POLÍTICA Y EMANCIPACIÓN. Acerca del artículo “Política, saber y pensamiento”, de José Ema.

Por Martín Uranga

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                               “Yo he preferido hablar de cosas imposibles, porque de lo posible se sabe demasiado”. Resumen de noticias, Silvio Rodríguez.

El artículo de José Ema nos trae a la reflexión las relaciones posibles entre el saber y la “política emancipadora”.  Se advierte el trazo freudiano del autor, me animaría a decir de clara impronta lacaniana, en su cuestionamiento del saber en tanto  movilizador de la acción. Ema nos invita a pensar el “gesto de subjetivación” necesario que implica como correlato  la “desubjetivación” en tanto importa “no desatender lo imposible para no incurrir en ningún idealismo totalizante.” De esta manera,  propone “inventar alguna manera de hacer con lo imposible” que advenga como una consecuencia de la falla del saber. Pienso que resulta de particular interés la posibilidad de resituar el lugar del saber en el contexto de la praxis social. La inscripción de lo imposible así como la subversión de las lógicas totalizantes no puede sino redundar beneficiosamente al momento de pensar en términos emancipatorios.

Ahora bien. Quiero plantear algunas divergencias en torno a la concepción de “política emancipadora”. Considero que se trata de conceptos antitéticos. Mientras entiendo la emancipación como la superación de toda forma de alienación y explotación (me refiero a la alienación en términos sociológicos, y no a lo que en sentido psicoanalítico podría pensarse como la alienación estructural por ser sujetos del lenguaje), la política refiere a la gestión del poder, más específicamente del poder estatal, en sus distintas variantes. Lejos de pensar en una “política emancipatoria”, creo que como parte de un pensamiento emancipatorio, es necesario llevar adelante una crítica de la política. El modo político de pensar la emancipación ha sido, entre otras, causa fundamental en el fracaso de distintas gestas revolucionarias (pienso fundamentalmente en la concepción estatalista y politicista de los bolcheviques que pretendieron construir el socialismo “desde arriba”). La política está íntimamente ligada al surgimiento de las lógicas estatalistas y de poder jerárquico, patriarcal y centralista. Entiendo que no es un instrumento neutro que pueda utilizarse sin que sus detentores queden afectados por sus dinámicas opresivas. Desde las políticas monárquicas, pasando por las burguesas y las revolucionarias, todas comparten la expropiación de las capacidades individuales y comunitarias de realización existencial y social en detrimento de un Otro detentador de un goce oscuro que se ubica artificiosa y neuróticamente por sobre la sociedad en su conjunto. En unas reflexiones todavía no publicadas en torno a un trabajo que versa acerca del “más allá del Estado” sostengo que: “En términos estatalistas, la diferencia se transmuta en jerarquía, la organización comunitaria en centralismo, la autodefensa en fuerzas especiales de represión, la capacidad de decisión en burocracia política, los valores humanos en ideología, la legalidad simbólica en derecho positivo, la paternidad simbólica en patriarcado, lo inasimilable de la femeneidad en desprecio hacia la mujer, la conflictividad en guerra, el malestar existencial en opresión de clase y voluntad de servidumbre (ver Etienne De La Boetie), las identidades y pertenencias afectivas en nacionalismo y espíritu de secta, los agrupamientos humanos en masas homogeneizantes, y la espiritualidad en religión doctrinaria. Su esencia es pagana y atea, sacralizada, autorreferencial, y con pretensiones de eternidad.”

De acuerdo a lo señalado, creo que pensamiento emancipatorio y política transcurren por carriles antagónicos. La emancipación requiere fundar una nueva praxis que subvierta una y otra vez, y aquí sí creo que es indispensable un trabajo individual y comunitario de conciencia y esclarecimiento, los presupuestos, los métodos y los fines de la política en cualquiera de sus formas.

