El sexo, el amor y la muerte. Nuevo libro de José Milmaniene

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Este libro trata de la búsqueda del objeto ausente que colme, en tanto figuración del amor edípico inolvidable, todos los deseos y repare todas las heridas. De modo que, en determinadas circunstancias –signadas por el determinismo azaroso de lo Real–, el ausente adquiere un rostro y un nombre, y con él que se entablan vínculos caracterizados tanto por la dimensión sublime del amor como por el goce letal de las pasiones. Aquí se despliegan las vicisitudes de estos singulares encuentros entre los cuerpos del deseo –destinados a las pérdidas y a los duelos– que configuran verdaderos campos de batalla ente el verbo que es promesa y la carne que es destrucción. Se exponen, así, los conflictos entre la dimensión simbólicamente estructurante de la sexualidad, que genera lenguajes, intercambios y pactos; y la desestructurante, inherente a la dimensión letal del orden pulsional. 
En estas páginas se trabaja el vínculo indisociable entre el deseo el amor y la muerte, en temas como la moda, la prostitución, el matrimonio, el teatro, la religión, el Padre, la Ley y la cura. José E. Milmaniene produce una interesante articulación entre el discurso psicoanalítico y otros campos del saber a partir de autores como Walter Benjamin, Giorgio Agamben, Jacques Derrida, Slavoj ŽZizek, Massimo Recalcati, Jean-Luc Nancy y Georges Didi-Huberman, entre otros.
Se trata, pues, de un texto que transmite con claridad la trascendencia del nombre teórico de castración, que da cuenta de todos los avatares y las vicisitudes de las diferentes condiciones existenciales y estructuras psicopatológicas, que derivan en última instancia de la tensa imbricación de la libido con la pulsión de muerte.

Ficha de Libro

Sobre La Clausura del Amor de Pascal Rambert

Por Ani Bustamante

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Pocas veces se experimenta en (y con) el teatro una entrega semejante a la que asistimos en La Clausura del Amor: estallidos de fibra sin-nombre, ecos de un decir que nunca logra pronunciarse del todo, desfallecimiento. Esto es lo que me deja la brillante obra de Pascal Rambert, dirigida por Darío Facal y actuada por Lucia Caravedo y Eduardo Camino.

La obra plantea un final, enunciado desde el título como “clausura”, que nos llevará por una experiencia que cruza el lenguaje y la existencia misma. Estamos delante de lo más crudo y cruel de la vida, de todo aquello que fue velado por obra y gracia del amor. Jacques Lacan dice que el amor funciona como suplencia de aquello que no hay, y hace que allí, en la falta misma, en la grieta que nos constituye, surja una posibilidad, un teatro quizá, en el que se ponga en juego un sentido.

A partir de la clausura del amor, todo el teatro y el sentido tambalea; y esto es lo que nos muestra magistralmente la obra, ya que, capa a capa, va destejiendo los hilos de la representación mientras la palabra de amor cesa y el mundo parece  derrumbarse. Este es el punto que me interesa y parece mejor logrado de la obra, el punto que hace de ella algo que va mucho más allá de la historia de una pareja y su separación.

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Empieza la representación

Luces blancas sobre un amplio escenario vacío.

Este es el final, dice él. Ella enmudece. 

A partir de aqui, Audrey y Stan llevan las palabras hasta el limite en el que éstas desfallecen, mientras sus cuerpos se enredan en los vacíos del lenguaje. Los protagonistas son una pareja de actores y la obra transcurre en un teatro, en medio de las luces blancas del ensayo. Escenario desnudo, teatro vacío.  Final.

¿Cuál es la representación? ¿Se puede representar un final?

¿Qué resta después de la escena del amor? ¿es el amor representable? ¿se puede seguir confiando en la representación para cobijar el cuerpo y velar nuestra desnudez?

Dice Stan: las cosas solo existen porque son dichas

¿Y qué sucede con lo imposible de representar, de decir, de nombrar?

Negro…

Se apagaron las luces, parecía no quedar rastro de nada, salvo un hueco en el pecho, una inmovilidad en el cuerpo. Desconcierto. Fin de la obra. Aplausos.

