Por Martín Uranga
“Yo he preferido hablar de cosas imposibles, porque de lo posible se sabe demasiado”. Resumen de noticias, Silvio Rodríguez.
El artículo de José Ema nos trae a la reflexión las relaciones posibles entre el saber y la “política emancipadora”. Se advierte el trazo freudiano del autor, me animaría a decir de clara impronta lacaniana, en su cuestionamiento del saber en tanto movilizador de la acción. Ema nos invita a pensar el “gesto de subjetivación” necesario que implica como correlato la “desubjetivación” en tanto importa “no desatender lo imposible para no incurrir en ningún idealismo totalizante.” De esta manera, propone “inventar alguna manera de hacer con lo imposible” que advenga como una consecuencia de la falla del saber. Pienso que resulta de particular interés la posibilidad de resituar el lugar del saber en el contexto de la praxis social. La inscripción de lo imposible así como la subversión de las lógicas totalizantes no puede sino redundar beneficiosamente al momento de pensar en términos emancipatorios.
Ahora bien. Quiero plantear algunas divergencias en torno a la concepción de “política emancipadora”. Considero que se trata de conceptos antitéticos. Mientras entiendo la emancipación como la superación de toda forma de alienación y explotación (me refiero a la alienación en términos sociológicos, y no a lo que en sentido psicoanalítico podría pensarse como la alienación estructural por ser sujetos del lenguaje), la política refiere a la gestión del poder, más específicamente del poder estatal, en sus distintas variantes. Lejos de pensar en una “política emancipatoria”, creo que como parte de un pensamiento emancipatorio, es necesario llevar adelante una crítica de la política. El modo político de pensar la emancipación ha sido, entre otras, causa fundamental en el fracaso de distintas gestas revolucionarias (pienso fundamentalmente en la concepción estatalista y politicista de los bolcheviques que pretendieron construir el socialismo “desde arriba”). La política está íntimamente ligada al surgimiento de las lógicas estatalistas y de poder jerárquico, patriarcal y centralista. Entiendo que no es un instrumento neutro que pueda utilizarse sin que sus detentores queden afectados por sus dinámicas opresivas. Desde las políticas monárquicas, pasando por las burguesas y las revolucionarias, todas comparten la expropiación de las capacidades individuales y comunitarias de realización existencial y social en detrimento de un Otro detentador de un goce oscuro que se ubica artificiosa y neuróticamente por sobre la sociedad en su conjunto. En unas reflexiones todavía no publicadas en torno a un trabajo que versa acerca del “más allá del Estado” sostengo que: “En términos estatalistas, la diferencia se transmuta en jerarquía, la organización comunitaria en centralismo, la autodefensa en fuerzas especiales de represión, la capacidad de decisión en burocracia política, los valores humanos en ideología, la legalidad simbólica en derecho positivo, la paternidad simbólica en patriarcado, lo inasimilable de la femeneidad en desprecio hacia la mujer, la conflictividad en guerra, el malestar existencial en opresión de clase y voluntad de servidumbre (ver Etienne De La Boetie), las identidades y pertenencias afectivas en nacionalismo y espíritu de secta, los agrupamientos humanos en masas homogeneizantes, y la espiritualidad en religión doctrinaria. Su esencia es pagana y atea, sacralizada, autorreferencial, y con pretensiones de eternidad.”
De acuerdo a lo señalado, creo que pensamiento emancipatorio y política transcurren por carriles antagónicos. La emancipación requiere fundar una nueva praxis que subvierta una y otra vez, y aquí sí creo que es indispensable un trabajo individual y comunitario de conciencia y esclarecimiento, los presupuestos, los métodos y los fines de la política en cualquiera de sus formas.
La “clausura y totalización” lejos de excluir la política la expresan en su raíz más íntima. La política es una práctica inherente al Estado, cuya lógica totalizadora, autorreferencial y triunfalista promueve falazmente su naturalización e indispensabilidad. Sus delirios de inmortalidad y sus pretensiones omnipotentes de concreción progresiva e irrefrenable a lo largo de la historia tienen uno de sus puntos culminantes en el sistema hegeliano. Sus expresiones más álgidas, sus expresiones más paroxísticas, no sin diferencias, han sido el Estado nacional-socialista y el Estado burocrático stalinista. Hoy asistimos a un sistema de dominio global que inevitablemente va mostrando sus grietas y fisuras a través de la irrupción de una sociedad que comienza de manera contradictoria a buscar salidas no políticas a la crisis existencial de la especie. Las revoluciones antiburocráticas del este europeo que derribaron los Estados burocráticos de la égida soviética, así como la rebelión argentina del 2001, la “primavera árabe”, o los “indignados” en Europa, empiezan a dar indicios de movimientos sociales que resisten la política, sus lógicas y sus prácticas. Creo que ahí está uno de sus más ricos potenciales (ver los desarrollos de Dario Renzi en torno a “La nueva época”).
Retornando el comienzo del artículo: creo que las reflexiones de Ema respecto al reposicionamiento del saber pueden resultar muy valiosas al momento de pensar en una nueva praxis social emancipatoria, que necesariamente, de acuerdo a lo reseñado, juzgo como no política. Coincido con Ema cuando nos dice que no se trataría del saber pensado en tanto corpus teórico a ser aplicado sino como “producido por la situación como novedad situada.” Es vital el surgimiento de la capacidad inventiva que habilite la inscripción de la imposibilidad del saber, siempre y cuando la imposibilidad no sea decodificada como impedimento para idear el cambio radical de lo existente.
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