Leer con Joyce

(Notas de una presentación: El tejido Joyce)[1]

Por Hugo Savino

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“Componer no es poca cosa, es poner en forma” (Joèlle Léandre)

El Tejido Joyce es intempestivo. Siempre se esperan libros sobre Joyce. Pero este libro no es sobre. Es con Joyce. Tiene esa fuerza. De lo que nadie espera. No se puede contar por teléfono, para tomar la expresión de Néstor Sánchez. Tampoco se puede poner en ese otro comodín llamado acontecimiento. Si no cae en los soportes del comentario, es porque se entregó al ritmo de lo desconocido. Porque leyó Retrato de artista adolescente como un poema. Desde el poema. Lector acostumbrado a pasearte por el paisaje del patrimonio, o por el paisaje de los “pensadores estrellas de cada época”, no entres aquí. Intempestivo porque irrumpe en un paisaje saturado de retóricas joyceanas – y no solo por eso, también porque piensa lo desconocido, porque inventa lectura. El tejido Joyce pasa por la puerta de esa selva y se inscribe en una subjetividad, firmada Zacarías Marco, la firma en la tela, como decía Charles Péguy. Es un libro que no pudo no ser escrito. Es enunciador como todo poema. Zacarías Marco lee su lectura Joyce y la escribe en español. Lo trae de una periferia a otra periferia. Lo saca de la moda del patrimonio y lo pone a bailar. Lo lee escribiendo. Y mientras lo escribe se lee. La palabra tejido se hace frase. Va abriendo su sentido poco a poco, y cuando parece que llega, ese sentido empieza ese a deshacerse y a hacerse otra vez. Indefinidamente. Es un libro en movimiento.

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Entrevista con Raymond Federman.

Traducción: Hugo Savino
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Raymond Federman II

Nota introductoria:

Esta entrevista forma parte de la edición francesa de La voix dans le debarras/ The voice in the closet. Uno de los textos mayores de Raymond Federman. En el prólogo de Marc Avelot hay una cita de Gérard Bucher sobre el libro de Federman: “la horrible iniciación de un niño triturado por un crimen anónimo, premeditado, colectivo”. Y Marc Avelot dice que esta novela es “una experiencia crítica.”  Nada más preciso. Federman escapa de los límites del realismo, por eso su novela es tan difícil de leer. Federman no chapotea en lo indecible. Ni en lo intraducible. Esas nociones le son ajenas. Sólo sabe que tiene que escribirlo, y escribir lo que sabe y lo que ignora.

HS

Entrevista con Raymond Federman. Raymond-Federman-La-voix-dans-le-debarras

Génesis de La voz en el desván

La primera característica sorprendente de La voz en el desván es su bilingüismo. ¿Qué relación mantienen las dos “versiones” de The Voice/La voix (La voz)?

Es muy importante leer las dos versiones, porque, contrariamente a lo que una lectura rápida podría hacer creer, ellas no coinciden.

En primer lugar escribo la versión en inglés. Cuando empecé este texto, deslicé la hoja de papel en la máquina de escribir no verticalmente sino horizontalmente. Por esto, disponía de un espacio más amplio para escribir y dividí la página en dos columnas. La columna de la izquierda tenía su título – THE CLOSET, y la columna de la derecha – THE VOICE. El texto de la columna CLOSET poseía mayúsculas y una puntuación normal: era una narración que seguía las reglas de la gramática y de la ortografía. Contaba la historia del CLOSET. La escritura de la columna VOICE era, en lo que a ella concierne, una manera de monólogo interior sin puntuación sin mayúscula – una suerte de delirio verbal.

Tenía alrededor de veinte páginas escritas de esa forma. No iba mal, pero me daba cuenta de que algunas palabras o grupos de palabras de la columna CLOSET muy bien podrían estar en la columna VOICE – y viceversa.

Y además, de golpe, algunas líneas de la columna de la izquierda empezaron a atravesar la página para unirse a la columna derecha… Por lo tanto decidí continuar así – con líneas enteras de palabras que atravesaban toda la página. No estaba mal.

Pero un día me dije: “Federman, ¡sos un boludo! ¿Por qué separar el CLOSET de la VOICE? La Voz está en el Desván!”

