Por José Milmaniene
El lugar que deben ocupar, en las sociedades de consumo, el sujeto del inconsciente y el discurso psicoanalítico que le es inherente, tiene que ser preservado del embate hegemónico de la tecnociencia y del mundo digital, que tienden a relegar la dimensión existencial-desiderativa del Ser.[1]
Ahora bien, el desarrollo y despliegue de los dispositivos técnicos y científicos, no se oponen en forma obligada a la emergencia de la singularidad subjetiva, a condición de que enfrentemos con serenidad (Gelassenheit) ‒sin enajenarnos‒ los beneficios de los instrumentos y objetos que nos ofrece el mundo científico y técnico.
Así, tal como piensa Heidegger[2], debemos dejar entrar a los artefactos técnicos en nuestras vidas cotidianas, al mismo tiempo que debemos mantenerlos afuera, es decir, tenemos que sostener con ellos un vínculo simultáneo de afirmación y de negación.
Se trata pues, de poner los instrumentos a nuestro servicio y no alienarnos en ellos. Solo si no nos sometemos a la tiranía de los objetos de consumo y no exaltamos la servidumbre que nos ata a los instrumentos técnicos y la virtualidad de las imágenes, podremos crear una relación más serena con las cosas, y evitar así que las crecientes políticas de goce desplacen a las prácticas sublimatorias.
Finalmente, tal como lo sostiene Heidegger, debemos rescatar de la esencia de la técnica aquello mismo que salva. Creo que esta salvación se habrá de producir si y sólo si reivindiquemos una postura ética y sostengamos valores, que nos liberen de la dominación del dispositivo (Das Ges-tell[3]), que tiende a entronizar la alienación en la tecnología, en las imágenes y en los objetos de consumo.
Con respecto al fetichismo de las imágenes anclado y propiciado por el mundo digital-informático, debemos consignar el doble régimen del funcionamiento de las mismas, dado que éstas pueden operar tanto como imágenes-velo o como imágenes-jirón.
El filósofo e historiador del arte francés Didi-Huberman, escribe (2004, pp.122-125): “Son a veces el fetiche y otras el hecho, elvehículo de la belleza y el lugar de lo insostenible, la consolación y lo inconsolable. No son la ilusión pura, ni toda la verdad, sino ese latido dialéctico que agita al mismo tiempo el velo y su jirón […] No la imagen-velo del fetiche, sino la imagen-jirón que deja que surja un estallido de realidad”.
De modo que, el fracaso de las categorías simbólicas, expresadas sintomáticamente, nos indica que el registro imaginario ha alcanzado su propio límite.
En tales circunstancias las imágenes–velo pueden devenir –si operan las palabras-luciérnaga‒[4] en imágenes-jirón, habitadas por el aura que las excede, y que revela en su misma evidencia, las latencias desiderativas de lo Real.
En tal dirección Didi-Huberman (2012, pp.101 y 124) insiste en la contraposición de la luminosidad esclarecedora de las “palabras-luciérnagas” –que permiten la visibilidad interpretativa del deseo–; con la cegadora claridad de los “palabras-reflectores”, que irradian la luz cruel y feroz, de los controles superyoicos individuales y colectivos, que por el contrario, opacan toda revelación.[5]
Debemos lograr pues la adecuada confluencia de las “imágenes-jirón”, con las “palabras-luciérnagas”, para así generar un potente efecto de revelación, en el ya-ahora de la cura o de la experiencia poética.
Expresa al respecto (Didi-Huberman 2012, p.67): “La imagen se caracteriza por su intermitencia, su fragilidad, su latir de apariciones, desapariciones, reapariciones y redesapariciones incesantes […]. La imagen es poca cosa: resto o fisura. Un accidente del tiempo que lo hace momentáneamente visible o legible”. Se entiende pues, el psicoanálisis opera también sobre los restos que se desprenden del aura de las imágenes-velodiscontinuas, y nos posibilita trocar a éstas en imágenes-jirón, dado el efecto revelador inherente a toda enunciación interpretativa.
Podremos así liberarnos de la fascinación especular y trascender el desconocimiento propio de los velos imaginarios, para acceder a la revelación lacunar y en jirones del saber acerca de la verdad, que se desprende del flujo y reflujo de las imágenes, que velan y a la vez revelan la verdad, cuando son afectadas por la palabra.
Finalmente se trata de generar una transmisión –pedagógica, psicoanalítica– que articule una relación entre el mundo imaginario y la simbolización, agitando al mismo tiempo las imágenes fragmentarias –en el punto de opacidad en que alcanzan lo real– y las palabras interpretativas, que dicen de esta misma imposibilidad.
La transmisión consiste en relacionar en un montaje la visibilidad de los gestos del cuerpo y la forma de los objetos con la legibilidad de las letras que los nombran, tal como le evidencian los abecedarios ilustrados (Didi-Huberman, 2008:227-258).