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Los sonidos de eros, entrevista de Lima en Escena

Hoy, 3 de septiembre, se celebra el nacimiento de Chabuca Granda. Volveré a transitar sus calles, puentes y alamedas,  en esta ocasión de la mano de Rosana López Cubas de Lima en Escena , quien hace un par de años me realizó la entrevista que transcribo, con gratitud, aqui:

Ani Bustamante

Ani Bustamante: “Chabuca convirtió en poesía todo aquello que era discriminado por el discurso patriarcal”

Autora del libro “Los sonidos de Eros, un recorrido por la obra de Chabuca Granda”, nos habla sobre este interesante “jam sesión”

Su música, su baile, su canto, la nutrió desde niña, en el hogar familiar, en donde Chabuca Granda trascendía a través de sus poéticas y seductoras canciones las cuales eran celebradas con algarabía en esta morada. Si bien todo el arte de nuestra gran compositora la tenía seducida, embriagada, es a partir de su condición de extranjera en España, mientras realizaba su doctorado en psicoanálisis que Ani Bustamante retoma inconscientemente este entrañable vínculo, este diálogo con la autora de “La flor de la canela”, para aproximarse e interpretar, desde su particular mirada, parte de su valioso legado poético.

Así, y fruto de este reencuentro nace: “Los sonidos de Eros, un recorrido por la obra de Chabuca Granda”, poético y excelente ensayo, una sesión musical o un “jam sesión”, como bien lo define la autora, que destaca su problemática contemporánea como el amor, la sexualidad y el mestizaje. Al respecto Lima en Escena entrevistó a la autora.

-Ani, nos gustaría saber sobre tu relación con Chabuca Granda. ¿Cómo surge este vínculo con la poeta, la compositora, la intérprete…?

-Chabuca Granda fue figura central en la vida de mi familia. Su música fue como el nudo que entrelaza varios hilos sueltos, las primeras huellas de disfrute, de baile, de canto, llevan su marca. Sin embargo, “este” vínculo con ella, el íntimo de la escritura, surgió siendo extranjera en España, allí la reencontré y recién allí fui consciente de la manera como había marcado mi vida

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Pokémon Go, ese virtual objeto…

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Voltear por una esquina y encontrarse con una criatura extraña dando brincos del otro lado de la acera, reconfigura la noción misma de paseo en la actualidad. Nos toca pensar, entonces ¿qué es pasear? ¿qué representa perderse en una ciudad? (parafraseando a Walter Benjamin) Las coordenadas del deseo, así como la idea de «encuentro» y «novedad», sufren un giro vertiginoso. Les dejo una entrevista que me hicieron hace pocos días en el programa Presencia Cultural para seguir merodeando a partir de estar preguntas, a la caza de una reflexión posible:

La chica danesa

Por Andrea Amendolala-chica-danesa-cuatro-nominaciones-en-el-oscar_opt2_.jpg

El filme “La chica danesa”, está basado en una historia real. Dinamarca, años 20. La pareja de pintores formada por Einar (Eddie Redmayne) y Gerda Wegener (Alicia Vikander) disfruta de su éxito. Einar observa cómo Gerda se pinta. Su mirada queda detenida no precisamente en ella, a la cual ama y admira. Más allá de su amada, es en las pinturas que quedan sobre la mesa, en donde sus ojos reparan sutilmente, segundos después de que Gerda se va de la alcoba.

Hay un desplazamiento que acontece en Einar, de pintar paisajes en el lienzo hacia los atributos que hacen a lo femenino.

Un día, por casualidad, la modelo a la que Greda contrató para retratar en sus cuadros, no pudo presentarse a la cita. Greda necesitaba terminar esas pinturas a tiempo. Urgida por ello, le pregunta a su marido si no le importaría ponerse medias y zapatos de mujer por unos instantes, a lo que él accederá sin problema.

Las manos de Einar se deslizan sobre las medias femeninas. Se las coloca con notable delicadeza. Las observa detenidamente. Introduce sus pies en los zapatos de mujer. Inclina su cuerpo, acomodándolo a semejanza de la mujer que está eclipsada en la pintura. El roce de sus dedos sobre el vestido que Gerda le apoya sobre su cuerpo, constituye en sí mismo un borde que dará cuenta de una revelación para Einar: un goce opaco, enigmático y desconocido que se le impone.

