S. Freud y S. Zweig: «La invisible lucha por el alma»

Por Ani Bustamante

freud_y_zweig-la invisible lucha por el alma

Leer la correspondencia entre Freud y Zweig, representa la recuperación de un género casi olvidado y, podríamos pensar que, dejado de lado al compás del declive de la función paterna.  Empiezo a dibujar, en la siguiente reflexión, las relaciones entre esta función paterna -con sus ejes fálicos- y lo femenino, para abrir la pregunta por  el lugar del padre, la letra y la escritura con ese Otro goce llamado femenino.

Freud y Zweig mantuvieron por 21 años una intensa correspondencia marcada por la admiración, la reverencia y el reconocimiento de los dones fálicos. Cada carta acompaña una escena histórica conmovedora. Así, el tiempo del trascendental hallazgo psicoanalítico, es también el tiempo de la celebración poética en la escritura de Zweig. La pluma de ambos avanza, entre los pliegues del inconsciente, en la búsqueda de un ideal de claridad (Freud) y de una narrativa que beba insaciable del descubrimiento de la psique freudiana (Zweig).

Ambos sabían de que el trabajo fundamental del ser humano es el del inconsciente,  el cual se desplaza, deambula entre el sentido, escribe, no cesa de escribir, busca un destino, una correspondencia. Es así que podemos ver en la relación epistolar Freud-Zweig una puesta en acto del trabajo del inconsciente, leer sus cartas es asistir a este trabajo, que implicará transferencia, intercambios (ambos se enviaron cada una de sus obras, y las leyeron con apasionada entrega), y, como herencia cartesiana, la búsqueda de claridad. Freud escribe en carta del 14/4/1925:

“usted sabe ajustar tanto la expresión al tema que sus más finos detalles se tornan accesibles”

Evidentemente, la búsqueda de claridad en Freud no es correlativa a la que ronda en estos tiempos de reflectores, pues si bien Freud buscó claridad, lo hizo alumbrando a la manera de la intermitente luz de las “luciérnaga”(1), sabiendo de ese destello evanescente que enmarca la oscuridad, mientras en nuestros tiempos la luz de los reflectores (negación de las luciérnagas) anula el lugar de lo íntimo y opaco.

Freud tuvo que abrirse camino entre el paradigma científico, por un lado, la religión y moral burgueses de su época, por otro; la dirección que le daba el faro de su pluma, le permitió abrir la pregunta por la sexualidad, el misterio de lo femenino, y las coordenadas fálicas. El encuentro de Freud con la literatura puede pensarse, también, como el encuentro con aquello que permita la construcción de un borde que nos haga saber de un lugar imposible de definir claramente, un territorio femenino evocado en las exploraciones del inconsciente freudiano. A pesar de la evidente lógica patriarcal que atraviesa esta correspondencia, podemos ver sus intermitencia gracias a la letra, la carta, la literatura que, junto con la histeria y el enigma de la sexualidad, fueron las herramientas con las que Freud nos dejó la señal para ubicar allí lo femenino. El encuentro con el Otro sexo evidencia la oscuridad -como condición de posibilidad de la “supervivencia de las luciérnagas»-, evidencia la existencia de  ese goce opaco, que constituye fuente poética, en este caso para la pluma de Freud y Zweig.

Si algo admiro en Freud es esa capacidad de tejer luz y opacidad, esa intimidad que nos acompaña cuando lo leemos. Ese placer que destilan sus cartas

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1.- Extraigo esta metáfora del trabajo de Georges Didi-Huberman en su libro: “Supervivencia de las luciérnagas

Entre fiebre y razón. Una lectura psicoanalítica de Dostoievski

Por Ani Bustamante

 dostoievski

La construcción del psicoanálisis se cimienta en la invención del inconsciente, éste, es labrado por Freud con el cincel de la figura paterna y la arquitectura del Edipo.

Freud utiliza a Dostoyevski, como ya había utilizado otras figuras del arte y la cultura, para hilvanar fino sobre asuntos relacionados al padre, la culpa y el super yo. La compleja y rica vida del escritor, sus síntomas y dolores, sirven de “caso clínico” en el cual sostener el edificio teórico que construía a la sombra del positivismo científico imperante en la época.