La “clausura y totalización” lejos de excluir la política la expresan en su raíz más íntima. La política es una práctica inherente al Estado, cuya lógica totalizadora, autorreferencial y triunfalista  promueve falazmente su naturalización e indispensabilidad.  Sus delirios de inmortalidad y sus pretensiones omnipotentes de concreción progresiva e irrefrenable a lo largo de la historia tienen uno de sus puntos culminantes en el sistema hegeliano. Sus expresiones más álgidas, sus expresiones más paroxísticas, no sin diferencias, han sido el Estado nacional-socialista y  el Estado burocrático stalinista. Hoy asistimos a un sistema de dominio global que inevitablemente va mostrando sus grietas y fisuras a través de la irrupción de una sociedad que comienza de manera contradictoria a buscar salidas no políticas a la crisis existencial de la especie. Las revoluciones antiburocráticas del este europeo que derribaron los Estados burocráticos de la égida soviética, así como la rebelión argentina del 2001, la “primavera árabe”, o los “indignados” en Europa, empiezan a dar indicios de movimientos sociales que resisten la política, sus lógicas y sus prácticas. Creo que ahí está uno de sus más ricos potenciales (ver los desarrollos de Dario Renzi en torno a “La nueva época”).

Retornando el comienzo del artículo: creo que las reflexiones de Ema respecto al reposicionamiento del saber pueden resultar muy valiosas al momento de pensar en una nueva praxis social emancipatoria, que necesariamente, de acuerdo a lo reseñado, juzgo como no política.  Coincido con Ema cuando nos dice que no se trataría del saber pensado en tanto corpus teórico a ser aplicado sino como “producido por la situación como novedad situada.” Es vital el surgimiento de la capacidad inventiva que habilite la inscripción de la imposibilidad del saber, siempre y cuando la imposibilidad no sea decodificada como impedimento para idear el cambio radical de lo existente.

Inmanencia y trascendencia. Acerca del Uno.

(Comentario al artículo “Los dioses son dioses porque no piensan” de Ani Bustamante)

Por Martín Uranga 

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Quería retomar dos aspectos del artículo de Ani Bustamante “Los dioses son dioses porque no se piensan” escrito en torno a reflexiones mías publicadas como “Lenguaje-psicoanálisis-ateísmo-mesianismo”. En primer lugar su propuesta de pensar la trascendencia en la inmanencia. Creo que tiene la virtud de precaverse de la posibilidad de instituir la trascendencia como entidad supraestructural con posibles derivas místicas que desconozcan la raigambre pulsional. Por otro lado, pienso que padece del riesgo de que al situarla en la inmanencia misma,  la trascendencia pierda su carácter disruptivo y eternamente novedoso que desaliena del mundo cosificado de los significados perpetuos.

En segundo lugar, y en relación a lo antedicho: si el más allá del padre lo pensamos “como núcleo inmanente al padre mismo”, resulta difícil pensar justamente la perspectiva del más allá. Entiendo que sólo si ese núcleo real trasciende la inmanencia, como testimonio de la carencia misma del orden simbólico, es posible avizorar el atravesamiento siempre inacabado del fantasma del padre. Si lo real es inmanente al padre su “función se pluraliza” y su consecuencia es la fragmentación y el paganismo, el “Uno que estalla”. Prefiero pensar la dimensión múltiple del Uno en términos de lo que Lacan denominó “los nombres del Padre”, en tanto distintas modulaciones del Uno de la discontinuidad que rehúye tanto la fragmentación como la univocidad, cuya estructura podemos entrever en la trinidad del Dios cristiano (“tres personas, una misma sustancia”). Dice Joseph Ratzinger en “Introducción al cristianismo”: “La doctrina de la trinidad no pretende, pues, tener la comprensión de Dios. Es una declaración de límites, un gesto que apunta, que nos remite a lo innombrable…La fe trinitaria, que admite lo plural en la unidad de Dios, es fundamentalmente la exclusión definitiva del dualismo como principio de explicación de la multiplicidad junto a la unidad. Sólo así se consolida para siempre la valoración positiva de lo múltiple. Dios está por encima de lo singular y de lo plural; hace saltar ambas cosas.”

Los dioses son dioses porque no se piensan

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Por Ani Bustamante

Al leer el artículo de Martín Uranga «Lenguaje-psicoanálisis-ateísmo-mesianismo aparecieron ante mí las reflexiones y poemas de Pessoa, a traves de algunos de sus heterónimos. He titulado este pequeño comentario con un fragmento de un poema «Sigue tu destino» de Ricardo Reis.

Fernando Pessoa es uno de los poetas que mas nos ayudan a pensar en la alteridad absoluta y las diversas maneras de anudar lo uno y lo múltiple. La transcendencia en la inminencia misma. Por eso después de leer a Martín, paso por Pessoa y me pregunto: ¿Qué pasa si pensamos el más allá del padre como núcleo inmanente al padre mismo? Núcleo éxtimo.