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Los sonidos de Chabuca*

Por Wili Jimenez

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“Los sonidos de Eros, un recorrido por la obra de Chabuca Granda” es un ensayo en el que la psicoanalista y escritora Ani Bustamante se ha adentrado en la dimensión humana de Chabuca Granda.

Entrevistada por LaMula.pe Bustamante explica que la obra de Granda aborda “lo femenino y su relación con lo masculino, ese es el latido de fondo. La pregunta por el cuerpo y sus resonancias a través de la música y la letra. Esto aparece a partir de algunos ejes más obvios como la añoranza, el recuerdo, el sonido, lo femenino y el mestizaje”. En su obra, lo dice Bustamante, lo andino, lo negro, lo europeo están presentes, prima su apertura a lo del otro. ¿Qué cantaría hoy Chabuca?, le pregunto.

“Esa pregunta hay que responderla desde el ‘mito’ Chabuca que cada uno va construyendo a partir de profundizar en su obra. Yo creo que Chabuca cantaría, por ejemplo, al amor en todas sus formas -aunque eso ya lo hizo-, y nos haría recorrer caminos para pensar la libertad de la mujer para decidir sobre su cuerpo, las uniones del mismo sexo, la globalización y el consumo. En fin, habría que reformular tu pregunta y decir: ¿qué canta Chabuca en nosotros, después de escucharla con detenimiento?”.

CANTE USTED, DOCTORA

Bustamante se dedica a la investigación de las relaciones entre arte, filosofía y psicoanálisis. Que forman una fina trama es algo que “sabemos desde Freud, quién nos muestra cómo el arte está siempre un paso adelante. Por eso la relevancia de la tragedia griega, de Dostoievski, Shakespeare. La filosofía como posición crítica y elaboración conceptual; como esa mayéutica socrática que inspira al psicoanalista; siempre en relación compleja y problemática. Todo aquel interesado por el psicoanálisis, participa de alguna manera con este tejido entre arte y filosofía”.

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Henri Meschonnic, viajero de la voz

Por Hugo Savino

Lo oscuro trabaja[1]

456                                                                                    Para Rodrigo Grimaldi

“Dale la voz a la mirada”.

Jack Kerouac

 (Viejo Ángel de Medianoche)

“Comparativamente la importancia de la crítica ocultó los poemas, sobre todo en la medida de la resistencia que este pensamiento provocó. Verificación empírica de que el pensamiento hace mal, y en primer lugar, socialmente, al que trata de pensar. Pero el poema, tal como lo entiendo, transformación de una forma de vida por una forma de lenguaje y de una forma de lenguaje por una forma de vida, comparte con la reflexión el mismo desconocido, el mismo riesgo y el mismo placer, el mismo pito catalán a los lugares comunes de lo contemporáneo. Puesto que no se escribe ni para gustar ni para no gustar, sino para vivir y transformar la vida.” (Henri Meschonnic, Discurso de recepción del premio de literatura francófona Jean Arp, 4 de marzo del 2006. Estrasburgo.)

Lo oscuro trabaja llega con sus fechas al pie del poema. A veces fecha y lugar. Las fechas no son la cronología. Lo circunstanciado no es una simple información de lugar. Fecha y lugar son un viaje. De la voz y del cuerpo, juntos. Lo oscuro trabaja empezó su viaje. Ya está en el poema Meschonnic. Si no reducimos y dividimos  su obra en géneros: poesía, ensayos, traducción. Meschonnic no escribe poemas circunstanciados.  Responde “siempre / a lo que veo/ incluso si no entiendo/ ante un muro”  – 1 de marzo del 2008. Toco este muro, este libro. Lo leo. Intento una respuesta. La vía claudeliana. Lo oscuro trabaja: viaje y visión, envío. Lo ínfimo hilado en la frase, de frase en frase: “más ínfima es la diferencia, más grande es su fuerza”. Meschonnic tiene “la mano llena / de lo que no conozco” – 1 de marzo del 2008, escribe hacia ese lugar desconocido, y hacia ese desconocido que lo espera del otro lado de la mesa. Que tiene también las manos llena de lo que no conoce.