Freud, sabemos, intenta dar un sentido a todo aquello que escapaba al dominio de la razón, interpreta síntomas -tanto individuales como colectivos- a través de la hipótesis de lo inconsciente y el mundo pulsional que ahí se articula. No deja, sin embargo, de experimentar el límite de lo imposible de analizar, y ante esto traza cabalmente una línea que deja claro que el saber es incompleto y que la castración opera en el corazón de las ciencias. Así pues, las “dotes artísticas” de Dostoievski eran reconocidas como inanalizables por Freud y el furor por la interpretación encuentra un tope, un agujero, que es, a mi modo de ver, la potencia misma del psicoanálisis.

Tanto Freud como Dostoievski comparten la pasión por el sentido y la explicación meticulosa, en la época de los grandes relatos, ambos saben construir ese texto con aspiraciones de totalidad que, sin embargo, deja entrever la falla constitutiva y la fiebre de la razón.

Tomando en cuenta esto recorreré las letras que vertiginosamente escriben esa fiebre en Raskolnikov (personaje principal de Crimen y Castigo) con los delirios y desasosiegos que se expresan en su ir y venir por la habitación, en el deambular por las calles embriagadas y en el acecho de un pensamiento que no cesa. Dostoievski parece afiebrar las líneas del texto, la velocidad va en aumento mientras la impotencia, el dolor y la pobreza parecen paralizar al personaje en un letargo de muerte que descubre, como reverso, un sobresalto febril.

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Actualidad del legado de Dr. Sigmund Freud.

Por Manuel Pombo Sánchez

El 150 Aniversario del nacimiento del padre del Psicoanálisis es motivo suficiente para comenzar este artículo formulando un interrogante que pueda servirnos como punto de partida para establecer el hilo argumental de estas páginas: ¿ Por qué Sigmund Freud ? En la respuesta, necesariamente inconclusa, se puede advertir la pertinencia de la pregunta.
En principio ya podemos decir que Sigmund Freud fue un ilustrado al tiempo que un crítico de la Ilustración. Y, por decirlo con Roland Jaccard, fue también un conquistador.
Ciertamente, la vasta obra de Sigmund Freud marca un antes y un después en la historia del pensamiento. Asi, por ejemplo, si, con sus respectivos hallazgos científicos, Copérnico señaló la herida cosmológica y Darwin la herida biológica, Sigmund Freud insistió en la herida psicológica conformando, de este modo, las tres ofensas históricas que pusieron en cuestión el injustificado y desmesurado orgullo y narcisismo del ser humano.

La lectura de los textos freudianos nos invita, como mínimo, a indagar dos ámbitos fundamentales del saber:

1/ Los caminos de exploración del inconsciente: Estructura profunda del ser humano y las leyes rectoras de su forma de ser y de estar en el mundo.
2/ Una reflexión sobre los fenómenos más relevantes de la cultura de la que el Dr. Freud da cuenta en los denominados “libros culturales”.

En efecto, a la luz de su obra, la interpretación y comprensión de la condición humana y de la civilización ganó en riqueza, complejidad y profundidad. Sirva como testimonio de ello la cita de Virgilio que aparece al inicio de La interpretación de los sueños y que, por lo demás, cita Freud en una carta a W. Fliess con fecha 4 de diciembre de 1896: Fléctere si nequeo súperos, aqueronta movebo. Esto es: Si no puedo conciliar a los dioses celestiales, moveré a los del infierno.

Una de las tareas fundamentales del Psicoanálisis consiste en luchar contra el demonio de la irracionalidad de una manera serena para que tal demonio se reduzca a un comprensible objeto de ciencia, según escribe S. Freud a S. Sweig en carta fechada el 14 de abril de 1925.
Insistiendo en la pregunta inicial podemos decir con Thomas Mann que “la fusión, la identidad de sujeto y objeto, el conocimiento intuitivo de la unidad misteriosa del mundo y el yo, del destino y el carácter, del padecer y del hacer, el conocimiento intuitivo, por tanto, del misterio de que la realidad es una obra del alma, esto constituye el alfa y el omega de toda iniciación psicoanalítica.”

Podemos plantearnos, a partir de aquí, el desarrollo del ser humano y su dimensión conflictiva en su doble vertiente individual y social. Dicha carga de conflicto es inherente al corpus doctrinal del Psicoanálisis por cuanto trata de esclarecer los enigmas de la condición humana escondidos bajo el manto de un discurso filosófico de corte conciencialista que identifica lo psíquico con lo consciente. Se trata, pues, de elucidar la problemática que atraviesa al ser humano en el proceso de construcción de su subjetividad.

