Pokémon Go, ese virtual objeto…

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Voltear por una esquina y encontrarse con una criatura extraña dando brincos del otro lado de la acera, reconfigura la noción misma de paseo en la actualidad. Nos toca pensar, entonces ¿qué es pasear? ¿qué representa perderse en una ciudad? (parafraseando a Walter Benjamin) Las coordenadas del deseo, así como la idea de «encuentro» y «novedad», sufren un giro vertiginoso. Les dejo una entrevista que me hicieron hace pocos días en el programa Presencia Cultural para seguir merodeando a partir de estar preguntas, a la caza de una reflexión posible:

De amor y política

Por José Enrique Ema

Foto: Rodney Smith

Foto: Rodney Smith

Lo difícil no es aceptar nuestra vulnerabilidad, que no somos omnipotentes y que no podemos con todo (algo de lo que tenemos noticia habitualmente). Lo verdaderamente complicado es hacerse cargo de que a veces somos capaces de todo, que una intensidad infinita parasita y desborda nuestra finitud y no podemos quitárnosla de encima diciéndonos que es sólo una ficción construida. Que la verdad tenga estructura de ficción no permite evitar que hable apasionadamente en nuestro cuerpo descuidando incluso cualquier equilibrio apaciguador o placentero. Y no se trata tanto de escucharla para hacerse un saber, sino de construir sus consecuencias para hacerse un sujeto.

¿Cuál es tu noche? Santiago López Petit o la travesía del nihilismo

Por Diego Sztulwark

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no aguanto más la banalidad disfrazada de cultura pretenciosa o el engaño de una militancia política autocomplaciente. Me siento cerca, en cambio, de las vidas que no quieren aparentar

Esta vez no tenemos nada: ni horizontes, ni sujetos políticos…, somos libres

Sólo cabe atravesar el nihilismo, luchar existencialmente contra la entera despolitización de la vida, la filosofía, las militancias. La consumación de la metafísica ha dejado fuera de juego a las antiguas sabidurías del alma. La realidad se ha vuelto Una con el capital. Y hasta el lenguaje ha sido capturado por la máquina que moviliza lo social. Los Hijos de la noche son quienes han aprendido a hacer del malestar la coartada última para no entregarse.

Santiago Lopez Petit habita una zona sombría y anónima, entre la vida y la muerte. Busca en la poesía esas “ideas que tengo y que todavía no sé”. Se trata para él de no ceder en su querer-vivir. Una contracción entre el infinito y la nada capaz de extraer un vector radical para afrontar la ambivalencia dolorosa de lo real. Unilateralizarse, desparadojizar lo real, abrir grietas en las más duras de las rocas. Se combate donde los posibles se agotan, en la imposibilidad. Donde se ha alcanzado una suprema soledad. Donde ha sido necesario poner el cuerpo para evitar que la grieta abierta se nos vuelva a cerrar, allí donde la conciencia querría retomar su síntesis de miedo y consumo. Se lucha contra una vida cuyo ideal sin ideal es la libertad proclamada como yo-marca, y su realización es la maquinaria salud/activismo/autopromoción/estabilidad. La consumación de la metafísica es la realización del nihilismo.

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Sexo, política y lucha de clases

Por José Enrique Ema

sexo, politica y lucha de clasesEl sexo tiene que ver con la política. No solo porque lo sexual está siempre sometido a discusión y conflicto, sino porque apunta a la misma “inconsistencia del ser” que es condición de lo político, de las relaciones de poder que fuerzan/constituyen aquello que no tiene una naturaleza fundamental. Esto es lo inquietante del descubrimiento freudiano: en el corazón de lo humano habita una pregunta sin respuesta definitiva.