Nota: Murena era experto en capúa, en mafias, la palabra la sacó de Paul Claudel. Meschonnic es otro experto en intentos de borraduras o borramientos. Las leyó en sus poemas, en la traducción de la Biblia. Las expuso. El ser se puso nervioso. El partido del ser quiere liquidar a Murena. Le busca el pelo en la leche a Paul Claudel. No le gusta la caca de paloma que aparece a la mañana tempranísimo en el verbo ser, adora la higiene, pero lo inauténtico se le sube a la silla, quiere ponerle una barrera a la traducciónMeschonnic: “No me gusta el verbo ser. Por varias razones, de las cuales algunas son serias y otras, lúdicas. La más seria es ésta: ser me parece terriblemente aferrado a su mayúscula inicial, el Ser. Y ahí, pienso en Heidegger y saco mi revólver – metafísico, ni hay ni que decirlo. Ahí me digo que rozamos al mayor enemigo de la vida, que es el esencialismo, o el realismo lógico, la esencialización de las abstracciones.” (Henri Meschonnic, Seo in Deo esse, trad. Rodrigo Grimaldi).   La máquina de narrar, abstracción en la pompa de jabón, vasta operación de mercado que se hace pasar por crítica, se pretende la única narración, y sólo narra la discontinuidad. ¡Insistan! Si quieren (se entiende, el sueldo está en juego): pero los escritores no narran, escriben, se lo recordamos, a ese maniquí maquillado de honestidad, cuídense de la honestidad conspiradora decía Jack Kerouac, que ocupa todo el terreno.  Es casi obvio decir que el poema Meschonnic se incorpora a la lista de lo que hay que liquidar. Para mantener el orden.

Henri Meschonnic viaja hacia las palabras en la frase. Ver vidas, “cierro los ojos / veo vidas” – el 24 de julio del 2008, en el tren hacia Montpellier, por Lodève.

Escribe en la rueda del tiempo, envuelve el vacío con sus frases, le ve la cara al tiempo: “el tiempo es un rostro / más un rostro/ sin fin / en no reconocer a nadie/ salvo los rostros / de aquellos/ que transforman el tiempo/ y es a ellos a/ quienes espero” – 14-19 de abril del 2008. Este viaje por el poema contra las retóricas en uso, hacia el rostro que me transforme, hacia el poema, y también contra las falsificaciones, sobre todo contra la falsificación de la historia. El viaje hacia para saber que “no me sabía / tan diferente de mí mismo”  – 7-8 de mayo del 2008. Ir: no,  ser:  “no sé pero sé / adónde voy lo que hago / es todo lo que no sé / lo que escucho / en mi voz en tu voz / desde que nos oigo / en mi voz en tu voz “ – 16 de noviembre del 2008, en el avión hacia Montreal, y el 29 de noviembre. Henri Meschonnic es un cazador de visiones, de bellezas bíblicas, de “pájaros que ve” y lo “atraviesan”  – 9 de mayo del 2008,  escribe con los “ojos cerrados” – 9 de mayo del 2008 las visiones del oído.

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Comentario del libro La fe en el Nombre (Biblos, 2012), de José Milmaniene.

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Por Martín Uranga

La fe en el Nombre”, el nuevo libro de José Milmaniene, se inscribe dentro de la tradición más radical del legado freudiano: va al fundamento. Si Freud nos presenta en “Tótem y Tabú” y en “Moisés y la religión monoteísta” el corpus ético del psicoanálisis que se asienta sobre la égida de la Ley del Padre, es porque pensar las condiciones de efectuación del sujeto del inconciente remite de manera insoslayable a la estructura del lenguaje y a sus modos socio-históricos de expresión.

Así, consecuente con la labor de nominación de los significantes esenciales que Freud empezó a delinear al escuchar al sujeto de la modernidad que surge como efecto del discurso científico, Milmaniene emprende la imprescindible tarea de recrear las ficciones simbólicas esenciales, causa y efecto del progreso en la espiritualidad, en tiempos en los que la posmodernidad cuestiona las bases éticas que hicieron posible la emergencia del sujeto del deseo interpelado por la diferencia. Pareciera que el autor advierte que si en nuestra actualidad el lugar del Padre es cuestionado transgresivamente por las políticas de goce que promueven el retorno del protopadre, es necesario entonces encausar, a través de un ejercicio lúcido de escritura, un trabajo de simbolización que auspicie desde la inventiva y el creacionismo significante el reposicionamiento de los axiomas fundamentales puestos en cuestión por las recaídas pulsionales de nuestra época. De esta manera, Milmaniene no se contenta con reafirmar el lugar primordial del Padre en el abordaje del sujeto del inconciente, sino que entiende que es necesario situar el soporte escriturario que lo revela: el Nombre.