Creo que se puede advertir ya, que una de las pretensiones que guía mi discurso es la reivindicación del Dr. Sigmund Freud como filósofo, como arqueólogo del alma , de la cultura y de la civilización. Bruno Bettelheim supo ver muy bien esta cuestión en su texto Freud y el alma humana. Obsérvese, para dar cuenta de la diferencia que queremos señalar: Alguien puede decir te quiero con toda mi alma (pero no con toda mi mente). He aquí el fuerte componente afectivo que, por lo demás, ya podemos observar en los textos platónicos, componente afectivo nunca exento de conflicto o contradicción.

La doctrina psicoanalítica, por tanto, no es sólo un método terapéutico y una teoría de la vida psíquica sino que también conforma un nuevo ámbito del saber acerca de las distintas realidades sociales y culturales, al tiempo que un método de investigación incompatible con los modelos experimentales y adaptativos al uso que pretenden ignorar la dimensión irracional del alma humana donde se entrecruzan amor y odio, vida y agresión, libido y muerte.
La envergadura del legado freudiano es evidente por todo cuanto tiene que ver con las sombras de la Ilustración dado que el modus operandi de Sigmund Freud consiste en un abordaje a contracorriente de la civilización y de la cultura con el fin de descubrir los espejismos y los deseos ocultos que están en sus orígenes. De ahí la gran influencia de su doctrina en la sociología, la psicología, el arte, la literatura, la medicina, la educación… tal como podemos observar en muchos de sus textos entre los cuales cabe mencionar aquí Múltiple interés del Psicoanálisis.

Sigmund Freud, pues, hace de la Ilustración objeto de su crítica para desvelar las sombras y excrecencias generadas bajo las distintas apariencias de desarrollo y de progreso:
Es, en este sentido, el legado freudiano una expresión de los desórdenes de la cultura y, también, una radicalizada respuesta al reconfortante mito del progreso bajo el cual se esconden toda suerte de contradicciones y conflictos. Cuestiones éstas, por lo demás, no ajenas a los desarrollos llevados a cabo por los autores de la Escuela de Frankfurt.
Dicho esto, no es exagerado afirmar que el Dr. Sigmund Freud tiene todos los títulos para ser incluido en la nómina de los filósofos de la sospecha.
El proyecto ilustrado, como marco cultural propio del Psicoanálisis, nos invita, por tanto, a reflexionar sobre cuestiones tales como la identidad, la libertad, el sufrimiento, y, también, a preguntarnos por los principios que han de servir de guía al desarrollo intelectual, moral y psicológico de modo que el retorno de lo reprimido no suponga un peligro que socave los cimientos sobre los que se sostiene la civilización. En este sentido me parece muy pertinente no olvidar aquí la noción de salud moral del también judío Spinoza por cuanto actualmente escuchamos por doquier apelaciones y discursos acerca de la salud física y psíquica –de suyo importantes- al tiempo que se descuida totalmente el señalamiento de la no menos importante salud moral a la que nos acabamos de referir.

Razón tuvo Sigmund Freud cuando escribió que sólo la estupidez es más gravosa que la enfermedad. Quizás, como dice G. Steiner en La barbarie de la ignorancia el hombre es un ser muy perezoso y de gustos muy primitivos: Tal afirmación nos puede ayudar a comprender, al menos en parte, el fracaso del proyecto ilustrado y a ver en la educación un factor necesario pero, tal vez, insuficiente para la prevención de la barbarie.
Ciertamente, como supo ver Freud, hay algo que pertenece al registro del displacer en ese complejo proceso que introduce al hombre en el desfiladero de la civilización
Ello es así porque el componente pulsional del sujeto no le predispone, de entrada, a la civilización ya que la pulsión, al contrario que el instinto, carece de una meta prefijada y, en consecuencia, ha de ser buscada a riesgo de no ser encontrada. Por tanto, el hombre es, por definición, un ser desiderante, esto es, un ser, de alguna manera, siempre insatisfecho.

