¡Por fin! Ahora sabemos donde se encuentra el amor romántico.

Por Andrea Amendola

2706350Actualmente circula en diversas revistas de interés general los estudios que Helen Fisher viene realizando sobre el amor romántico.Helen Fisher, antropóloga y directora del departamento de Investigación de la Universidad de Rutgers, en New Jersey (Estados Unidos), ha dedicado su vida a analizar la neurobiología del amor. Según su teoría, existen tres sistemas cerebrales relacionados con el amor que interactúan entre sí: el impulso sexual, el amor romántico y el cariño o apego tras una larga relación.

A partir de esta premisa, en 1998 inició una investigación con un grupo de 32 personas que declaraban estar enamoradas a las que se les hizo una resonancia magnética para ver qué conexiones se producían en el cerebro; 17 de ellas decían ser correspondidas y 15 habían sido rechazadas. Entre las que estaban enamoradas hallaron actividad en la zona tegmental ventral del cerebro, que produce dopamina, y en el núcleo caudado. Ambas zonas forman parte del sistema básico de recompensa, que se asocia con la motivación por conseguir unos objetivos. «El área de la zona tegmental ventral en la que encontramos actividad es la misma que se activa cuando la persona experimenta el llamado subidón de la cocaína», ha explicado.

Esto indica que «el amor romántico no es una emoción, sino que es un impulso, una necesidad fisiológica del ser humano».

Dopamina y rechazo

Entre las quince personas que habían sido rechazadas encontraron actividad cerebral en el área del mismo sistema de recompensa: en parte del núcleo accumbens, que se relaciona con las conductas adictivas (como las apuestas), en la corteza insular, que se asocia con el dolor físico, y en la corteza órbito-frontal lateral, relacionada con los pensamientos obsesivos. Esto explicaría por qué algunas personas siguen enamoradas a pesar de haber sido rechazadas ya que estas áreas siguen perteneciendo al sistema de recompensa, en el que actúa la dopamina. «A pesar de no recibir lo que uno quiere la dopamina sigue trabajando».

Según Fisher, algunos de los mecanismos que se activan en el enamoramiento son iguales en hombres y mujeres, como el núcleo caudado y el área tegmental ventral. Sin embargo, existen diferencias.

«En hombres hemos encontrado más actividad en parte del lóbulo superior, que se asocia con la integración de los estímulos visuales, mientras que en las mujeres, las áreas que entran en juego se relacionan con la memoria y los recuerdos». Además, ha añadido que las actividades cerebrales que se producen cuando se está enamorado sólo suceden una vez en la relación de pareja, pues «a lo largo del tiempo el amor se va convirtiendo en cariño y apego».

Por otra parte, Helen Fisher ha explicado por qué se dice que el amor es ciego. «Cuando estamos enamorados un área del cerebro se desactiva». Es una parte de la amígdala cerebral, que se relaciona con el miedo. Por eso «no vemos los aspectos que no nos gustan y aceptamos el resto».

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Espejismos: el cuerpo y las sustancias…

Por Andrea Amendola

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La característica del tiempo en el que vivimos nos pone en evidencia que el hombre, en sentido genérico, no logra encontrar el objeto que lo satisfaga y sólo encuentra desdicha en su búsqueda.

El hombre queda preso de espejismos, supone que lo que desea es eso que ve delante de sí pero en cuanto a saberlo… está perdido, extraviado.

Pensemos, por ejemplo, una mujer bonita puede causar deseo, un hombre musculoso y elegante puede causar atracción, o tal vez obtener un título universitario o, quizás… pertenecer a alguna institución…. Entre tantas otras cosas  podemos pensar que estas cosas son deseables por algunos, creemos que sabemos lo que deseamos porque generalmente nuestro cuerpo nos da indicios, la atracción, la excitación, el entusiasmo son sensaciones que se alojan en nuestro cuerpo.

Ahora bien, ¿cómo no engañarnos ante tales fenómenos? ¿Cómo discernir en una época en la cual las sustancias son la vedette del momento?