Así lo resume Alenka Zupančič*: “Freud descubrió la sexualidad como un problema (que necesitaba una explicación), y no como algo como lo cual se podía explicar todos los demás problemas. Descubrió la sexualidad como intrínsecamente carente de significado y no como el horizonte definitivo de todo significado producido por el ser humano […] Si fuera necesario resumir su argumento en una sola frase, lo siguiente se aproximaría bastante: la sexualidad (humana) es una desviación paradójica de una norma que no existe. Lo sexual no es una sustancia que se ha de describir y delimitar debidamente; es la imposibilidad misma de circunscribirla y delimitarla” (Zupančič, 2013: 27).

Esto no es solo un descubrimiento del psicoanálisis. Marx apuntaba a ello también al localizar una imposibilidad/antagonismo constitutivo, inerradicable, en lo social: la lucha de clases incluso antes de las clases sociales empíricas (no son las clases, o la estructura social ya dada, la que provoca el antagonismo, al revés, el antagonismo es el principio estructurante que causa los grupos en conflicto). Como lo decía Althusser**: “la lucha de clases no es un efecto derivado de la existencia de las clases sociales”. Clases y lucha de clases han sido herramientas útiles para presentar lo imposible de representar. El peligro está en cancelar esta función de semblante para convertirlas en identidad y presencia positiva directa. Y así (sin mediaciones políticas situadas, sin semblantes, sin nombres, ni identificaciones) finalmente no hay política, ¡ni sexualidad!

Esto es precisamente lo que cancela el liberalismo al proponer un sujeto, y una sociedad, sin división/antagonismo, y al considerar la sexualidad como una actividad natural y armónica «desequilibrada únicamente por un acto de represión externa “necesaria” o “innecesaria”, según lo liberal que uno quiera ser» (Zupančič, 2013: 28).

*http://www.traficantes.net/libros/ser-para-el-sexo

**http://www.uruguaypiensa.org.uy/noticia_179_1.html

EMANCIPACIÓN Y REDENCIÓN. Más allá del Estado. Conclusiones.

 Por Martín Uranga

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A lo largo del trabajo intentamos, valiéndonos principalmente del “nuevo pensamiento” de Rosenzweig, cuestionar las bases mismas del idealismo filosófico a través de las relaciones establecidas entre Dios, el Hombre y el Mundo. La alteridad descubierta por Freud en la era científica sitúa una ética de la diferencia que consideramos legataria del discurso monoteísta. Si la primera cuestiona el goce de la neurosis a través de la puesta en acto del orden simbólico, el segundo introduce la hegemonía de la palabra en detrimento de las consistencias de los fetiches paganos. De esta manera, el deseo y el amor, respectivamente, son los articuladores que habilitan la apertura del desgarro existencial, de la singularidad en un caso, y de la comunidad en el otro. La sexualidad y la muerte son los testimonios infinitos de esa desgarradura que las filosofías idealistas de diversa índole se han empeñado en obturar.

Si podemos entender ambas dimensiones como el anverso y reverso de la infinitud que padece el hombre como consecuencia de su falta de unidad originaria, resta por evaluar la dimensión político- social, efecto secular que tiene lugar en la comunidad, según vimos en la Introducción de este escrito, como derivación de la lógica misma del significante. Así, emprendimos el análisis de la alteridad en términos históricos: el Estado. “Mímesis de eternidad”, en términos de Rosenzweig, dijimos que el Estado es la negación misma de la legalidad simbólica. Si, como nos recuerda Bensussan citando a Rosenzweig, “el Estado, ni siquiera por un instante, puede “dejar la espada””, es porque “la guerra es la “única realidad efectiva que conoce.”” Tal es el costo por sostener implacablemente la negación de la Ley. Por lo tanto, en el caso del Estado se trata de una alteridad viciada, debido a que a través de su arma más consustancial, la política (ver mi artículo “Política y Emancipación”), promueve la lógica de una totalidad alienante, “mímesis de eternidad”, que se alza opresivamente sobre la sociedad en su conjunto. Lejos de articular una ética que promueva la comunión en torno al reconocimiento simbólico del desamparo existencial, se erige idealmente como una entidad necesaria y eterna, paternalista y masificante.