Es en este contexto donde encontramos algunas de las aportaciones más relevantes de Sigmund Freud sobre la cuestión de la sexualidad (que no sexología). Seguramente, uno de los descubrimientos freudianos de más hondo calado fue que el infante desarrolla su sexualidad desde que nace dando cuenta así de su condición perverso-polimorfa, auténtica piedra de escándalo que vino a poner en entredicho la reconfortante y tranquilizadora percepción de un mundo infantil gobernado por la inocencia: El niño quiere saber de eso de lo que precisamente nada quiere saber. Esto es así porque, como dice Oscar Masotta, en la sexualidad hay algo de enigmático. El Psicoanálisis es, en efecto no-sexología. Si así no fuese no existirían personas histéricas y neuróticas.

Esta cuestión, entre otras, ha de ser enmarcada en la inscripción del sujeto en el orden simbólico de la ley (proceso de triangulación edípica) de modo que pueda dar cuenta de una vida placentera -sensu aristotélico – para evitar así la caída mortífera en lo real del goce (por decirlo con Lacan) donde el sujeto no es sino víctima de su propia autodestrucción.
Concluimos de todo ello que el alcance de la vida placentera sólo es posible después de haber transitado por el problemático y displacentero desfiladero de la civilización. Estamos hablando, en efecto, de la canalización de las pulsiones con el consiguiente grado de malestar en la cultura. El propio Freud, al dar cuenta de estas cuestiones, se refiere a las consideraciones que Platón pone en boca de Aristófanes en El Banquete: Los seres andróginos habrán de ser seccionados, cortados para que puedan caminar erectos, es decir, para que puedan ser propiamente humanos.

Bruno Bettelheim en su magnífica obra Las heridas simbólicas supo ver de modo singular la complejidad que abarca toda esta temática. Quiere decir todo ello que a partir del primer corte real (cordón umbilical) el ser humano está llamado a sufrir distintas heridas o cortes, ahora simbólicos, que lo sustraigan de esa fusión indiferenciada con la madre, de esa omnipotencia y sentimiento oceánico de la vida.
Nos encontramos aquí ante un campo abonado para abordar, por sus resonancias, temas tales como el complejo de Edipo, de castración… (Recuérdese el proceso de triangulación edípica en el que emerge la figura paterna en su función de corte). No hemos de olvidar que Edipo sólo pudo ver (eidein), saber y responder de sus actos después de arrancarse los ojos, metáfora de la castración. Por eso escribe Sófocles que allí donde reposen los restos de Edipo no acontecerán males. Transitar por el pasaje edípico supone, entonces, nada menos que el difícil y complejo proceso de que cada ser humano aprenda a ser y hacerse responsable de sus actos.

En el ámbito que estamos tratando no es baladí referirnos a ciertos relatos de los cuales da buena cuenta la historia de la literatura. Nos referimos, en efecto, a relatos bíblicos tales como la pérdida del paraíso que tiene su reverso en la tierra prometida. No olvidemos que el hombre fue propiamente humano fuera del paraíso, esto es, una vez que pudo experimentar la falta (carencia, culpa, pecado…) y el consiguiente sentimiento de pudor y de vergüenza .
Nótese que la falta referida también a la diferencia anatómica de los sexos apunta a una falta de derecho y no de hecho. Oscar Masotta ilustra esta cuestión con un ejemplo muy gráfico: Ante la expresión tan común y extendida A esta mujer no le falta nada, Masotta responde: ¿Es que existe acaso alguna mujer a la que algo le falte?.
Más allá de la pretensión imposible de ser y reconstruir con el otro la unidad primigenia, primordial, el Psicoanálisis nos enseña que el amor consiste en dar al otro eso que no se tiene. O dicho de otra manera, la pretensión de serlo todo responde a un narcisismo primario y a un sentimiento de omnipotencia que tendrá que ser abandonado para siempre. De ahí que la expresión “tú lo eres todo para mí” sólo puede ser tomada como razonable bajo la premisa de la previa aceptación de la falta.
La tierra prometida constituye por su parte la aspiración, a su vez imposible, de reencontrar en ella el paraíso perdido. Podemos señalar en todo ello importantes y abundantes fuentes literarias en las cuales bebe el Psicoanálisis. No en vano Shakespeare y Goethe son los autores más citados por Sigmund Freud por cuanto los personajes de las obras de dichos autores constituyen valiosos objetos de estudio en los textos freudianos.

