asistido tanto tiempo- y las implicancias sobre su propia muerte son bastante claras.

[redime los adioses sustitutos/el lienzo en la corriente en tu mano/quienes no tienen más para la tierra/y el cristal sin niebla sobre los ojos] (1)

El lienzo no estaba a la deriva sino a saltos y tirones, y sus manos están temblando. Dos veces tiene que remarcar el trazo de las líneas, pero aún sigue- con eso cercano a la ferocidad que asocio con él- hasta que las cuatro líneas están copiadas en el centro de una página. Me mira, miro hacia abajo para chequear y murmuro una aprobación adecuada. Enrolla el papel y con la debida ceremonia me lo da con el cartón. Luego, con un gesto concluyente, barre hacia la papelera todas las cosas; la botella de tinta, la pluma negra larga y los repuestos de páginas de papel vegetal.

El trabajo hecho, descansamos un rato, los vasos en la mano. Me muestra los libros que ha estado leyendo: viejos favoritos The Oxford Book of French Verse que probablemente estudió en el Trinity College con su amado Rudmose Brown que lo introdujo en la literatura francesa contemporánea. Y The penguin book of English Verse, con unos pocos volúmenes de sus libros y para mi vergüenza mis recientes ensayos. “The figure in the Cave” metido entre ellos.

“Estuve leyendo la Oda al Ruiseñor de Keats. Es muy hermosa”

Resulta que es un poema que detesto cordialmente, con su visión cockney repugnantemente zalamera de belleza, pero este no es el momento para un juego de lucha, aun estimulado por el Jameson. (2) Sus barreras están bajas y sus simpatías simples, ha vuelto a los descubrimientos agradables de la infancia. En cambio le digo que nunca le he escuchado utilizar la palabra «hermoso» excepto con respecto a Yeats. Él asiente. «Ah, sí, sí, hermoso, también”

No me deja servir, es él quien derrama el whisky en nuestros vasos. “Tengo tu nuevo libro. Vi que me mencionas. Y a Goldsmith. Ah, era un hombre agradable. Me gusta lo que dijiste sobre mí: la escritura está bien.” No me atrevo a preguntar más pero hago mención a algo que me preocupa, un rumor reciente. “¿Es cierto que estás dictando algo sobre ti?, ¿algo autobiográfico?”

Retrocedió alarmado. “Oh no, nada de eso, sólo las cartas. Aclarando algunas cosas. Sólo los detalles profesionales, nada personal.”

Pero la nota ha sido tocada y la hago sonar otra vez “ ¿Y dónde quieres estar cuando te vayas?

“Ah, al lado, en Montparnasse. Con mi esposa. Nos conocemos desde hace 50 años. Jugamos tenis juntos cuando nos conocimos y después que fui apuñalado por el clochard en la calle ella volvió. Ah sí, con mi esposa. Hemos sido amigos por 50 años”

“Amigos” llama la atención. No dijo: “Nos amamos por 50 años”, o algo así. ¿Tal vez es una traducción del francés de la palabra multiuso ami? Vierte más whisky. En nuestros encuentros anteriores habíamos hablado de la muerte de un viejo amigo A.J. Leventhal después de una larga y placentera vida amorosa. Cuando le mencioné lo mucho que era amado por las damas, Beckett había dicho con admiración: “Ciertamente él tenía un montón”, como si hablara de un establo de caballos. Me quedó hasta el día de hoy.

“¿Quién se ocupará de las cosas, las otras cosas?”

“Mi sobrino Edward: es muy bueno. Actualmente está en el departamento. Va a hacer todo lo que haya que hacer. ¿Quieres otro trago?” No queda nada de bebida. Me levanto para ayudar pero me detiene y camina otra vez arrastrando un poco los pies por la habitación: un caracol que se acelera. Vuelve con una botella de whisky Bushmill, claramente el regalo de un benefactor desconocido. Y sí que es benefactor, porque por una vez me siento completamente relajado con Sam, borracho y glorioso, como si algo hubiera sido completado. Comentamos el programa de escritor visitante que yo estaba terminando y me hizo un encargo para Jack Lang, el Ministro de Cultura a quien sentía que le debía un favor hecho a su sobrina Caroline. Beckett, el hombre de familia. Como siempre él me impresiona por su meticulosidad protestante.

Y luego, para mi asombro, intenta con un pentagrama de un viejo himno protestante:” ¿Conoces éste?” Trato de unirme en buena camaradería católica pero mi poca familiaridad no ayuda. No es “Rock of Ages” o “Lead, Kindly Light” del Cardenal Newman tan incongruentemente cantado por la protestante Miss Fitt en la pieza para radio de Beckett “All That Fall”, sino las sombrías líneas de Baring-Gould (3) amado también por Auden. Cuando las palabras cesaron de repente nos reímos abiertamente e intentamos de nuevo:

«Ahora el día ha terminado

la noche ya nos ronda,

las sombras de la tarde

huyen por el cielo».

Por supuesto, el himno en Watt. Y en verdad es hora de irse: hemos estado juntos la mayor parte de la tarde. Lo ayudo a arreglar el escritorio, a ordenar sus libros. Se para y me besa en ambas mejillas por segunda vez. Esas orejas espléndidas de jarro, ese ceño fruncido arriba de los fijos ojos de gaviota, el cuerpo enjuto y atlético ahora más lento por el tiempo: nunca lo vería otra vez, ni a él. Mete en mi mano izquierda un último presente, una rara publicación, Teleplays, un catálogo de sus guiones para televisión. La caja cuelga de mi muleta derecha. Mientras yo cojeo hasta la puerta no hablamos de un futuro encuentro. En la calle nunca será tan difícil encontrar un taxi.

Traducción: Milita Molina


  1. Beckett, Samuel. «Echo’s Bones». In: Collected Poems 1930-1978. London: Calder, 1984.

Da Tagte Es

redeem the surrogate goodbyes

the sheet astream in your hand

who have no more for the land

and the glass unmisted above your eyes

[redime los adioses sustitutos/el lienzo en la corriente en tu mano/quienes no tienen más para la tierra/y el cristal sin niebla sobre los ojos] (Traducción Laura Cerrato)

  1. Jameson es un whisky irlandés mundialmente famoso. La destilería se estableció en 1870. La botella tiene la leyenda Sine Metu (Sin miedo) en el clásico escudo.
  2. Sabine Baring -Gould (1834-1924) Teólogo, arqueólogo, poeta, novelista, historiador y anticuario, fue famoso por sus recopilaciones de canciones populares.

Fuente: John Montague. “A Few Drinks and a Hymn: My Farewell to Samuel Beckett”. 17 de Abril, 1994, New York Times-

Comments

  1. Impresionante. Es algo más que una despedida. Es el compendio de una vida, en unos minutos, en un encuentro. Beckett, escritor extraordinario. UN ser cálido que se muestra : » Estoy acabado » .
    Una despedida.

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  2. Milton, qué alegría que te haya gustado esta vida entera en un rato y una despedida sin patetismos.
    «Bien poco» se lleva, pero nunca se rindió-

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