(Comentario al artículo “Los dioses son dioses porque no piensan” de Ani Bustamante)
Por Martín Uranga
Quería retomar dos aspectos del artículo de Ani Bustamante “Los dioses son dioses porque no se piensan” escrito en torno a reflexiones mías publicadas como “Lenguaje-psicoanálisis-ateísmo-mesianismo”. En primer lugar su propuesta de pensar la trascendencia en la inmanencia. Creo que tiene la virtud de precaverse de la posibilidad de instituir la trascendencia como entidad supraestructural con posibles derivas místicas que desconozcan la raigambre pulsional. Por otro lado, pienso que padece del riesgo de que al situarla en la inmanencia misma, la trascendencia pierda su carácter disruptivo y eternamente novedoso que desaliena del mundo cosificado de los significados perpetuos.
En segundo lugar, y en relación a lo antedicho: si el más allá del padre lo pensamos “como núcleo inmanente al padre mismo”, resulta difícil pensar justamente la perspectiva del más allá. Entiendo que sólo si ese núcleo real trasciende la inmanencia, como testimonio de la carencia misma del orden simbólico, es posible avizorar el atravesamiento siempre inacabado del fantasma del padre. Si lo real es inmanente al padre su “función se pluraliza” y su consecuencia es la fragmentación y el paganismo, el “Uno que estalla”. Prefiero pensar la dimensión múltiple del Uno en términos de lo que Lacan denominó “los nombres del Padre”, en tanto distintas modulaciones del Uno de la discontinuidad que rehúye tanto la fragmentación como la univocidad, cuya estructura podemos entrever en la trinidad del Dios cristiano (“tres personas, una misma sustancia”). Dice Joseph Ratzinger en “Introducción al cristianismo”: “La doctrina de la trinidad no pretende, pues, tener la comprensión de Dios. Es una declaración de límites, un gesto que apunta, que nos remite a lo innombrable…La fe trinitaria, que admite lo plural en la unidad de Dios, es fundamentalmente la exclusión definitiva del dualismo como principio de explicación de la multiplicidad junto a la unidad. Sólo así se consolida para siempre la valoración positiva de lo múltiple. Dios está por encima de lo singular y de lo plural; hace saltar ambas cosas.”
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