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La feminización del mundo contemporáneo, rasgo de nuestra época

 Por Andrea F. Amendoladanesa.jpg

 Nuestra época: el comité síntoma

En “El Otro que no existe y sus comités de ética” Miller y Laurent sitúan como propio de la época del Otro que no existe, la multiplicación de los comités. Se trata en los comités de debatir, declarar controversias, conflictos, disensiones, comunidad, atisbos de consenso, escepticismo sobre lo verdadero, lo bueno, lo bello, sobre las palabras y las cosas, sobre lo real.

La sociedad contemporánea advierte el carácter ficcional del Otro, del Nombre del Padre y de los ideales, entonces es el sentido mismo de lo real lo que se ha vuelto un interrogante.

Miller dice que nos vamos sumergiendo en “una sociedad deliberativa, cuya verdad es que quizás es una sociedad de debilidad generalizada” (1), en donde los comités de ética son la conversación de los débiles, esos que están desconectados del discurso del Otro. Surge un esfuerzo por hacer existir la comunidad en el lugar incesantemente ocupado por saber el valor exacto de lo que se dice. Entonces el comité, surge así, como síntoma del Otro que no existe.

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Mallarmé: El fauno

Por Hugo Savino

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Mallarmé: El Fauno¹

“El amor es una agitación despierta, viva y alegre”. Un cuerpo clandestino desliza sus pasiones en cartas secretas, en esa agitación de la cita de Montaigne, a Méry Laurent. ¿Nada de un fauno…? Modestia, para ir rápido: el fauno solitario envuelve a la Palomita con palabras, el fauno cómico, el fauno impresionista con colores y palabras, la ocasión pone la estrategia. Mallarmé, sobre su mujer: “Es tan inteligente como puede serlo una mujer sin ser un monstruo. Yo la haría artista”, pero es otro capítulo. Mallarmé ya se había hecho esta pregunta: ¿adónde huir en la rebelión inútil y perversa?: acá entra la palabra clandestinidad: los pocos lectores que quedan no necesitan más aclaraciones: la época abunda en charlatanes con diplomas y un buen lector sabe eludirlos y encontrar los buenos libros que llevan a otros libros, al laberinto del fauno, a la biblioteca, a la alusión, a la obscenidad, al flirt del mal, y “a la sensualidad a un grado increíble”. “Todo lo que se le puede ofrecer al poeta es inferior a su concepción y a su trabajo secreto”. ¿Quién es capaz hoy de soportar ese trabajo secreto mallarmeano, botella al mar? ¿Tenemos idea de esa soledad acosada por burgueses que le reprochan no ser un buen profesor de inglés? La manía de los profesores empezaba. Iban a fundar una república con esa plaga. Algunos pormenores: Ella (Méry Laurent): hija de una lencera y de padre desconocido nace en Nancy en 1849, a los quince años se casa con un almacenero, dura poco, se lo saca rápido de encima, y se va a París. Allí se hace mantener por el Doctor Evans, un dentista norteamericano muy rico. Mallarmé: profesor de inglés, pocos alumnos supieron valorarlo. A veces se sacó algunos días de licencia: merecidos, el agotamiento de enseñarle a esos hijos de burgueses. Viélen-Griffin: “Lo adoramos, pero mientras tanto fumamos su tabaco, bebemos su ponche, y es muy pobre, y no hacemos nada por él, y eso que algunos de nosotros somos ricos…”.

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La época, como todas, tenía su censura: todo lo que salía de marco era mamarracho. O desviacionismo. La crítica ama siempre “los momentos tranquilos”, la calma chicha del comentario. Manet: no pintaba de la manera que se esperaba, parece que no hacía obras de arte, en sus telas faltaban las señales apropiadas, todo era muy poco definido, el retrato de Mallarmé tenía muchos empastes, el cuello de palomita del maestro está lleno de impresiones borrosas color ocre. Cuando había un dibujo mal hecho, el clásico mamarracho, los que decían saber se burlaban diciendo “parece un Manet” (Sorlin).

Max Nordau sobre Mallarmé – en su libro Degeneración: “Si el lector no entiende in-mediatamente este encadenamiento de palabras oscuras, que no se detenga a descifrar el enigma. Más adelante traduciré el balbuceo de este débil de espíritu en la lengua comprensible de los hombres sanos.” (1894). Max Nordau tiene un futuro. En este presente de profesores. Tienen la misma vocación higiénica.