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EMANCIPACIÓN Y REDENCIÓN. Más allá del Estado. Cuarta parte.

Por Martín Uranga

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Siguiendo los lineamientos de Rosenzweig, vimos en nuestra introducción que la Redención consistía en la acción de los hombres en el Mundo al servicio de la tramitación de los goces autorreferenciales. Implica la realización ética en acto en términos transhistóricos que, lejos de implicar un movimiento de clausura, conlleva una apertura del espacio desiderativo. Es la irrupción de lo inesperado, de lo inadmisible, de la articulación plena de la castración a través del amor. Constituye el encuentro entre la máxima religiosidad y la vivencia del ateísmo como utopía al fin realizada (ver mi “Lenguaje-Psicoanálisis-Ateísmo-Mesianismo”). Es la posibilidad actual y concreta de lo imposible. Es la Revelación del Padre, ya no mediada por la fe, allí donde su fantasma no deja de desgarrarse. La efectuación de la Redención supone la praxis de los hombres en tanto afectados por la Revelación. Sujetos de la Ley (legalidad simbólica), es desde su puesta en acto que el movimiento redentor adquiere su dinámica. Todas estas consideraciones forman parte de la dimensión que denominamos religioso-comunitaria. Es el área existencial por excelencia. Estamos aquí ante la determinación hiriente del sujeto por la Palabra, que busca su horizonte ético a través de la Ley que se desprende del lenguaje. La Redención tiene lugar a través de la destitución de la idolatría pagana que filtra una y otra vez la Revelación.

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EMANCIPACIÓN Y REDENCIÓN. Más allá del Estado. Tercera parte.

Por Martín Uranga

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El “nuevo pensamiento” de Franz Rosenzweig, haciendo hincapié en la ruptura del idealismo unitarista, nos permite pensar en una estructura de tres originaria (Dios, el Hombre y el Mundo) no reducible ni asimilable. El desconocimiento de estos registros y de las relaciones que de ellos se desprenden (Creación, Revelación, Redención) es inherente a los idealismos de distinta especie (metafísicos, científicos o racionalistas) que, erigiendo la idea de una unidad originaria de la cual derivarían las distintas manifestaciones de la experiencia, evitan confrontar con el desgarro que implican la muerte y la sexualidad en tanto pura diferencia imposible de significar.

Anteriormente, inspirados en Rosenszweig y en los aportes que nos brinda el psicoanálisis, distinguimos tres órdenes de lo humano: a) religioso-comunitario, b) singular-desiderativo, c) político-social. Empezamos ubicando en estos registros tres órdenes de alteridad respectivamente: Dios, el Inconciente y el Estado. Luego, al avanzar en la consideración del Estado como poder negativo, totalizante, y con pretensiones de eternidad, convenimos que su consideración como alteridad se daba no sin cierto forzamiento. Ahora, una vez delimitada someramente la naturaleza falaz del Estado, podríamos decir que sus equivalentes en los órdenes a) y b) serían no ya las instancias de Dios y el Inconciente, sino las del ídolo pagano y la neurosis. Siendo Dios y el Inconciente los articuladores que viabilizan la destitución posible del paganismo y de la patología neurótica respectivamente, prosigamos con el análisis de las vías que históricamente se han propuesto avanzar hacia la desarticulación de la maquinaria estatal.

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Política de lo imposible

Por José Enrique Emaescher gallery

Una política de lo imposible* transforma una situación dada, un determinado paisaje de lo posible, haciendo ocurrir precisamente lo que era imposible para él, el punto clave, sintomático, que era necesario que no ocurriera. Por ejemplo: la gente haciendo política al margen de los representantes políticos en el 15M en España, cuando las coordenadas dominantes identificaban política únicamente con elecciones y parlamentos.

