Tiempo y Amor (segunda parte)

Por Ani Bustamante

Voy a formular una primera pregunta que esbozaré como punto de partida de una larga tarea: ¿cómo es el tiempo en el amor? ¿cómo se articulan acontecimiento y sexuación?

Es necesario que los instantes y las duraciones se pongan en funcionamiento para entrar en cierta lógica temporal que relacionaré al encuentro con el otro. Para esto usaré algunas ideas que Lacan expone en su texto: El Tiempo Lógico o el aserto de certidumbre anticipada.
En él trabaja el tema de la reciprocidad entre sujetos y la manera como el movimiento temporal del otro determina mi propio movimiento y viceversa, en la búsqueda de saber quién soy.

Voy a articular los tiempos lógicos de Lacan a partir de la idea del amor.
Tenemos, entonces:

1) Instante de la mirada
2) Tiempo de comprender
3) Momento de concluir

¿Cómo juegan estos en el encuentro sexual?

Vamos a la escena del baile amoroso:
Pensemos en el movimiento de una pareja y sus primeras señas de amor: al comienzo del baile se requieren estas señas… se avanza, se intuye, luego hay una duda, una suspensión en la que pensamos ¿será que esas señas son para mí, o es que ha pasado una abeja por delante?.. se reinicia el juego, señas van, señas vienen…. vacilación. ¿Por qué lo hace? y así podemos entrar a un circuito infinito, mientras esperamos el dato perfecto, el cálculo infalible. Sin forma de concluir.

El amor se juega en el acto, justamente, en ese acto que pone en evidencia nuestro límite. Una vez bailado y pillado algunos movimientos se realiza la apuesta y se concluye. Este momento de concluir resignifica y reabsorbe los momentos anteriores.

Bajo algunas circunstancias podemos llegar a una conclusión a partir de un INSTANTE DE MIRAR, un golpe de percepción que me de una evidencia obvia. En este caso no hay interpelación al otro, al movimiento del otro (el otro está en condición de estatua a la que se mira congeladamente). Aquí no hay baile, ni movimiento que haga posible un enigma que dispare el deseo.
Podríamos decir que estamos capturados por la mirada, fascinados y congelados, pues no se pone en juego nada de la subjetividad.

Bajo otras condiciones es necesario un TIEMPO DE COMPRENDER para así llegar a un MOMENTO DE CONCLUIR.

EL TIEMPO DE COMPRENDER precisa de una detención para observar el movimiento del otro, que a su vez hace lo mismo con nosotros. Hay un reconocimiento, hay algo en el campo del otro que me dará la clave para saber quién soy. Esto traerá duda, movimiento y vacilación:

Chabuca Granda canta este enigma:

“Como sera mi piel junto a tu piel, cardo ceniza como sera..
Si he de fundir mi espacio frente al tuyo
Cómo será tu cuerpo al recorrerme
Y cómo mi corazón si estoy de muerte»

Luego llega un momento, un momento preciso que hay que pillar, un momento de CONCLUSIÓN. Para poder llegar a esta conclusión hay que dejar de mirar y abandonar la comprensión. Pues ya no hay nada que comprender.
De alguna manera este MOMENTO DE CONCLUIR es como el INSTANTE DE LA MIRADA, pero mediado por el encuentro con el reconocimiento del otro. Mediado por el movimiento, el lapso, el baile, el circuito libidinal.

Concluir es un ACTO en el que ya no se depende del movimiento del otro, y en el que se pone en juego una apuesta. Ahí está el sujeto solo con su acto. Ahí está la soledad del instante.

Como diría Octavio Paz:
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre.

Los tiempos del sujeto: Acontecimiento y Amor (Primera Parte)

 

Por Ani Bustamante

Introducir la posibilidad del acontecimiento es lo que interesa en psicoanálisis… y en la vida misma. Como aquello que rompe con la idea cronológica del tiempo, cambiando el pasado e interfiriendo sobre el futuro.

Si tomamos distancia de la línea cronológica que es la de la predicción, el cálculo y el control (anulación del amor, el arte y lo nuevo). ¿Con qué nos quedamos? ¿Cómo entendemos esta vida y sus cruces temporales? ¿Cómo entendemos que de pronto lo que creí haber sido se descoloque en el instante en que me encuentro con el amor, con un impacto estético o con la muerte?

