Invitación
El Ángel
Por Mónica Arzani
Cuando desperté, el Ángel estaba sentado en mi almohada, lo toqué con mis dedos de insensata y lo miré como una sonámbula en ebullición. Él se acercó puso sus labios sobre uno de mi oídos y me preguntó si podíamos procrear. Yo vi su sexo muy boscoso y algo interesante y accedí.
Pasaron las horas, los días, los meses, los años y yo sin poder parir ningún vástago.
Una mañana estaba recolectando la cosecha y a pesar de mi flaca visión vi desplazando jirones de nubes a una cuadrilla de ángeles hermosos, transparentes agrupados en racimos trémulos. Era a mi Ángel al que veía con una hembra sobre su lomo, rodeado de infantes gozosos de volar.
El silencio se cerró sobre mí, como una serpentina roja.
Un día un gemido extraño se paseó por mi boca, era como si me doliera o me dolía, abandoné entonces el lecho, me ubiqué en cuclillas sobre la alfombra y di a luz. El pequeño había permanecido oculto en mi cuerpo durante todos esos años, sin embargo no le guardé rencor, fue una chispita de sol en mi vida. No había terminado de devorar la placenta cuando vi suspendido en la atmósfera a mi Ángel con su hembra, en un centelleo tal que no los vi acercarse. Cuando pude distinguirlos me miraron acentuando una postura solemne. Nosotros vamos a criarlo como Dios manda les escuché decir y se zambulleron en su mundo con mi niño en los brazos, tan soberbios como un bloque de mármol blanquísimo.
Comentario del libro La fe en el Nombre (Biblos, 2012), de José Milmaniene.
Por Martín Uranga
“La fe en el Nombre”, el nuevo libro de José Milmaniene, se inscribe dentro de la tradición más radical del legado freudiano: va al fundamento. Si Freud nos presenta en “Tótem y Tabú” y en “Moisés y la religión monoteísta” el corpus ético del psicoanálisis que se asienta sobre la égida de la Ley del Padre, es porque pensar las condiciones de efectuación del sujeto del inconciente remite de manera insoslayable a la estructura del lenguaje y a sus modos socio-históricos de expresión.
Así, consecuente con la labor de nominación de los significantes esenciales que Freud empezó a delinear al escuchar al sujeto de la modernidad que surge como efecto del discurso científico, Milmaniene emprende la imprescindible tarea de recrear las ficciones simbólicas esenciales, causa y efecto del progreso en la espiritualidad, en tiempos en los que la posmodernidad cuestiona las bases éticas que hicieron posible la emergencia del sujeto del deseo interpelado por la diferencia. Pareciera que el autor advierte que si en nuestra actualidad el lugar del Padre es cuestionado transgresivamente por las políticas de goce que promueven el retorno del protopadre, es necesario entonces encausar, a través de un ejercicio lúcido de escritura, un trabajo de simbolización que auspicie desde la inventiva y el creacionismo significante el reposicionamiento de los axiomas fundamentales puestos en cuestión por las recaídas pulsionales de nuestra época. De esta manera, Milmaniene no se contenta con reafirmar el lugar primordial del Padre en el abordaje del sujeto del inconciente, sino que entiende que es necesario situar el soporte escriturario que lo revela: el Nombre.
Si el psicoanálisis promueve la escucha atenta del sujeto causado por el encuentro con la diferencia, suposición inherente a la puesta en acto de la estructura simbólica, es necesario entonces situar aquello que nomina al lenguaje como tal. El nombre del lenguaje, escritura de imposible enunciación que entraña la potencialidad de la pronunciación de infinitos enunciados, constituye de este modo la instancia fundante de la letra. Así, inaugurando la revelación heterónoma de la alteridad, conmueve el universo narcisista y arroja al ser al exilio peregrinante que transcurre a través del mundo desiderativo escandido por el devenir significante. La revelación del nombre del lenguaje, expresado históricamente por los relatos que testimonian acerca de la singular experiencia del pueblo judío, implica, en términos de Freud, un salto cualitativo en el progreso en la espiritualidad, que supone el pasaje del mundo idolátrico y fetichístico de las imágenes que recrean un mundo cerrado en sí mismo, al encuentro traumático con la diferencia que se revela a través del tetragrama impronunciable signado por las letras del Nombre.
Comentario al Libro "Los Pliegues del Sujeto"
Comentario del libro: Extrañas Parejas de José Milmaniene
Por Martín Uranga
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Con la nueva edición del libro Extrañas parejas (Biblos, 2011) de José Milmaniene, asistimos a la renovada posibilidad de adentrarnos, a partir de la penetrante escritura de su autor, en el cotidiano universo de la psicopatología de la vida erótica. Si Milmaniene sitúa desde las primeras páginas del texto que el ordenamiento diferencial del mundo simbólico está signado por la oposición esencial entre lo masculino y lo femenino, es porque su abordaje del universo erótico constituido entre los seres parlantes, se ancla en el núcleo central de la teoría freudiana que ubica al complejo de castración como pivote nuclear del proceso de subjetivación. El acceso a la irreductible dimensión de la alteridad, auspiciada si y sólo si a través del reconocimiento de la diferencia sexual, habilita el devenir desiderativo neurótico, así como su recusación en sus diferentes modalidades da lugar a las posiciones existenciales propias de la perversión y de la psicosis.
El sujeto acontece como sexuado a partir de su inscripción significante que lo sitúa en torno a lo real del sexo y de la muerte. De esta manera, el pasaje por la castración simbólica, que evoca el núcleo no simbolizable de la polaridadmasculino/femenino, constituye el operador lógico que posiciona al existente como efecto de un discurso que padece de la insuficiencia estructural de dar cuenta de manera acabada del binarismo sexual signado por la diferencia sexual anatómica. Allí donde el neurótico reconoce la diferencia sexual, no sin un anclaje de un residuo fetichístico renegatorio que da cuenta de la imposibilidad de simbolizar la diferencia como tal, el perverso la reniega a través de la persistencia de la sustancialización del fetiche en el lugar de la falta. Mientras que el psicótico, por otro lado, no puede sino ver un pene en el Otro materno por la identificación indisoluble entre el falo y el órgano viril masculino que lo sumerge en un abigarrado mundo imaginario donde la simbolización de la diferencia no tiene lugar alguno. De esta manera, la oposición binaria masculino/femenino en tanto dato constitutivo de la diferencia esencial que inscribe el orden simbólico, puede sufrir distintos avatares según la modalidad de atravesamiento del complejo de castración. En este sentido, como efecto de las distintas posiciones existenciales que se entrecruzan dialécticamente desde las marcas singulares de cada sujeto, así como a partir de las diversas formas de elaboración subjetiva de los núcleos traumáticos que resisten la metabolización simbólica de lo real del sexo, se articula históricamente la enrevesada psicopatología de la vida erótica en la que Milmaniene propone situarnos a través de su lúcido texto.
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