Por lo que atañe a los antecedentes filosóficos del Psicoanálisis, más allá de las alusiones platónicas señaladas anteriormente, encontramos en la Poética de Aristóteles claras referencias a la catarsis, término, como se sabe, muy propio del psicoanálisis.
Si efectuamos un legítimo salto en la historia no hemos de olvidar la importancia del racionalismo cartesiano que Freud hace objeto de su crítica al impugnar un discurso conciencialista de modo que ya no resulta posible identificar psiquismo y conciencia. Esto es tanto como decir que ese sujeto que considera que se percibe en su yo de manera transparente no hace sino captarse de un modo abortado.
En este sentido toma cuerpo la afirmación freudiana Donde era Ello tiene que advenir el Yo, o, por decirlo con Lacan, salvando los matices que sea menester, Ahí donde pienso no soy; por tanto soy donde no pienso.

Por su parte, la noción leibniziana de mónada durmiente nos sugiere, al menos en esbozo, la noción freudiana de inconsciente.
A su vez, el conatus spinozista nos marca el camino de lo que Freud habrá de denominar pulsión, término que, por lo demás, tiene mucha proximidad con lo que escribe Schopenhauer en El mundo como voluntad y representación. Se puede observar desde aquí la proximidad entre los términos pulsión y errancia. Errancia que deviene de la añoranza del útero materno –metáfora del paraíso perdido-. Lo cual nos conduce al establecimiento de una diferencia fundamental para lo que aquí nos interesa decir, esto es, la distinción entre cuerpo biológico y cuerpo erógeno ya que el niño erogeniza su cuerpo en la fusión indiferenciada (incestuosa) con la madre -ese territorio de leche y miel-, el mejor lugar posible, pero también ese lugar que alguna vez ha de ser abandonado para siempre.

Por lo que se refiere a los antecedentes sociales del Psicoanálisis, es preciso destacar, entre otros, el florecimiento de la burguesía, la moral puritana como criterio de buen gusto con el consiguiente grado de hipocresía y represión (vicios privados, públicas virtudes) como generadores de síntomas neuróticos.
En este contexto es pertinente confrontar la filosofía del deber-ser (imperativo categórico kantiano) con la psicología de lo que llega a ser deber –por decirlo con C. Castilla del Pino- de modo que el imperativo categórico kantiano nos conduce a lo que podemos denominar en la obra de Freud imperativo psicoanalítico.
Con fecha 12 de diciembre de 1897 escribe Freud a Fliess: “¿Puedes imaginarte lo que son mitos endopsíquicos? El más reciente engendro de mi trabajo mental. La oscura percepción interna del propio aparato psíquico incita a ilusiones cognitivas que naturalmente son proyectadas hacia afuera, al futuro y al más allá. La inmortalidad, la recompensa, todo el más allá son tales figuraciones de nuestro interior psíquico. ¿Chifladuras? Psico-mitología.”
Los mitos se refieren a la pérdida del paraíso, al pecado original, a Dios, a la inmortalidad, al Bien, al Mal. Son para Freud creaciones del inconsciente con las que el sujeto trata de apaciguarse y resarcirse de la deficiente satisfacción de sus deseos tal como podemos advertir, entre otros textos, en El porvenir de una ilusión.
A partir de aquí podemos intuir cómo la metafísica kantiana se torna en Freud Metapsicología. Todo ello nos abre nuevos ámbitos de reflexión que exceden en mucho lo que aquí se quiere y se puede decir. Así, por ejemplo, la noción de un superyó tiránico, la distinción entre culpa y responsabilidad , etc.
Sigmund Freud, por otra parte, subraya la marcada tendencia a desenmascarar la voluntad de poder que se manifiesta bajo numerosos disfraces: personajes que llevan una vida ficticia, alienada, cosificada, que al fin es descubierta.
También subraya la costumbre de mentir y, a partir de aquí, descubrir una realidad oculta que determina la conducta humana.
Sigmund Freud se refiere a una verdad que poco o nada tiene que ver con lo verbalizado conscientemente por el sujeto y que más bien apunta a eso otro del lenguaje que permanece velado en el discurso. Valga el siguiente ejemplo a título ilustrativo: Supongamos que alguien dice “Dios me libre de mentir”. Es obvio que el sujeto que así se expresa afirma de manera consciente su desprecio por la mentira; pero justo ahí donde se reconoce como sujeto sincero está ocultando su deseo inconsciente (no reconocido) de mentir ya que si así no fuese, ¿por qué tal apelación a un ser omnipotente que libre a dicho sujeto de algo que no quiere hacer o decir?