El «más allá del padre» no como trascendencia sino como lo real inmanente al padre. Padre cuya función se pluraliza  (por qué no pensar en el paganismo pessoano) y luego se puede entender como  una letra (a), extracción de una partícula no simbolizable del lenguaje.

Pensar la trascendencia desde la inminencia misma, lo alteridad radical desde ese Uno que estalla, estructuralmente, como rendija que se abre en el sujeto.

No encuentro manera de pensar esto sin alimentarme del vértigo real de la paradoja, así que me tomaré algunas licencias más, más allá, del padre ¿puedo romper la cadena? Cuándo S1 y S2 no se articulan, cuando el efecto semántico queda eclipsado por ese Uno.  Retomo la cita de Lacan traída por Martín Uranga al final de su texto: “¿Es el uno anterior a la discontinuidad? No lo creo, y todo lo que he enseñado estos años tendía a cambiar el rumbo de esta exigencia de un uno cerrado, espejismo al que se aferra la referencia a un psiquismo de envoltura, suerte de doble del organismo donde residiría esa falsa unidad. Me concederán que el uno que la experiencia del inconciente introduce es el uno de la ranura, del rasgo, de la ruptura.”

 ¿Ese Uno, lleva lo Otro como inmanente?

¿He meditado sobre Dios y el alma
Y sobre la creación del mundo?
No sé. Para mí pensar en esto es cerrar los ojos
Y no pensar. Y correr las cortinas
De mi ventana ( que no tiene cortinas ).

(Fernando Pessoa)

Lenguaje – Psicoanálisis – Ateísmo – Mesianismo

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Por Martín Uranga

Quiero presentar a los lectores algunas reflexiones acerca de temas que considero cruciales al momento de pensar las coordenadas de la subjetividad de nuestros tiempos. En épocas en que la posmodernidad ostenta la diversidad como uno de sus baluartes y conquistas más preciados, les hago llegar algunas apostillas que de modo fragmentario intentan constituir un entramado discursivo a ser tejido por los distintos aportes que pudieran ir surgiendo, buscando conjurar la proliferación imaginaria carente de horizonte ético, con enunciaciones que den cuenta de una apuesta por el compromiso subjetivo y la inscripción de la diferencia.

Las reflexiones en cuestión pueden padecer de cierto desorden estructural propio del estilo. Espero que la resonancia que pudieran generar, les haga encontrar un cauce de sentido a construir en el seno de una intertextualidad creativa y fecunda, que no rehúya los contrapuntos, el debate y la polémica.

Lenguaje – Psicoanálisis – Ateísmo – Mesianismo

–       Si bien el ateísmo le ha permitido a Freud, siendo un “judío sin Dios”, de acuerdo a la expresión legada a Pfister, la posibilidad de erigir el discurso psicoanalítico, en tanto el mismo tiende a la consideración de la ausencia de garantía real en el mundo simbólico, asimismo, su ateísmo ha constituido su obstáculo principal, su punto ciego por excelencia. Lacan decía que la no creencia de Freud en Dios le hacía actuar en la misma línea. Es decir, su ateísmo le llevó a no advertir las consecuencias últimas de su obra, dadas por el hecho de que el inconciente supone la radical trascendencia de una alteridad constitutiva. Así, su no creencia en Dios, lo condujo a situar al fenómeno religioso como subsidiario de la neurosis, con lo cual queda el evento del lenguaje, del cual el hecho religioso es su soporte fantasmático, subsumido al registro del sujeto. De este modo, las coordenadas simbólicas situadas por Freud no pueden prescindir de la consistencia paterna. El rechazo de Dios retorna en la teoría bajo la forma de la hegemonía del padre como constitutiva de la subjetividad. Lacan dice, así, que el complejo de Edipo es el contenido manifiesto del deseo de Freud de sostener al Padre.

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Comentario del libro La fe en el Nombre (Biblos, 2012), de José Milmaniene.

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Por Martín Uranga

La fe en el Nombre”, el nuevo libro de José Milmaniene, se inscribe dentro de la tradición más radical del legado freudiano: va al fundamento. Si Freud nos presenta en “Tótem y Tabú” y en “Moisés y la religión monoteísta” el corpus ético del psicoanálisis que se asienta sobre la égida de la Ley del Padre, es porque pensar las condiciones de efectuación del sujeto del inconciente remite de manera insoslayable a la estructura del lenguaje y a sus modos socio-históricos de expresión.