Así, los “alfabetos visuales” con los cuales aprenden los niños, se basan en la combinación de la visibilidad de las letras-imágenes con las condiciones de su legibilidad.
El conocimiento infantil se inicia pues, con el aprendizaje lúdico que parte de la adscripción de los nombres a los objetos del mundo, de las palabras a los gestos, de los significantes a las partes del cuerpo.
De modo que las imágenes, en su coalescencia con las palabras, generan un movimiento subjetivo de aprehensión placentera del lenguaje, que se rescata así tanto del puro registro imaginario como de la pura inmovilidad de los discursos obsesivos e inmutables.
No obstante, el sujeto “narcisista y apático” de la posmodernidad, hace un culto idolátrico de las imágenes fetichizadas, dado que éstas fascinan con los goces especulares que procuran. La sociedad de consumo trata pues de subrayar los semblantes y las apariencias de las imágenes dislocadas, las cuales sin un soporte discursivo consistente, alienan a los sujetos en el puro “hedonismo de las formas”.
La circulación vertiginosa y continua de las imágenes-velo no permite instalar diferencias ni construir relaciones, que son la condición y la causa misma del pensamiento, dado que se pierde la necesaria “comunicación de contenidos” y la transmisión de valores éticos, que acontece si y sólo si cuando opera la doble dimensión de la (e)videncia con el ver interpretativo, asentado en los suplementos de escritura.
La fascinación imaginaria y la delectación sensual de las imágenes fetichizadas nos sumergen en un sueño “sin imaginación” ni “imágenes de pensamiento”, del que no podemos extraer ninguna experiencia de conocimiento acerca del deseo en su devenir libidinal, sobre el horizonte histórico de nuestro tiempo.
Bibliografía
Didi-Huberman, Georges: Supervivencia de las luciérnagas, Madrid, Abada, 2012.
——–: Cuando las imágenes toman posición, Madrid, Antonio Machado Libros, 2008.
——–: Imágenes pese a todo, Barcelona, Paidós, 2004.
Milmaniene, José: Iluminaciones freudianas. El psicoanálisis en la sociedad de consumo, Bs. As., Biblos, 2014.
[1] En este artículo transcribo algunos de los desarrollos expuestos en mi libro “Iluminaciones freudianas. El psicoanálisis en la sociedad de consumo”, Bs. As. Biblos., 2014
[2] Citado por Néstor Braunstein en El inconsciente, la técnica y el discurso capitalista, México, Siglo XXI editores 2012, p. 34. Braunstein utiliza la traducción de Ives Zimermann de M. Heidegger (1955), Serenidad, Barcelona, Ediciones del Serval, 1989, pp.34-83.
[3] Transcribo al respecto las precisas consideraciones de Braunstein (2012, p.31): “El dispositivo no es un medio para alcanzar fines; es la “esencia” (Wesen) de la técnica- Hay que de-velar (entbergen), hacer que se manifieste, traer hacia delante (hervorbringen), esa “esencia” o “fundamento “(Grund) en algo que no es técnico: en el dispositivo. ¿A que tiende la técnica? A la pro-ducción (herausfordern) que es el des-cubrimiento, la revelación (a-letheia) de lo real imperceptible”.
Dispositivo es pues lo que está dispuesto como estructura de “emplazamiento”. Hemos optado por la traducción de Das Ges-tell como dispositivo por la relación con la expresión usual de dispositivo psicoanalítico.
[4] Las palabras-luciérnagas aluden de la “pequeña luz” que emana de las luciérnagas y que metaforizan los resplandores iluminantes de las interpretaciones psicoanalíticas, reveladoras de los deseos inconscientes.
[5] En tal sentido podemos mencionar, a modo de ejemplo, el fulgor de lo real de los reflectores de los campos de concentración y las linternas del control político en los regímenes totalitarios.
Fuente: El Sigma
Estiamdo José: me resultó muy interesante su comentario, sobre todo me dejó pensando este párrafo: «Se trata pues, de poner los instrumentos a nuestro servicio y no alienarnos en ellos. Solo si no nos sometemos a la tiranía de los objetos de consumo y no exaltamos la servidumbre que nos ata a los instrumentos técnicos y la virtualidad de las imágenes, podremos crear una relación más serena con las cosas, y evitar así que las crecientes políticas de goce desplacen a las prácticas sublimatorias». Creo que es fundamental lograr lazos más serenos que permitan sofrenar el impulso al consumo propiciados por estas políticas de goce, pues ese lazo a distancia del consumo es un espacio óptimo para que cada sujeto se realice en su singularidad y que advenga como usted muy bien lo plantea, apropiado de la paleta de colores que el sublimar le permite implementar.
saludos!
Andrea
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Andrea:tu comentarrio captó lo esencial del artículo. Se trata de establecer una relación serena con los objetos de consumo que nos causan, signadas por las prácticas sublimatorias que expresen el estilo narrativo-existencial singular de cada cual.
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