En cuanto a los antecedentes psicológicos del Psicoanálisis, si nos remontamos en el tiempo podemos hallar algunos elementos ciertamente arcaicos que nada tienen que ver con la episteme psicoanalítica: Así, por ej. la hechicería, extracción del objeto-enfermedad, exorcismo, confesión pública…

Cabe citar a Mesmer y sus teorías sobre la influencia astral y el magnetismo animal. Pero, sin duda, uno de los factores más determinantes para el nacimiento de la nueva ciencia del inconsciente fue la estancia de Sigmund Freud en el Hospital de La Salpetrière con su maestro Charcot desde octubre de 1885 hasta febrero de 1886 y también su formación en la Escuela de Nancy con sus maestros Liebault y Bernheim. A partir de aquí el hipnotismo, el método catártico y la asociación libre constituyen los cimientos sobre los que se erige la nueva ciencia psicoanalítica.
Por decirlo con Erich Fromm, al luchar por hacer consciente lo inconsciente el Dr. Freud representa la culminación del racionalismo al tiempo que le asesta un golpe fatal al demostrar que las fuentes de los actos humanos son inconscientes. La misión histórica de Freud consistió, pues, en crear una síntesis entre racionalismo y romanticismo.

Como se sabe, Estudios sobre la histeria constituye el primer texto fundacional del Psicoanálisis, pero la importancia que Sigmund Freud habrá de conceder a la sexualidad en la génesis de las neurosis le lleva a un progresivo alejamiento intelectual de J. Breuer.
Por lo demás, no hay motivos para ver en el Psicoanálisis un pansexualismo ni un pandeterminismo. Más importante que la sexualidad es el alimento. Respecto a éste la perversión es una excepción, justo al revés de lo que sucede con la sexualidad: ésta puede pervertirse porque no es un instinto sino una pulsión y, como se sabe, la pulsión carece de objeto predeterminado.
Será a partir de 1920, con la publicación de Más allá del principio del placer cuando el Dr. Freud abandona definitivamente la denominada primera Tópica para elaborar la segunda Tópica (Ello, Yo, Superyó), y construir lo que se dio en llamar Metapsicología.

Al afirmar que hay un más allá del principio del placer Freud pone en entredicho la afirmación comúnmente aceptada de que el hombre busca el placer y huye del displacer. Adquiere sentido ahora la expresión compulsión a la repetición (tan presente, por lo demás, en las neurosis traumáticas) que nos ayuda a comprender que el ser humano es un sujeto errante y que, además, yerra.
Se ponen así de manifiesto a la vez que resultan inteligibles las conductas sádicas y/o masoquistas según podemos observar en textos como El problema económico del masoquismo y en Personajes psicopáticos en el teatro.
A partir de aquí, como es fácil advertir, aparece a nuestros ojos el sujeto habitado por dos pulsiones antagónicas: Eros y Thánatos. Más allá de las resonancias platónicas y salvando las distancias y dualismos que sea menester, ahí donde Platón escribió que el buen filósofo es el que se prepara para morir, Sigmund Freud habrá de decir: Si quieres vivir, prepárate para morir. Vivir comporta, pues, aceptar todas las servidumbres de la vida (la enfermedad, las catástrofes naturales, el mal, la muerte…).

Por todo ello la civilización deviene como un conflicto necesariamente trágico ya que tal conflicto tiene lugar en el interior del propio sujeto, ser agonal, habitado por pulsiones antagónicas que no dejan de tironearle constantemente. Las líneas que cierran El malestar en la cultura son muy ilustrativas al respecto cuando el propio Freud escribe que no tiene consuelo que ofrecer.

Esta disertación quedaría, en efecto, incompleta sin la pertinente referencia a los autores de la Escuela de Franckfurt, autores que recogen las aportaciones más valiosas de Hegel, Heidegger, Max Weber, Schopenhauer, Nietzsche y, cómo no, Sigmund Freud.
T. Adorno, M. Horkheimer, W. Benjamin, H. Marcuse, y demás miembros de la Escuela son, al igual que Freud, de origen judío y están marcados por el terror y la persecución nazi. Llevan a cabo un estudio de la sociedad industrializada moderna y una crítica de la razón en su función social e histórica. La llamada Teoría crítica constituye un proyecto de radicalizada negatividad al tiempo que un análisis de la sociedad administrada y funcionalizada.
Todos los miembros de la Escuela ponen el acento en la doctrina del Mal,
-que, como se sabe atraviesa la obra de Freud- en la incapacidad para nombrar el bien y en los límites de la razón y de la condición humana: son plenamente conscientes de que el sueño de la razón produce monstruos.
En su obra Dialéctica de la Ilustración, Adorno y Horkheimer realizan una interpretación de la Odisea: es decir, de la razón y su patogénesis. Ulises como paradigma de la historia humana y de su negación, como paradigma del sujeto que ha perdido su identidad.
Por su parte, si Nietzsche afirmó que Dios ha muerto, Foucault nos anunció también la muerte del sujeto por cuanto el sujeto de la modernidad ya no puede decir como Don Quijote “yo sé quien soy”.