Así, consecuente con la labor de nominación de los significantes esenciales que Freud empezó a delinear al escuchar al sujeto de la modernidad que surge como efecto del discurso científico, Milmaniene emprende la imprescindible tarea de recrear las ficciones simbólicas esenciales, causa y efecto del progreso en la espiritualidad, en tiempos en los que la posmodernidad cuestiona las bases éticas que hicieron posible la emergencia del sujeto del deseo interpelado por la diferencia. Pareciera que el autor advierte que si en nuestra actualidad el lugar del Padre es cuestionado transgresivamente por las políticas de goce que promueven el retorno del protopadre, es necesario entonces encausar, a través de un ejercicio lúcido de escritura, un trabajo de simbolización que auspicie desde la inventiva y el creacionismo significante el reposicionamiento de los axiomas fundamentales puestos en cuestión por las recaídas pulsionales de nuestra época. De esta manera, Milmaniene no se contenta con reafirmar el lugar primordial del Padre en el abordaje del sujeto del inconciente, sino que entiende que es necesario situar el soporte escriturario que lo revela: el Nombre.

Si el psicoanálisis promueve la escucha atenta del sujeto causado por el encuentro con la diferencia, suposición inherente a la puesta en acto de la estructura simbólica, es necesario entonces situar aquello que nomina al lenguaje como tal. El nombre del lenguaje, escritura de imposible enunciación que entraña la potencialidad de la pronunciación de infinitos enunciados, constituye de este modo la instancia fundante de la letra. Así, inaugurando la revelación heterónoma de la alteridad, conmueve el universo narcisista y arroja al ser al exilio peregrinante que transcurre a través del mundo desiderativo escandido por el devenir significante. La revelación del nombre del lenguaje, expresado históricamente por los relatos que testimonian acerca de la singular experiencia del pueblo judío, implica, en términos de Freud, un salto cualitativo en el progreso en la espiritualidad, que supone el pasaje del mundo idolátrico y fetichístico de las imágenes que recrean un mundo cerrado en sí mismo, al encuentro traumático con la diferencia que se revela a través del tetragrama impronunciable signado por las letras del Nombre.

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Comentario del libro: Extrañas Parejas de José Milmaniene

Por Martín Uranga

Con la nueva edición del libro Extrañas parejas (Biblos, 2011) de José Milmaniene, asistimos a la renovada posibilidad de adentrarnos, a partir de la penetrante escritura de su autor, en el cotidiano universo de la psicopatología de la vida erótica. Si Milmaniene sitúa desde las primeras páginas del texto que el ordenamiento diferencial del mundo simbólico está signado por la oposición esencial entre lo masculino y lo femenino, es porque su abordaje del universo erótico constituido entre los seres parlantes, se ancla en el núcleo central de la teoría freudiana que ubica al complejo de castración como pivote nuclear del proceso de subjetivación. El acceso a la irreductible dimensión de la alteridad, auspiciada si y sólo si a través del reconocimiento de la diferencia sexual, habilita el devenir desiderativo neurótico, así como su recusación en sus diferentes modalidades da lugar a las posiciones existenciales propias de la perversión y de la psicosis.

El sujeto acontece como sexuado a partir de su inscripción significante que lo sitúa en torno a lo real del sexo y de la muerte. De esta manera, el pasaje por la castración simbólica, que evoca el núcleo no simbolizable de la polaridadmasculino/femenino, constituye el operador lógico que posiciona al existente como efecto de un discurso que padece de la insuficiencia estructural de dar cuenta de manera acabada del binarismo sexual signado por la diferencia sexual anatómica. Allí donde el neurótico reconoce la diferencia sexual, no sin un anclaje de un residuo fetichístico renegatorio que da cuenta de la imposibilidad de simbolizar la diferencia como tal, el perverso la reniega a través de la persistencia de la sustancialización del fetiche en el lugar de la falta. Mientras que el psicótico, por otro lado, no puede sino ver un pene en el Otro materno por la identificación indisoluble entre el falo y el órgano viril masculino que lo sumerge en un abigarrado mundo imaginario donde la simbolización de la diferencia no tiene lugar alguno. De esta manera, la oposición binaria masculino/femenino en tanto dato constitutivo de la diferencia esencial que inscribe el orden simbólico, puede sufrir distintos avatares según la modalidad de atravesamiento del complejo de castración. En este sentido, como efecto de las distintas posiciones existenciales que se entrecruzan dialécticamente desde las marcas singulares de cada sujeto, así como a partir de las diversas formas de elaboración subjetiva de los núcleos traumáticos que resisten la metabolización simbólica de lo real del sexo, se articula históricamente la enrevesada psicopatología de la vida erótica en la que Milmaniene propone situarnos a través de su lúcido texto.
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Comentario del libro La ética del sujeto, de José Milmaniene