Se trata de un proceso de incorporación de una novedad que excede y desborda sus propias condiciones de posibilidad (incluso a sus protagonistas, que son más un resultado que su causa suficiente). Pero no llueve del cielo, no es el resultado de una decantación más o menos natural de las condiciones latentes o de la aparición de un milagro inesperado. Hay política de lo imposible cuando hay construcción en la práctica de las consecuencias de una irrupción que retroactivamente se reconoce como novedosa.

Por eso la política de lo imposible es sobre todo un asunto de sensibilidad y de trabajo. Está más cerca de la labor atenta al clima y a las condiciones de la tierra para sembrar en ellas, que del voluntarismo ciego y autorreferencial de quien intenta forzar la realidad para que refleje sus idealizaciones teóricas o deseantes.

La sensibilidad pasa por escuchar lo imposible que forma parte de la situación y nombrarlo de otra manera desde las nuevas coordenadas que se proponen. Y ello supone conectar de manera realista con lo que hay (que no es lo mismo que seguir “a pie juntillas” sus normas y reglas, si hablamos de una transformación política es porque aspiramos a que estas sea otras). Se trata entonces de participar en la situación desde un cierto (des)acompasamiento crítico con ella.

El trabajo pasa por hacer viable y durable eso no representable con los códigos de lo que se declara ya pasado. No es suficiente con abandonar lo viejo como si el río de lo nuevo fuera a ocupar espontáneamente el cauce que ha quedado vacío. Es necesario un trabajo paciente de construcción y articulación de lo que no está dado de antemano: las voluntades, las posiciones políticas y las condiciones materiales de durabilidad para ese nuevo escenario político. Por eso hay que ir más allá del mero rechazo a lo viejo y llenar de contenido transformador los relatos y las pasiones para poder sostener la afirmación de una novedad política.

……

*Podemos distinguir dos tipos de imposibilidad. Por una parte aquella, inherente y constitutiva de lo que somos, que nos divide y fractura como plenitud (social o subjetiva); y por otra, la que en el marco de un determinado orden social nos señala que una posibilidad concreta es inviable (auditar y reestructurar la deuda externa de un país en la actual coyuntura política europea). La segunda permite enmascarar “ideológicamente” la primera, como si fuera posible algún tipo de plenitud social (y con ella un criterio neutral sobre sus imposibilidades). Pero no se trataría de plantear ahora que todo puede ser posible (si aceptamos que no hay plenitud definitiva) sino que el resorte que nos permite transformar las coordenadas de lo posible es aquello que funciona precisamente como su imposibilidad necesaria. Y, desde luego, no hay posición objetiva/externa que permita detectar ese punto de imposibilidad. Solo desde “dentro” de un proceso político podemos reconocer retroactivamente las (im)posibilidades que estaban abiertas. Y para ello no queda otra que comprometerse subjetivamente y arriesgar en situación pero sin garantías.

Imagen: «Print Gallery,» de M.C. Escher

EMANCIPACIÓN Y REDENCIÓN, Más allá del Estado. Segunda parte.

Por Martín Uranga

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De acuerdo a lo trabajado en la primera parte, dijimos que el Estado es una alteridad con características diferentes a las conformadas en la dimensión religioso-comunitaria (Dios) y en la singular-desiderativa (Inconciente). Constituye una instancia que lleva en su marca más íntima el signo del pecado, según habíamos señalado siguiendo una ruta benjaminiana de pensamiento. Así, el Estado surge como una estructura de apropiación con pretensiones totalizantes, en detrimento de facultades humanas esenciales que se ven alteradas en beneficio de la maquinaria de goce que su irrupción presentifica. Siendo así, es legítimo preguntarnos hasta qué punto es posible seguir hablando del Estado como alteridad de los seres humanos sujetos a su lógica política.