Me interesa trabajar la manera como se puede articular estas dos dimensiones:

a) La duración: como aquello que se sostiene imaginariamente en una línea cronológica continua, predecible y sin fisuras. Que obtura el advenimiento de lo nuevo y por lo tanto nos deja presas de la repetición. Una duración que sería algo así como “un eterno retorno de lo MISMO”, una lógica del calco, de creer que lo que vivo ahora es un calco de mis relaciones tempranas, por ejemplo.

b) El instante: como aquello que introduce lo discontinuo, la irrupción de algo que escapa de una lógica causal, aquello que no entra en las conexiones y el cálculo y que por lo tanto nos puede angustiar y/o abrir a la creatividad. ¿Aquí podríamos pensar en un eterno retorno de lo diferente?

Hace varios años, una frase de Bachelard me inspiró:
“El tiempo sólo tiene una realidad, la del Instante. En otras palabras, el tiempo es una realidad afianzada en el instante y suspendida entre dos nadas. No hay duda de que el tiempo podrá renacer, pero antes tendrá que morir. No podrá transportar su » ser de uno a otro instante para hacer de él una duración. Ya el instante es soledad…”

Este tiempo al que hace referencia Bachelard, como tiempo efímero, como tiempo que se nos va de las manos desvaneciéndose ¿puede relacionarse con la idea de sujeto en psicoanálisis? Es decir, de sujeto en tanto suspendido entre dos significantes, como efecto de un intervalo, como evanescente?

Dice Octavio Paz
lo que pasó no fue pero está siendo
y silenciosamente desemboca
en otro instante que se desvanece. ( piedra de sol)

Lacan en el seminario 11 dice que “La función de algún modo pulsativa del inconsciente, en la necesidad de evanescencia que parece serle de alguna manera inherente: como si todo lo que por un instante aparece en su ranura estuviese destinado, en función de una especie de cláusula de retracto, a volver a cerrarse, según la metáfora usada por el propio Freud, a escabullirse, a desaparecer”

Como contrapartida a esta realidad del instante, de lo efímero y discontinuo, el sujeto de manera natural, intenta mantenerse en una línea diacrónica (entendida como imaginaria) que le permita estar en una lógica predictiva y calculadora que pretenda ver el futuro como aquello que es “posible” que se presente, para luego comprenderlo como “necesario” (evitando reconocer el carácter contingente de un acontecimiento)… ahí estamos cómodos, negando el hecho de que el tiempo puede introducir lo imposible (de pensar o prever) y que puede llevarnos a cuestionar o agujerear el sentido que teníamos establecido.

Así, el encuentro con un acontecimiento contingente es interpretado como “algo que estaba escrito”, como algo necesario, esto calma la angustia que ocasiona aquello que escapa al control y se presenta como imprevisto, no calculable, ni medible. Nuestra tendencia es buscar conexiones que borren el carácter contingente y reintroduzcan una causalidad.

¿De qué manera estas dos tendencias: la del instante discontinuo y la de la duración lineal pueden convivir? Busco una suerte de unidad en la discontinuidad, un cuerpo que cohesione la dispersión de los instantes. Una relación en medio de la “soledad del instante” que postula Bachelard.

Freud en su artículo “El poeta y la fantasía” (1908) postula que es la presencia del deseo la que hace resonar juntos presente-pasado y futuro… estos, dice: “son como las cuentas de un collar engarzado por el deseo”
Esto tiene que ver con la idea de una primera satisfacción de deseo que deja la huella de una pérdida (primera satisfacción del deseo como lugar mítico) que pone a andar el circuito del deseo y que instala una ilusión de un futuro en el cual ese deseo (que por estructura nunca se realiza) se realiza.
Aquí la fantasía de ese cumplimiento de deseo opera como articulador que cohesiona los acontecimientos. Sin embargo creo necesario buscar esos cortes en la fantasía que den lugar a lo nuevo, a lo impredecible. Y no introducirnos en el futuro como mera repetición del pasado (aunque este futuro prometa la satisfacción del deseo)