Por Martín Esteban Uranga

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José Milmaniene

El nuevo libro de José E. Milmaniene, La ética del sujeto (Biblos, Buenos Aires 2008), nos convoca a involucrarnos con una problemática crucial del psicoanálisis que la contemporaneidad devela con elocuencia: el sujeto y su estatuto ético en tanto fundamento y horizonte de nuestra praxis.
En El tiempo del sujeto el autor situó las coordenadas simbólicas que habilitan el devenir temporal del sujeto, mientras que en El lugar del sujeto nos habló del topos a partir del cual el existente realiza su aventura desiderativa. Ahora, en el cierre de la trilogía, con La ética del sujeto, Milmaniene aborda el hecho capital. Si el sujeto se realiza y adviene en el tiempo y el espacio, signado por la palabra, es en tanto y en cuanto su estatuto mismo es consustancial al universo discursivo y a la ética que la presencia del significante impone. El sujeto es tal, si y solo si se constituye éticamente.

El libro transcurre a partir del entrelazamiento de citas de diversos autores, como es habitual en la práctica escrituraria de Milmaniene. De este modo el autor se adentra como articulador de un coro polifónico de discursos, en la problemática de la eticidad de un sujeto que encuentra amenazada tal condición en el contexto de un escenario cultural que pregona la transgresión como normativa y el goce como única política posible. El nuevo malestar en la cultura testimoniado según una clasificación que hace el autor por el auge de las patologías del goce o vacío, las perversiones, la violencia, el fundamentalismo y el misticismo que se desentienden del Otro, conlleva el colapso subjetivo que denuncia a la vez que consuma la degradación del principio ético. La preocupación por la contemporaneidad se conjuga con la necesidad de reafirmación de los presupuestos fundacionales de la práctica analítica, y es consecuente con esta dinámica que el texto entrame las referencias de nuestra experiencia socio-cultural actual con los basamentos mismos del psicoanálisis. Es así como luego de ligar la ética del psicoanálisis a la tradición judaica nos dice: “Esta posición ética resulta más necesaria aun en la actualidad, dado que la pasión por lo real de los siglos XX y XXI ha entronizado la hegemonía de lo ilimitado en detrimento de la vigencia libidinal de la cuatriplicidad, como escribe Milner.”

La elaboración dialéctica y creativa que implica la puesta en relación de los fundamentos del psicoanálisis con sus desafíos actuales, así como la conceptualización de la contemporaneidad articulada a sus manifestaciones concretas de padecimiento subjetivo, es lo que evidencia que estamos ante un texto clásico y actual, teórico y clínico.

El esfuerzo y la rigurosidad con que Milmaniene sitúa las coordenadas éticas del sujeto lo relanzan una y otra vez a la clínica. Así como en los primeros capítulos del texto nos habla de las condiciones subjetivas de nuestro tiempo desde una mirada aguda y crítica sustentada en su posicionamiento ético y existencial. En el apartado “Ética y cura psicoanalítica” da cuenta de las encrucijadas clínicas concretas con que un analista se confronta en la relación con un analizante. Su posición frente a la relación con la muerte, con la diferencia sexual y con la paternidad, que considera como las tres problemáticas cruciales que deben atravesarse y elaborarse en un análisis, está impregnada de la densidad existencial con que piensa los fundamentos mismos de la subjetividad en términos éticos. Asimismo, la dimensión intertextual del libro, lo erige en un lugar que contribuye a reposicionar al psicoanálisis como ciencia conjetural del sujeto que requiere necesariamente del abordaje interdiscursivo. Ahora bien, si de pensar al sujeto y de intervenir terapéuticamente sobre él se trata, resulta indispensable interpelarlo en su propio fundamento. Adentrémonos entonces en el eje central del libro: la cuestión ética.