Si el psicoanálisis promueve la escucha atenta del sujeto causado por el encuentro con la diferencia, suposición inherente a la puesta en acto de la estructura simbólica, es necesario entonces situar aquello que nomina al lenguaje como tal. El nombre del lenguaje, escritura de imposible enunciación que entraña la potencialidad de la pronunciación de infinitos enunciados, constituye de este modo la instancia fundante de la letra. Así, inaugurando la revelación heterónoma de la alteridad, conmueve el universo narcisista y arroja al ser al exilio peregrinante que transcurre a través del mundo desiderativo escandido por el devenir significante. La revelación del nombre del lenguaje, expresado históricamente por los relatos que testimonian acerca de la singular experiencia del pueblo judío, implica, en términos de Freud, un salto cualitativo en el progreso en la espiritualidad, que supone el pasaje del mundo idolátrico y fetichístico de las imágenes que recrean un mundo cerrado en sí mismo, al encuentro traumático con la diferencia que se revela a través del tetragrama impronunciable signado por las letras del Nombre.

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Comentario al Libro "Los Pliegues del Sujeto"

 Por Miguel Ángel Alonso
 
 

Los heterónimos
Estamos ante el escenario dramático de los heterónimos, pero quizá no todos están familiarizados con la lectura de Fernando Pessoa. Por eso, quizá convenga aclarar qué son los heterónimos. Son personajes que el escritor portugués sentía nacer realmente dentro de su ser, ya desde muy temprana edad, independientes de su voluntad, con su fisonomía, sus fechas de nacimiento y de muerte, diferentes de las del mismo Fernando Pessoa, y lo que es más relevante, con sus voces propias y sus obras propias, con las cuales entran en conexión recíproca, tanto amistosa como polémica, así como paternal, a través de presentaciones y comentarios que unos realizan sobre la posición de los otros en el mundo, pero también participan de forma muy viva en la realidad social, muchas veces creando polémicas que     sacuden el ámbito cultural y político portugués.
Son autores siempre relacionados con la escritura, literarios, prosistas, poetas, filósofos, etc. Los principales heterónimos son los poetas Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos, el prosista y semi-heterónimo Bernardo Soares (Fernando Pessoa dice sobre Bernardo Soares: “soy yo menos el raciocinio y la afectividad”), y el poeta ortónimo, el nombre propio Fernando Pessoa, además de toda una pléyade de personajes que fueron apareciendo a lo largo de su vida, como Caballero de Pas, surgido cuando todavía era un niño de seis años, Alexander Search, el heterónimo que escribía en inglés, o el filósofo Antonio Mora, por citar alguno de los más significativos. A todos ellos se refiere Ani Bustamante, y de los principales, los cuatro primeros que mencioné, realiza un exhaustivo, brillante y didáctico análisis en el final del libro.
Hay que decir que todos ellos trasmiten una poderosa sensación de ser personajes reales, tanto para el propio Pessoa como para quien los lee. De ello puede darnos buena cuenta el hecho de que el mismo José Saramago haya escrito una novela O ano da morte de Ricardo Reis en la cual el poeta Ricardo Reis, uno de los heterónimos, regresa de Brasil, y se encuentra con su creador Fernando Pessoa, con el cual mantiene un amplio contacto y un suculento diálogo hasta el momento de su muerte.

Comentario del libro: Extrañas Parejas de José Milmaniene

Por Martín Uranga

Con la nueva edición del libro Extrañas parejas (Biblos, 2011) de José Milmaniene, asistimos a la renovada posibilidad de adentrarnos, a partir de la penetrante escritura de su autor, en el cotidiano universo de la psicopatología de la vida erótica. Si Milmaniene sitúa desde las primeras páginas del texto que el ordenamiento diferencial del mundo simbólico está signado por la oposición esencial entre lo masculino y lo femenino, es porque su abordaje del universo erótico constituido entre los seres parlantes, se ancla en el núcleo central de la teoría freudiana que ubica al complejo de castración como pivote nuclear del proceso de subjetivación. El acceso a la irreductible dimensión de la alteridad, auspiciada si y sólo si a través del reconocimiento de la diferencia sexual, habilita el devenir desiderativo neurótico, así como su recusación en sus diferentes modalidades da lugar a las posiciones existenciales propias de la perversión y de la psicosis.