En definitiva, los autores de la Escuela de Franckfurt señalan el triunfo de la razón instrumental frente al fracaso de la razón ilustrada. Fracaso que podemos resumir en los siguientes puntos:
1/ Derrota del proyecto de autonomía del ser humano.
2/ Violencia como deporte y deporte como violencia.

3/ Obsesión compulsiva por el goce como forma de autodestrucción individual y colectiva.
4/ Culto ciego al mercado que sustrae al individuo de su condición de ciudadano para convertirlo en súbdito y en consumidor consumido por la lógica perversa del propio mercado.
5/ Corrupción política generalizada.
6/ Profundo grado de anomia y obediencia ciega con el consiguiente déficit de desarrollo y autonomía moral.
7/ Auge del pensamiento único potenciado por unos poderes que escapan al control de los ciudadanos y que pone de manifiesto la vigencia de las tesis defendidas por Marcuse en El hombre unidimensional.
8/ La reacción que sustituye a la razón como norma de conducta.

¿Qué nos queda a partir de aquí? Dos cuestiones básicas, a saber:
1/ Una filosofía más humilde en sus pretensiones ya que cuando ésta quiso rebasar los límites de la razón las consecuencias siempre han sido devastadoras.

2/ No ceder en el empeño de una posible, aunque siempre problemática, articulación entre el bien y el deseo para que el retorno de lo reprimido no constituya una forma de amenaza para la civilización. Como dijo el Dr. Freud se empieza por ceder en las palabras y se termina por ceder en los hechos.

Como se sabe, después de graves padecimientos provocados por un cáncer de mandíbula, el padre del Psicoanálisis muere en su exilio londinense el 23 de septiembre de 1939. Con él desaparecía uno de los más grandes sabios de la Humanidad. Aunque sólo fuese por una cuestión de elemental honestidad intelectual, considero necesario recordar aquí las palabras pronunciadas por el eminente escritor Stefan Zweig ante el lecho de muerte de su amigo Sigmund Freud: “Permítanme ustedes que diga en presencia de este féretro glorioso unas palabras de emocionada gratitud en nombre de los amigos vieneses, austríacos y del mundo entero, y en aquella lengua que Sigmund Freud ha enriquecido y ennoblecido tan extraordinariamente con su obra.
Sean ustedes conscientes, ante todo, de que los que aquí nos encontramos reunidos en comunidad de dolor vivimos una ocasión histórica como a ninguno de nosotros volverá el destino a deparársela una segunda vez. Recordémoslo: para los demás mortales, casi para todos, en el intervalo de un minuto escaso, cuando se enfría el cuerpo, termina definitivamente la vida, su presencia entre nosotros. Mas para éste, por el contrario, para este ser irrepetible y único dentro de la época pesimista en que vivimos, ante cuyo féretro nos hallamos reunidos, la muerte no significa otra cosa que una manifestación fugaz y casi ilusoria. Ahora, este separarse de nosotros no es ningún final, ningún término abrupto, sino sólo un apacible tránsito de la mortalidad a la inmortalidad. A cambio de lo corporal y perecedero, que hoy dejamos con dolor, se salva lo imperecedero de su obra y de su ser. Todos los que nos encontramos en este lugar, y respiramos, vivimos, hablamos y oímos aún, todos los aquí reunidos, no poseemos ni la milésima parte de la vida de este gran difunto que yace aquí en su estrecho y terreno ataúd. (…) Moral, educación, filosofía, poesía, psicología, todas y cada una de las formas de creación espiritual y artística y de comprensión anímica, desde hace dos, desde hace tres generaciones, han sido enriquecidas y revalorizadas por él como por nadie más. (…) Sin él, cada uno de nosotros, los hombres del siglo veinte, habría sido distinto en su pensamiento y en su comprensión; cada uno de nosotros juzgaría, pensaría y sentiría con más estrechez, con menos libertad, con menos justicia, si no le hubiese precedido su pensamiento, sin aquel poderoso impulso hacia dentro que él nos ha dado. (…) Gracias por este ejemplo, querido, venerable maestro; y gracias por tu grandiosa vida creadora, gracias por tus acciones y tus obras, gracias por lo que has sido y lo que de ti has depositado en nuestras propias almas; gracias por los mundos que nos descubriste y que nosotros, ahora, sin guía, recorremos, siempre fieles a ti, siempre recordándote con reverencia, a ti, el inestimable amigo; a ti, el maestro amadísimo, Sigmund Freud.”