La ética del sujeto tal cual lo entiende el psicoanálisis, deriva para Milmaniene de la ética de la Ley simbólica introducida por el judaísmo. De esta manera, toma como paradigma el decálogo para dar cuenta del carácter externo y traumático de la imposición de la Ley. Fundado a partir de una alteridad que lo interpela, el sujeto enuncia “¡Heme aquí!” afirmando el mandato ético de cuidado y preservación de la otredad. Reconocimiento de la otredad y subjetivación de la Ley configuran de este modo los pilares fundacionales de la constitución del sujeto.

En su libro El Holocausto Milmaniene nos confrontó con la crueldad y la barbarie producto del odio forclusivo de la ley y del avasallamiento de la otredad que la sustenta. Ahora, en La ética del sujeto, nos advierte de la necesidad perentoria de la reconstitución de la dignidad subjetiva en una época como la nuestra que denuncia con su neopaganismo militante, las secuelas activas de la brutalidad de los dioses oscuros que reinaron en Auschwitz. De aquí la necesidad del autor de testimoniar el mal de su época denunciando las prácticas idolátricas y narcisistas que avasallan el basamento mismo del sujeto ético. El sujeto se constituye en acto, y siendo ético el estatuto del sujeto no puede ser sino ética la dimensión del acto que le es inherente. En referencia a la estructura del acto ético dice el autor, siguiendo los desarrollos de Slavoj Zizek: “Definimos entonces el acto ético como aquel que suspende la subjetivación forzada de la deuda simbólica, y su consumación decidida y responsable implica el momento en el cual uno se «desprende» transitoriamente del vínculo convencional con el «gran Otro»”. Queda dicho de este modo que el acto ético no supone la alienación en los enunciados morales, debido a que “…no sólo no se constituye como respuesta a ninguna súplica ni demanda del prójimo especular, ni tampoco como respuesta a la llamada del Otro insondable, sino que consiste en una intervención sorpresiva e inédita que cambia las coordenadas de la realidad existentes, así como la percepción de los parámetros de lo que era posible hasta ese momento tanto como la concepción de lo que se considera «el bien»”. Esta dimensión de “desprendimiento transitorio del Otro” es lo que hace que el acto sea en soledad ya que “en el acto que nos ocurre –sorpresivo, sin soporte fantasmático alguno, producido de la nada- el sujeto dividido se ubica a sí mismo como su propia causa, incapaz por ende de subjetivarla totalmente”. Ahora bien, el “sujeto que ha franqueado la tiranía de lo Mismo” no es sin el Otro. Se desprende la pregunta: ¿cómo conciliar la dimensión de otredad constitutiva y constituyente del sujeto con el hecho de que el acto subjetivo debe prescindir de la misma?

Estamos frente a un impasse que Milmaniene buscará atravesar sustentado sólidamente en la filosofía de Emmanuel Levinas. Volverá a acentuar una vez más el reconocimiento de la alteridad como inherente a la ética para enunciar: “Este reconocimiento de la alteridad, que distancia de toda tentación a la captura especular, supone lo «Absolutamente-Otro» levinasiano, e implica el nombre de la referencia simbólica absoluta (el Padre Muerto, Dios).” Es decir, el sujeto instituye su acto en soledad desprendiéndose transitoriamente del Otro de los enunciados, lo cual no implica que su soledad no esté signada por la presencia de la ausencia del Padre que en tanto muerto confirma desde su desvanecimiento el desamparo radical que el sujeto deberá confrontar con su acto. El acto ético, de este modo, supone la subjetivación de la inanidad del ser en tanto y en cuanto fue afectado por la palabra de lo “Absolutamente-Otro”. No se trata que lo “Absolutamente-Otro” se constituya en Otro del Otro sino más bien que lo “Absolutamente-Otro” queda delineado por el rastro/rostro evanescente que sitúa un inasimilable lugar de enunciación en el punto de desfallecimiento de los enunciados. Horizonte del puro decir que se abisma inasible y de modo radicalmente transontológico sobre la caída del cuerpo textual de los dichos. Dice Milmaniene: “La voz ética del Otro resulta entonces nada más que un llamado sin contenido positivo alguno, que no ordena ni garantiza nada, sólo una pura enunciación sin enunciado que convoca al sujeto a la entrega responsable, más allá de la culpa.”