El sujeto acontece como sexuado a partir de su inscripción significante que lo sitúa en torno a lo real del sexo y de la muerte. De esta manera, el pasaje por la castración simbólica, que evoca el núcleo no simbolizable de la polaridadmasculino/femenino, constituye el operador lógico que posiciona al existente como efecto de un discurso que padece de la insuficiencia estructural de dar cuenta de manera acabada del binarismo sexual signado por la diferencia sexual anatómica. Allí donde el neurótico reconoce la diferencia sexual, no sin un anclaje de un residuo fetichístico renegatorio que da cuenta de la imposibilidad de simbolizar la diferencia como tal, el perverso la reniega a través de la persistencia de la sustancialización del fetiche en el lugar de la falta. Mientras que el psicótico, por otro lado, no puede sino ver un pene en el Otro materno por la identificación indisoluble entre el falo y el órgano viril masculino que lo sumerge en un abigarrado mundo imaginario donde la simbolización de la diferencia no tiene lugar alguno. De esta manera, la oposición binaria masculino/femenino en tanto dato constitutivo de la diferencia esencial que inscribe el orden simbólico, puede sufrir distintos avatares según la modalidad de atravesamiento del complejo de castración. En este sentido, como efecto de las distintas posiciones existenciales que se entrecruzan dialécticamente desde las marcas singulares de cada sujeto, así como a partir de las diversas formas de elaboración subjetiva de los núcleos traumáticos que resisten la metabolización simbólica de lo real del sexo, se articula históricamente la enrevesada psicopatología de la vida erótica en la que Milmaniene propone situarnos a través de su lúcido texto.
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Los Pliegues del Sujeto, Una lectura de Fernando Pessoa

Por José Milmaniene

En este logrado texto Ani Bustamante  despliega una rigurosa revisión de   la teoría psicoanalítica del sujeto, a la que enriquece con el estudio de la obra poética de Fernando Pessoa, la que opera como ejemplo alegórico privilegiado de la misma.

La autora está persuadida que el psicoanálisis actual debe repensar  la subjetividad  a la luz de los renovados aportes filosóficos, artísticos y literarios,  que no sólo exponen en acto lo enunciado conceptualmente, sino que aportan  la riqueza existencial que deriva de la conjunción del Saber con la Belleza.

 Se trata pues de un texto que propone una intertextualidad fecunda entre el campo freudiano y el evento del lenguaje, lo que genera un efecto inédito de placer, que deviene del plus de sentido que se  gesta cuando se articula  la teoría con  el decir poético de Fernando  Pessoa.

En la primera parte la autora desarrolla con lucidez el complejo proceso de constitución subjetiva, a la luz de los aporte de Freud, Lacan, Winnicott y Deleuze.

Además de una exhaustiva exposición de los lineamientos teóricos de estos autores, Bustamante despliega el original concepto de pliegue subjetivo. Si bien se trata de un  nombre teórico de filiación deleuziana, Bustamante  lo articula con el corpus freudo -lacaniano, lo que le otorga una mayor potencia clínico-existencial.

Los pliegues  definen la particular arquitectura simbólica del sujeto, constituido por  bordes, torsiones, cortes, discontinuidades, corrientes libidinales, intervalos significantes, litorales, nombres y vínculos objetales.

Esta compleja estructura se despliega en ejes temporales signados por la resignificación a posteriori,  en un espacio fantasmático que si bien se puede formalizar  por modelos topológicos, encuentra en las metáforas poéticas su campo de expresión privilegiado.

Se trata de  un sujeto facetado, hecho de heterónimos- sean estos latentes o manifiestos –  y de rostros múltiples, que no acepta ninguna totalización ni síntesis unificada.