Al inicio de este artículo he citado a Thomas Mann. Quiero cerrarlo también con otra cita de este autor correspondiente a su conferencia Freud y el povenir pronunciada en Viena el 8 de mayo de 1936 con motivo del ochenta cumpleaños del padre del Psicoanálisis:
“Este psicólogo médico será honrado como el precursor de un humanismo del porvenir que nosotros presentimos y que habrá de atravesar por muchas cosas de las que nada supieron los humanismos anteriores, de un humanismo que con las fuerzas del inframundo, del inconsciente, mantendrá unas relaciones más libres y serenas, más maduras artísticamente de las que pudo mantener una humanidad como la nuestra, perseguida por la angustia neurótica y por el odio nacido de ella. El saber psicoanalítico -continúa Thomas Mann- es algo que transforma el mundo. Con él vino al mundo una suspicacia serena, una sospecha desenmascaradora que descubre los escondites y los manejos del alma. Esta sospecha, una vez despertada, no puede volver a desaparecer nunca del mundo. Se infiltra en la vida, socava su tosca ingenuidad, le quita el pathos de la ignorancia en la medida en que educa el gusto para la expresión suave en vez de exagerada, para la cultura de la palabra normal, no hinchada, para la palabra que busca su fuerza en lo moderado. La modestia (Bescheidenheit) -no olviden Vdes. que en alemán esta palabra viene de tener noticia (Bescheid wissen) -, no olviden que modestia tiene este sentido, y que sólo a través de este primer sentido adquirió el segundo, el de moderatio. Modestia nacida de un tener noticia. Vamos a suponer que ése será el talante básico de un mundo de paz, de un mundo sereno. Tal vez la ciencia del inconsciente esté llamada a contribuir a que ese mundo llegue.”

Estas palabras de Stefan Zweig y Thomas Mann constituyen, en efecto, un extraordinario referente a la hora de proseguir la senda marcada por la pregunta que nos hemos formulado al inicio de estas páginas. Con todo, esta disertación y seguramente muchas otras no serían suficientes para dar cabal respuesta al interrogante central de la misma: ¿Por qué Sigmund Freud?.

MANUEL POMBO SÁNCHEZ.
Licenciado en Filosofía y Psicología por la Universidad de Santiago de Compostela.
Profesor Titular de Filosofía en el Instituto de SAR de Santiago de Compostela.
Doctor en Filosofía Sobresaliente cum Laude con la Tesis “El pensamiento de Sigmund Freud en el contexto de la filosofía de la Ilustración”. Publicada en formato CDrom por dicha Universidad.

Otras publicaciones:
Medicina y desarrollo tecnológico: una reflexión ética. Actas del “Curso de actualización en ventilación mecánica” organizado por la Sociedad Española de Anestesiología y Reanimación y la USC. Celebrado en Santiago de Compostela el 16 y 17 de noviembre de 2001.
La ventilación mecánica: un enfoque filosófico. Actas del II “Curso de ventilación mecánica” organizado por la Sociedad Española de Anestesiología y Reanimación y la USC, celebrado en Santiago de Compostela el 26 y 27 de marzo de 2004.

Sigmund Freud. Vixencia e interese da súa obra. Baía Edicións, A Coruña, 2005. Prólogo de Manuel Cruz.
J. M. López Nogueira e a súa obra “Dialéctica existencial y Psicoanálisis” en Diccionario-Enciclopedia do pensamento galego. (en prensa).
Pronunció conferencias en diversos foros y mesas redondas sobre temas relacionados con el Psicoanálisis Aplicado.

Creador y promotor de la Asociación “Amigos de Xoroi” de la librería Xoroi de Barcelona.