No caben dudas que para el autor La Ética Del Sujeto tal cual lo aborda el psicoanálisis, es la secularización de la ética judía. Dice al respecto que “la ética secularizada retoma esta dimensión de la fe en el renovado pacto con la palabra”. El acto ético es redentor, y en este punto el autor conjuga de manera admirable la práctica analítica con la utopía mesiánica, “¿No se trata acaso en el análisis de una suerte de mesianismo laico, en el cual el sujeto se «redime» del goce y se libera de la culpa a través de sus actos, asentado en la convicción –que no es certeza- del deseo responsable como condición de la libertad?”. Milmaniene nos habla del “renovado pacto con la palabra”, pero ¿sobre qué dimensión de la palabra se asienta la redención? La “palabra de la ley” y la “palabra de la fe”, aparecen así desde la referencia a Agamben como puntos de tensión entre la ley y la gracia que será desplegada y enriquecida con las referencias hechas al cristianismo. Así como en su libro La función paterna Milmaniene nos familiarizó con los excesos inherentes a la ley expresados a partir de los complementos obscenos y superyoicos, en esta oportunidad nos habla de los excedentes de la ley pero no ya en el terreno patológico sino en términos de amor y gratuidad del don que actúan como sostén mismo de la ley. Dice el autor en referencia a la consumación mesiánica que equipara a la “utopía psicoanalítica”: “Se trata, en suma, de la ley basada en la promesa del amor redentor y en la gracia (hésed, en hebreo) que es bondad piadosa entendida como don, y que reemplazará a la ley de los mandamientos y las obligaciones. En tales circunstancias ya ninguna norma obligará al sujeto sino sus propias convicciones éticas, producto de la máxima interiorización lograda de la Ley, que ya es la Verdad del amor.” El acto redentor entonces, si bien implica “aceptar lo irremediablemente perdido” a partir de una lograda interiorización de le ley que implique el “complejo movimiento que en psicoanálisis se llama asunción de la castración”, se inscribe como tal “en el excedente irreductible de la ley que es la gracia (charis).” De este modo “se podrá crear un mundo en el que ya no habitará un sujeto alienado en el Otro, sino que será liberado en tanto habrá accedido a la máxima autenticidad, como lo postula la redención cristiana y lo sostiene también la utopía psicoanalítica”.

Milmaniene tiene la audacia de hablar de utopías en un universo cultural que pareciera haber renegado de ellas. Porque sabe que en palabras del poeta, “sin utopía la vida sería un ensayo para la muerte”. Su profundo humanismo apela a que desde una “posición existencial sublimatoria”, podamos trascender el ensayo para actuar de primera mano en el terreno de las realizaciones desiderativas sin especulaciones ni garantías subjetivando la finitud pero sin fetichizar la muerte. Absteniéndose de consuelos neuróticos frente al inexorable final pero enfrentando del mismo modo las posiciones melancolizantes, nos convoca a reproponer las utopías sin caer en un idealismo estéril. Porque la utopía psicoanalítica que inscribe en el linaje de las utopías mesiánicas, es la aspiración ideal pero concreta de la nunca del todo acabada asunción responsable de los deseos que requiere de la deposición dolorosa pero auspiciosa de los goznes del narcisismo con la pulsión de muerte. Milmaniene no escribe desde la fría mirada del académico, del tecnócrata o del crítico social, sino desde una profunda humanidad que da cuenta de alguien que involucra su propia existencia en aquello que escribe. Ya dio muestras de una exquisita sensibilidad en Clínica del texto que se relanza ahora con todo vigor y desgarro en un texto sin concesiones con los “cantos de sirenas” emitidos por los apologetas de la posmodernidad. Su existencialismo fundado en la ética monoteísta, repropone una ética de la responsabilidad que se erige con valentía, sabiduría y contundencia frente a los pregoneros de la conversión del psicoanálisis en una “ética de la libertad” fundada en última instancia en el narcisismo que aliena al ser.

Un libro imprescindible, urgente y necesario que nos hace sentir vivos y humanos en toda su dimensión. Confrontándonos con los lados mortíferos y oscuros del ser y la (des)cultura, nos alienta sobre todo a no ceder en nuestro imperecedero deseo de ética para poder transformar la ética del sujeto en un sujeto de la ética que asuma activamente la sumisión constituyente a la Ley y la gracia. Decía Miguel de Unamuno: “¿Queréis novedades? Leed a los clásicos.” José Milmaniene lo es. Busquemos en su generosa y lúcida escritura las eternas novedades pasibles de ser genuinamente anunciadas sólo desde una posición humanista como la suya, que desde la recreación permanente de los presupuestos fundacionales de la subjetividad nos propone una y otra vez aventurarnos responsablemente en la travesía ética de la existencia.

Fuente: El Sigma

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