El nuevo malestar en la cultura es una consecuencia de la ficción de que toda angustia, todo dolor o sufrimiento pueden ser resueltos con objetos, rindiendo culto a la omnipotencia de la ciencia de modificar y controlar la naturaleza: el nacimiento, la vida, la vejez, la enfermedad y la muerte. La reivindicación del adicto a acallar  el malestar de esta forma aparece legitimada en nuestra sociedad hedonista. Las sustancias “generadoras” de adicción cubren todos los rubros: más de siete que incluyen vicios y virtudes(alcohol, sexo, drogas, hidratos de carbono, pero también trabajo y actividad informática). Hay un cuerpo implicado allí, pero las más de las veces ni pensamos que tenemos un cuerpo, actuamos y vivimos como si el cuerpo no existiera hasta que algún indicio aparece…

Debemos pensar y registrar que habitamos un cuerpo ya que todos somos adictos y en potencia, estas patologías nos introducen de golpe en los huecos infernales que el progreso va dejando, arrastrando un tratamiento del dolor y el sufrimiento que más se parece a una sustancialización de los problemas que a la búsqueda de su causa. Todo parece esperarse del objeto, nada del sujeto. Sujeto compelido a elegir, a reconocer no su deseo sino objetos para su deseo.

Cuando un adicto consume, cuando un obeso se da un atracón, no está consumiendo una sustancia, sino un espacio imaginario de posibilidad, creo que obtengo lo que busco ingiriendo algo para obtenerlo.De este modo, la ilusión engaña y el sujeto cree encontrar lo buscado… pero se trata de espejismos.

El psicoanalista es aquel que mediante su escucha permite a quien consulta, desanudar las trampas de la ilusión para permitirle encontrarse de frente con lo real de su angustia, con aquello que lo causa y lo extravía. Se trata de una experiencia en la cual los espejismos se diluyen y se encuentra el sentido de otro camino por recorrer: el camino real.

Un niño fuera de serie

Por  Andrea F. Amendola

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Quisiera dajar a los lectores algunas refliexiones en torno a los mecanismos actuales de homogeneización, a partir de un llamado telefónico que recibo desde una escuela privada de capital federal, en el cual, quien me expresa su necesidad de hablar conmigo es la psicopedagoga del nivel inicial de sala de dos años, a raíz de un alumno que asiste allí y que es paciente mío hace un mes, en agosto de 2012.

La licenciada expresa su necesidad de saber y me pregunta: “¿usted observó que X no mira? Es un niño que sale corriendo a veces del aula para ir a los juegos de la plaza, en dos ocasiones se rasguñó, una de esas ocasiones fue porque se lo retó pues tiró las galletitas de adentro del tarro. ¿Usted no cree que debería tomar medicación? Es muy inquieto y distrae al resto, capaz si estuviese más quietito… ¿qué diagnóstico tiene? Porque yo lo busqué en el DSM IV y no lo encontré”….”aguárdeme un minuto” (se escucha que entró en donde la licenciada, y que allí estaba un niño gritando) “disculpe, había entrado un add” ¿qué me puede decir de X?

Le respondí: nunca lo va a encontrar en el DSM, porque allí no está su subjetividad, sólo encontrará carcazas vacías.

No hay vez en que relate este episodio sin sentir que algo de la angustia me columpie hasta escribir.

Rápidamente vino a mí Jacques A. Miller cuando nos habla de que el discurso dominante sería el de la cuantificación, pues parece que en algunos ámbitos de lo escolar se tiende a homogenizar, se clasifica, forzando hacer común lo diferente y es aquí en donde asoma su nariz el discurso de la ciencia.

Días después, me llama por teléfono la directora del colegio antes citado, pidiéndome cerrar un diagnóstico porque no quiere que la conducta de X altere al grupo de treinta y cinco niños de sala de dos, me dijo:”¿X fue visto por un  neurólogo? Usted sabe, no queremos que el resto de sus compañeritos lo vean como el niño diferente…”

Ante el empuje a la homogenización lo real resiste y es menester preservar esa diferencia que hace a cada niño único. Fuera de la serie de las clasificaciones, fuera de toda clase. Al decir de Jacques A. Miller: “Es la promesa del psicoanálisis, allí donde se opone de modo evidente, porque el discurso analítico promete lo contrario al discurso de la evaluación. La promesa es: “Tú no serás comparado”(1).

Allí en donde X no mira es en donde el adulto de la evaluación no ve lo que X sí: los juegos de la plaza, hay algo allí en esos objetos para él. Muy contrario a los límites de la observación, el analista está convocado a leer y, si como en una sesión X me dijo “vamos” y me agarró de la mano para luego soltarme… ¿será que podríamos hablar en el autismo de una construcción de la demanda?…

(1)Clase del 16 de enero 2008 del curso de Jacques A. Miller “La orientación lacaniana”.

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