Si seguimos la línea de Marchal, el Dr. Evans le asignó una renta, Manet la puso en una tela, y Mallarmé en poemas y misivas, a Méry Laurent.

Villiers fue una amistad: cuando Mallarmé escribió su conferencia sobre Villiers De L’Isle Adam, la representó, primero, ante su mujer, su hija Geneviève y dos amigos, y ellos “la siguieron con el sentimiento de no perderse ni una palabra”. La iglesia ma-llarmeana se sacude: ¿qué hace este Swift contando así la agonía de su amigo a esta cocotte que Manet pintó en 1882? Mallarmé no pedía permiso, sabía con precisión la clase de lector que hay en un Literato que sólo puede escribir tantas líneas a la semana y encima revisadas por el jefe de reseñas: ¿qué se puede esperar de un tipo que no sabe apreciar a Rodin?: falta de delicadeza, estupidez.

Méry, a veces, soñaba con la literatura, él respondía: “De qué me hablas, palomita; te molestan mis cartas y quieres literatura. No hago (…)”

“La mujer esa eterna ladrona”.

Ardor luminoso de la alegría, la gracia del mobiliario del siglo XVIII, o los acordes de Haydn: Stéphane Mallarmé.

1.- Stéphane Mallarmé: Cartas a Méry Laurent, ediciones Leviatán, Buenos Aires, 2004.

 

 

 

 

Leer con Joyce

(Notas de una presentación: El tejido Joyce)[1]

Por Hugo Savino

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“Componer no es poca cosa, es poner en forma” (Joèlle Léandre)

El Tejido Joyce es intempestivo. Siempre se esperan libros sobre Joyce. Pero este libro no es sobre. Es con Joyce. Tiene esa fuerza. De lo que nadie espera. No se puede contar por teléfono, para tomar la expresión de Néstor Sánchez. Tampoco se puede poner en ese otro comodín llamado acontecimiento. Si no cae en los soportes del comentario, es porque se entregó al ritmo de lo desconocido. Porque leyó Retrato de artista adolescente como un poema. Desde el poema. Lector acostumbrado a pasearte por el paisaje del patrimonio, o por el paisaje de los “pensadores estrellas de cada época”, no entres aquí. Intempestivo porque irrumpe en un paisaje saturado de retóricas joyceanas – y no solo por eso, también porque piensa lo desconocido, porque inventa lectura. El tejido Joyce pasa por la puerta de esa selva y se inscribe en una subjetividad, firmada Zacarías Marco, la firma en la tela, como decía Charles Péguy. Es un libro que no pudo no ser escrito. Es enunciador como todo poema. Zacarías Marco lee su lectura Joyce y la escribe en español. Lo trae de una periferia a otra periferia. Lo saca de la moda del patrimonio y lo pone a bailar. Lo lee escribiendo. Y mientras lo escribe se lee. La palabra tejido se hace frase. Va abriendo su sentido poco a poco, y cuando parece que llega, ese sentido empieza ese a deshacerse y a hacerse otra vez. Indefinidamente. Es un libro en movimiento.

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La luz de Norberto Gómez

Por Hugo SavinoNorberto-Gomez

Hay un principio de desacato en la obra GómezGómez no hace personajes congruentes, imágenes acabadas, ilustraciones para traducir. Hace materia afectiva, vivencia de poema, hilos de un sistema nervioso.

Y la obra Gómez ya se separó de las teorías que se suceden cada cinco años. Gómez ni siquiera las considera un lastre. Nunca se enroscó ahí. Las deja atrás en el uso del tiempo.

Alguien dijo que el artista es el único que no tiene el arte, tiene todo menos el arte. Lo está haciendo. Uno quiere gritárselo a la estandarización de la obra de arte. Sorda de toda sordera.

Norberto Gómez es un artista en su taller, solo, sin ismos, sin ortodoxias, sin vanguardias, no hace lo que sabe, hace lo que no sabe, lo que no está hecho. Mientras el griterío de lo postmoderno hace lo hecho una y otra vez. Norberto Gómez se relee para arrancar, no para repetirse. Busca lo desconocido que tiene adentro.