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Comentario del libro La ética del sujeto, de José Milmaniene

Por Martín Esteban Uranga

la ética del sujeto

José Milmaniene

El nuevo libro de José E. Milmaniene, La ética del sujeto (Biblos, Buenos Aires 2008), nos convoca a involucrarnos con una problemática crucial del psicoanálisis que la contemporaneidad devela con elocuencia: el sujeto y su estatuto ético en tanto fundamento y horizonte de nuestra praxis.
En El tiempo del sujeto el autor situó las coordenadas simbólicas que habilitan el devenir temporal del sujeto, mientras que en El lugar del sujeto nos habló del topos a partir del cual el existente realiza su aventura desiderativa. Ahora, en el cierre de la trilogía, con La ética del sujeto, Milmaniene aborda el hecho capital. Si el sujeto se realiza y adviene en el tiempo y el espacio, signado por la palabra, es en tanto y en cuanto su estatuto mismo es consustancial al universo discursivo y a la ética que la presencia del significante impone. El sujeto es tal, si y solo si se constituye éticamente.

El libro transcurre a partir del entrelazamiento de citas de diversos autores, como es habitual en la práctica escrituraria de Milmaniene. De este modo el autor se adentra como articulador de un coro polifónico de discursos, en la problemática de la eticidad de un sujeto que encuentra amenazada tal condición en el contexto de un escenario cultural que pregona la transgresión como normativa y el goce como única política posible. El nuevo malestar en la cultura testimoniado según una clasificación que hace el autor por el auge de las patologías del goce o vacío, las perversiones, la violencia, el fundamentalismo y el misticismo que se desentienden del Otro, conlleva el colapso subjetivo que denuncia a la vez que consuma la degradación del principio ético. La preocupación por la contemporaneidad se conjuga con la necesidad de reafirmación de los presupuestos fundacionales de la práctica analítica, y es consecuente con esta dinámica que el texto entrame las referencias de nuestra experiencia socio-cultural actual con los basamentos mismos del psicoanálisis. Es así como luego de ligar la ética del psicoanálisis a la tradición judaica nos dice: “Esta posición ética resulta más necesaria aun en la actualidad, dado que la pasión por lo real de los siglos XX y XXI ha entronizado la hegemonía de lo ilimitado en detrimento de la vigencia libidinal de la cuatriplicidad, como escribe Milner.”

La elaboración dialéctica y creativa que implica la puesta en relación de los fundamentos del psicoanálisis con sus desafíos actuales, así como la conceptualización de la contemporaneidad articulada a sus manifestaciones concretas de padecimiento subjetivo, es lo que evidencia que estamos ante un texto clásico y actual, teórico y clínico.

El esfuerzo y la rigurosidad con que Milmaniene sitúa las coordenadas éticas del sujeto lo relanzan una y otra vez a la clínica. Así como en los primeros capítulos del texto nos habla de las condiciones subjetivas de nuestro tiempo desde una mirada aguda y crítica sustentada en su posicionamiento ético y existencial. En el apartado “Ética y cura psicoanalítica” da cuenta de las encrucijadas clínicas concretas con que un analista se confronta en la relación con un analizante. Su posición frente a la relación con la muerte, con la diferencia sexual y con la paternidad, que considera como las tres problemáticas cruciales que deben atravesarse y elaborarse en un análisis, está impregnada de la densidad existencial con que piensa los fundamentos mismos de la subjetividad en términos éticos. Asimismo, la dimensión intertextual del libro, lo erige en un lugar que contribuye a reposicionar al psicoanálisis como ciencia conjetural del sujeto que requiere necesariamente del abordaje interdiscursivo. Ahora bien, si de pensar al sujeto y de intervenir terapéuticamente sobre él se trata, resulta indispensable interpelarlo en su propio fundamento. Adentrémonos entonces en el eje central del libro: la cuestión ética.

La ética del sujeto tal cual lo entiende el psicoanálisis, deriva para Milmaniene de la ética de la Ley simbólica introducida por el judaísmo. De esta manera, toma como paradigma el decálogo para dar cuenta del carácter externo y traumático de la imposición de la Ley. Fundado a partir de una alteridad que lo interpela, el sujeto enuncia “¡Heme aquí!” afirmando el mandato ético de cuidado y preservación de la otredad. Reconocimiento de la otredad y subjetivación de la Ley configuran de este modo los pilares fundacionales de la constitución del sujeto.