Pensemos un poco más acerca de la naturaleza íntima del Estado. Si su estructura y origen obedecen a una lógica de expropiación de la libertad y de la capacidad de decisión de las personas, si se conforma como una suerte de Otro detentador de un goce opresivo con distintos grados de simulación según el momento histórico a considerar, pienso que es conveniente cuestionar su carácter de alteridad social. En términos estatalistas, la diferencia se transmuta en jerarquía, la organización comunitaria en centralismo, la autodefensa en fuerzas especiales de represión, la capacidad de decisión en burocracia política, los valores humanos en ideología, la Ley (legalidad simbólica) en derecho positivo, la paternidad simbólica en patriarcado, lo inasimilable de la femeneidad en menosprecio hacia la mujer, la conflictividad en guerra, el malestar existencial en opresión de clase y voluntad de servidumbre (ver Etienne de la Boetie), las identidades y pertenencias afectivas en nacionalismo y espíritu de secta, los agrupamientos humanos en masas homogeneizantes, y la espiritualidad en religión doctrinaria. Su esencia es pagana y atea, sacralizada, autorreferencial, y con pretensiones de eternidad (ver las Conclusiones).

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Vínculo y cuidados: ¿solo con otros?

Por José Enrique Ema

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Las relaciones sociales son la trama en la que nos constituimos los sujetos. Pero en este proceso es imposible que se pueda establecer una relación estable, definitiva y completa entre el sujeto y el mundo social. A la vez que dependemos de los otros, el sujeto emerge si hay separación, corte o discontinuidad en relación a lo social. Las palabras, los afectos, las interpelaciones que vienen de los otros son el material con el que se teje un sujeto, pero son insuficientes para procurar a este una existencia “completa”. No solo es que ocurra así (lo social-relacional falla) sino que es necesario que así sea (con ese fallo “acierta”). Por eso la interdependencia y el cuidado no logran completar una vida.

Pero si no hay completud en y desde lo social no es porque haya una sustancia íntima e individual que se resista a ello, sino porque, como no la hay, somos ya, desde el principio, imposibilidad de completamiento. Gracias a esto puede haber sujeto, decisiones que tomar y capacidad de actuar; justo porque no hay causa, ni social, ni individual, suficiente para determinar nuestras acciones. Podríamos decir, que en el sujeto habita una imposibilidad singular que no puede explicarse totalmente por sus relaciones, incluso por ese tipo de relación social que es uno mismo. Esto es la condición de la ambivalencia en la interdependencia y en el cuidado. Necesitamos el reconocimiento, pero también la separación y la autonomización, del otro. No todo puede o debe pasar por el otro. Seríamos un mero objeto para los otros, o lo serían los otros para uno mismo, alienado completamente al otro sin ningún límite, como cuidador o como (quien es) cuidado.

Podríamos decir entonces que no todo es cuidable y que, por ello, cuidar supone también descuidar un poco. Tenemos noticia de esto cuando nos confrontamos con ese punto de soledad inerradicable que nos impide reconocernos completamente en, o por, el otro que nos cuida o al que cuidamos. No todo en nuestra tristeza, envejecimiento, desamor… es cuidable, ni por el otro, ni ciertamente por uno mismo. No todo de nuestra finitud es restituible, ni por los otros, ni por el consumo, las pastillas o los “me gusta” en facebook. El cuidado tiene su límite y su condición en la construcción de una distancia con los otros y con uno mismo (con la soledad intransferible que vacía nuestra intimidad más íntima). Esta distancia nos separa pero es también el terreno del vínculo social en el que aprendemos a hacer con los otros y con uno mismo sin la aspiración a resolverlo todo, a cancelar las diferencias, o a encontrar un acomodo definitivo en algún tipo de armonía o equilibrio feliz.

Se trata, en definitiva, de inventar una manera de hacer con esto, extraño pero íntimo, que no se deja gobernar por relación alguna y que a la vez es constitutivo de lo que somos. Y ello no puede ocurrir sin otros. No solo sin aquellos con los que ponemos, y hacemos, en común (con) nuestra soledad, sino tampoco sin uno mismo como otro para sí.