Creen tener la noción de lo moderno y sólo tienen la repetición. La obra de Norberto Gómez es moderna porque está activa en el presente, y tiene todo el futuro de la obra activa.

Miro esta obra Gómez –saco la preposición de- y ahí está Gómez, sóNorberto-Gomez-
lo la fuerza Gómez, que se liberó del escultor como papel social, se liberó de la escultura y del dibujo como promesas de garantías, y su libertad se transmite al que mira. Gómez, su obra, nunca está donde lo espera la retórica de lo moderno, de los que tienen ínfulas de modernos, y que no saben que sólo son contemporáneos que dicen una y otra vez todos los lugares comunes del facilismo de la estética. Ni siquiera saben qué es un moderno. Esperaban a Norberto Gómez en la esquina de la retórica que les da esos pequeños poderes de jueces, y la obra Gómez los desorienta porque aparece activa en el presente de un futuro que se les escapa. Desacata los mandatos. No hay que ver esta obra con los ojos de la historia del arte, con lo ya hecho, la fidelidad a la historia del arte nos llena los ojos de palabras, nos da toda la argumentación que nos vuelve ciegos, y sordos. No se mira con esa historia, o al menos, hay que saber que ese pasado es una constante reinvención, tampoco se mira esta obra con los imperativos de lo contemporáneo, se mira con el cuerpo, hay que acompañar lo nuevo, aceptar que nos faltan las palabras. La obra se está haciendo ahí, en nuestra visión y nuestra visión se transforma con la obra. La obra de Gómez siempre se está haciendo, es inacabable. Hay un academicismo de lo modernísimo, que se come la cola en el sacerdocio del arte moderno. La estética vive enamorada del arte. Y sólo le habla a la estética. Vive mal el desacato. Y Gómez no hace estética, hace obra.

Norberto Gómez escucha con las manos.

Fuente: Entrelazos

Henri Meschonnic o el transeúnte notable

DEL BLOC DE NOTAS DE RAPHAËL CONFIANT

Fórum de lenguas del mundo

Era un día de comienzo de primavera en la Ciudad Rosa. Por lo tanto, estaba todavía más bien frío para mí que llegaba del trópico, pero todos tenían una sonrisa en esa magnífica plaza del Capitolio. Por “todos”, hay que entender los oriundos del lugar, tolosanos por lo tanto, pero también los bereberes, los griegos, los canacos, los cheroqui, los corsos, los etíopes, los polacos, los tanzanos, guatemaltecos, creoles, y yo qué sé cuántos más. 500 pueblos reunidos o en todo caso 500 lenguas representadas cada una por una pequeña delegación de estudiantes de la Universidad de Toulouse. Nunca la raíz de la palabra “universidad” fue tan merecedora de su nombre. El año llevaba el número 97. 1997.

La plaza del Capitolio estaba ocupada por el “Fórum de lenguas del mundo”, manifestación totalmente alucinante organizada anualmente por un personaje que era la mayor atracción, llamado Claude Sicre, animador y agitador social, occitanista, universalista, músico del grupo de rock occitano los “Fabulosos trovadores”, poeta y profeta de una humanidad regenerada por la fraternidad y la discusión permanente. Bajo pequeñas tiendas, cada país presentaba su lengua, su alfabeto, sus diccionarios, sus obras literarias, y otros.

Cuando había recibido la invitación de Claude Sicre, lo primero fue encogerme de hombros. Por qué hacer 7000 kilómetros para participar de una manifestación de ecumenismo lingüístico cuando mi lengua, el creole, era despreciada, pisoteada, por el poder de un estado que la prohibía, salvo en dosis homeopáticas, en escuelas, universidades, medios, etc. Una vez en el lugar, comprendí el sentido: esa exposición de lenguas en la plaza pública apuntaba en principio a contraponer dos integrismos lingüísticos: aquel, infame, del estado jacobino que hasta hoy se dedica a subestimar al occitano cuando este último ya no representa ningún peligro para la lengua de la República única e indivisible a saber el francés; el otro, patético, de los militantes del occitano, mis hermanos, que viendo morir a fuego lento su lengua se obstinaban en una defensa un poco agresiva de esta última. Detrás de sus aires de hippie sesentayochista, Sicre era alguien sutil. Realista también.

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