En su libro El Holocausto Milmaniene nos confrontó con la crueldad y la barbarie producto del odio forclusivo de la ley y del avasallamiento de la otredad que la sustenta. Ahora, en La ética del sujeto, nos advierte de la necesidad perentoria de la reconstitución de la dignidad subjetiva en una época como la nuestra que denuncia con su neopaganismo militante, las secuelas activas de la brutalidad de los dioses oscuros que reinaron en Auschwitz. De aquí la necesidad del autor de testimoniar el mal de su época denunciando las prácticas idolátricas y narcisistas que avasallan el basamento mismo del sujeto ético. El sujeto se constituye en acto, y siendo ético el estatuto del sujeto no puede ser sino ética la dimensión del acto que le es inherente. En referencia a la estructura del acto ético dice el autor, siguiendo los desarrollos de Slavoj Zizek: “Definimos entonces el acto ético como aquel que suspende la subjetivación forzada de la deuda simbólica, y su consumación decidida y responsable implica el momento en el cual uno se «desprende» transitoriamente del vínculo convencional con el «gran Otro»”. Queda dicho de este modo que el acto ético no supone la alienación en los enunciados morales, debido a que “…no sólo no se constituye como respuesta a ninguna súplica ni demanda del prójimo especular, ni tampoco como respuesta a la llamada del Otro insondable, sino que consiste en una intervención sorpresiva e inédita que cambia las coordenadas de la realidad existentes, así como la percepción de los parámetros de lo que era posible hasta ese momento tanto como la concepción de lo que se considera «el bien»”. Esta dimensión de “desprendimiento transitorio del Otro” es lo que hace que el acto sea en soledad ya que “en el acto que nos ocurre –sorpresivo, sin soporte fantasmático alguno, producido de la nada- el sujeto dividido se ubica a sí mismo como su propia causa, incapaz por ende de subjetivarla totalmente”. Ahora bien, el “sujeto que ha franqueado la tiranía de lo Mismo” no es sin el Otro. Se desprende la pregunta: ¿cómo conciliar la dimensión de otredad constitutiva y constituyente del sujeto con el hecho de que el acto subjetivo debe prescindir de la misma?

Estamos frente a un impasse que Milmaniene buscará atravesar sustentado sólidamente en la filosofía de Emmanuel Levinas. Volverá a acentuar una vez más el reconocimiento de la alteridad como inherente a la ética para enunciar: “Este reconocimiento de la alteridad, que distancia de toda tentación a la captura especular, supone lo «Absolutamente-Otro» levinasiano, e implica el nombre de la referencia simbólica absoluta (el Padre Muerto, Dios).” Es decir, el sujeto instituye su acto en soledad desprendiéndose transitoriamente del Otro de los enunciados, lo cual no implica que su soledad no esté signada por la presencia de la ausencia del Padre que en tanto muerto confirma desde su desvanecimiento el desamparo radical que el sujeto deberá confrontar con su acto. El acto ético, de este modo, supone la subjetivación de la inanidad del ser en tanto y en cuanto fue afectado por la palabra de lo “Absolutamente-Otro”. No se trata que lo “Absolutamente-Otro” se constituya en Otro del Otro sino más bien que lo “Absolutamente-Otro” queda delineado por el rastro/rostro evanescente que sitúa un inasimilable lugar de enunciación en el punto de desfallecimiento de los enunciados. Horizonte del puro decir que se abisma inasible y de modo radicalmente transontológico sobre la caída del cuerpo textual de los dichos. Dice Milmaniene: “La voz ética del Otro resulta entonces nada más que un llamado sin contenido positivo alguno, que no ordena ni garantiza nada, sólo una pura enunciación sin enunciado que convoca al sujeto a la entrega responsable, más allá de la culpa.”

No caben dudas que para el autor La Ética Del Sujeto tal cual lo aborda el psicoanálisis, es la secularización de la ética judía. Dice al respecto que “la ética secularizada retoma esta dimensión de la fe en el renovado pacto con la palabra”. El acto ético es redentor, y en este punto el autor conjuga de manera admirable la práctica analítica con la utopía mesiánica, “¿No se trata acaso en el análisis de una suerte de mesianismo laico, en el cual el sujeto se «redime» del goce y se libera de la culpa a través de sus actos, asentado en la convicción –que no es certeza- del deseo responsable como condición de la libertad?”. Milmaniene nos habla del “renovado pacto con la palabra”, pero ¿sobre qué dimensión de la palabra se asienta la redención? La “palabra de la ley” y la “palabra de la fe”, aparecen así desde la referencia a Agamben como puntos de tensión entre la ley y la gracia que será desplegada y enriquecida con las referencias hechas al cristianismo. Así como en su libro La función paterna Milmaniene nos familiarizó con los excesos inherentes a la ley expresados a partir de los complementos obscenos y superyoicos, en esta oportunidad nos habla de los excedentes de la ley pero no ya en el terreno patológico sino en términos de amor y gratuidad del don que actúan como sostén mismo de la ley. Dice el autor en referencia a la consumación mesiánica que equipara a la “utopía psicoanalítica”: “Se trata, en suma, de la ley basada en la promesa del amor redentor y en la gracia (hésed, en hebreo) que es bondad piadosa entendida como don, y que reemplazará a la ley de los mandamientos y las obligaciones. En tales circunstancias ya ninguna norma obligará al sujeto sino sus propias convicciones éticas, producto de la máxima interiorización lograda de la Ley, que ya es la Verdad del amor.” El acto redentor entonces, si bien implica “aceptar lo irremediablemente perdido” a partir de una lograda interiorización de le ley que implique el “complejo movimiento que en psicoanálisis se llama asunción de la castración”, se inscribe como tal “en el excedente irreductible de la ley que es la gracia (charis).” De este modo “se podrá crear un mundo en el que ya no habitará un sujeto alienado en el Otro, sino que será liberado en tanto habrá accedido a la máxima autenticidad, como lo postula la redención cristiana y lo sostiene también la utopía psicoanalítica”.

Milmaniene tiene la audacia de hablar de utopías en un universo cultural que pareciera haber renegado de ellas. Porque sabe que en palabras del poeta, “sin utopía la vida sería un ensayo para la muerte”. Su profundo humanismo apela a que desde una “posición existencial sublimatoria”, podamos trascender el ensayo para actuar de primera mano en el terreno de las realizaciones desiderativas sin especulaciones ni garantías subjetivando la finitud pero sin fetichizar la muerte. Absteniéndose de consuelos neuróticos frente al inexorable final pero enfrentando del mismo modo las posiciones melancolizantes, nos convoca a reproponer las utopías sin caer en un idealismo estéril. Porque la utopía psicoanalítica que inscribe en el linaje de las utopías mesiánicas, es la aspiración ideal pero concreta de la nunca del todo acabada asunción responsable de los deseos que requiere de la deposición dolorosa pero auspiciosa de los goznes del narcisismo con la pulsión de muerte. Milmaniene no escribe desde la fría mirada del académico, del tecnócrata o del crítico social, sino desde una profunda humanidad que da cuenta de alguien que involucra su propia existencia en aquello que escribe. Ya dio muestras de una exquisita sensibilidad en Clínica del texto que se relanza ahora con todo vigor y desgarro en un texto sin concesiones con los “cantos de sirenas” emitidos por los apologetas de la posmodernidad. Su existencialismo fundado en la ética monoteísta, repropone una ética de la responsabilidad que se erige con valentía, sabiduría y contundencia frente a los pregoneros de la conversión del psicoanálisis en una “ética de la libertad” fundada en última instancia en el narcisismo que aliena al ser.

Un libro imprescindible, urgente y necesario que nos hace sentir vivos y humanos en toda su dimensión. Confrontándonos con los lados mortíferos y oscuros del ser y la (des)cultura, nos alienta sobre todo a no ceder en nuestro imperecedero deseo de ética para poder transformar la ética del sujeto en un sujeto de la ética que asuma activamente la sumisión constituyente a la Ley y la gracia. Decía Miguel de Unamuno: “¿Queréis novedades? Leed a los clásicos.” José Milmaniene lo es. Busquemos en su generosa y lúcida escritura las eternas novedades pasibles de ser genuinamente anunciadas sólo desde una posición humanista como la suya, que desde la recreación permanente de los presupuestos fundacionales de la subjetividad nos propone una y otra vez aventurarnos responsablemente en la travesía ética de la existencia.

Fuente: El Sigma

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