Badiou dice:
“El tiempo es múltiple en sí mismo. Yo diría que el tiempo es el ser-no-ahí del concepto… para mí resulta esencial pensar la verdad, no como tiempo, o como ser intemporal, sino como interrupción…. No se puede buscar lo verdadero del lado de la memoria”
Porque del lado de la memoria nos encontramos con esta linealidad y este imaginario que tapona. Pessoa decía que preferia el recuerdo porque en él no se veía acotado por límites temporales o espaciales.
Traslado esta idea de interrupción en Badiou a una elaboración lacaniana de la temporalidad basada en los primeros aportes freudianos sobre el efecto retroactivo.

Tenemos dos líneas:
La línea proyectiva y la línea retroactiva

La Línea Proyecctiva tiene que ver con:
La Sucesión
El Sentido único
La Predicción
La Proyección
La Espera

La Línea Retroactiva con:
La Interrupción
La Suspensión
Lo dicho (en el decir) como dimensión de la verdad
El Acontecimiento

Venimos hablando de la duración y del instante, y de cómo ante la necesidad de articular los distintos modos de presentación del tiempo vimos que Freud pone al deseo como lo que engarza. Lacan continuará esta idea construyendo este grafo. Podemos ubicare el acontecimiento, lo inesperado, en la intersección de estos dos tiempos (retroactivo y progresivo) y pensarlo a la manera de Niezsche: como una puerta, una puerta a la que llama INSTANTE y en la que se encuentran dos infinitos: el que viene del pasado y el que va hacia el futuro.
En ese preciso instante, en esa zona de umbral que agujerea el sentido ¿podríamos pensar que el tiempo adquiere carne?

Y aquí me arriesgo a proponer algo: LA NOVEDAD Y LA SECUENCIA DIACRONICA SE ARTICULAN SUBJETIVAMENTE EN EL CUERPO SEXUADO. EN EL AMOR (EL AMOR DESDE EL PUNTO DE VISTA DEL ACONTECIMIENTO)

Propongo esto basándome en que es el agujero la condición de posibilidad del deseo y lo que permite que la libido haga un recorrido en los bordes. Mantenerse en el acontecimiento sin reducirlo a lo necesario de la causalidad es introducirnos en lo imposible, en el encuentro con lo inesperado… lo cual trae tanta angustia, como el mismo hecho de desear, pero es a la vez posibilidad de instalación de la subjetividad en tanto creación de algo nuevo.

Este instante, como tiempo del acontecimiento y como puerta, sería un lugar vacío que sin embargo potencia que algo se concrete, que el tiempo tome cuerpo. Es en el cuerpo donde se anuda el éxtasis gozoso, con las huellas de la memoria, el lugar donde la memoria recorta sus pretensiones absolutas para alojarse en los pliegues de la carne.

Tenemos entonces este cuerpo sexuado, este cuerpo que sufre/goza los avatares del amor. Cuerpo como zona de umbral, como puerta que abre y cierra, que pulsa rítmicamente produciendo el encuentro con lo inconsciente.

Marcela Pernía. Una huella, un poema

Un largo trayecto de Trazo Freudiano y de Aniverso fue escrito en intenso y riquísimo intercambio con Marcela Pernía, autora de los blogs: «Itinerarios en el arte»,»Letra deriva» y «La máscara y el poema».
El texto compartido y sus comentarios acompañaban muchos de mis posts. Es dificil encontrar una escritura, un pensamiento y sensibilidad, tan finamente complejos.
La voz poética de Mar sostenía mi pluma cuando ésta desfallecia.
Ahora, en esta tan oscura noche, intento sostener con mis letras su irremediable ausencia.
Y aunque sé que este es un blog dedicado, básicamente, al psicoanálisis y la filosofía, no encuentro manera de acercarme a estos discursos sin la textura poética, sin pulsar el propio límite entre la teoría y la puesta en juego de la subjetividad… ella, la que se articula en la temporalidad, en la concatenación de instantes que juegan y fingen duración. Instantes que, de pronto, marcan el quiebre, la disrrupción. El corte.

Es la única manera que tengo de sostener este blog. Esta es mi posición.

Hoy son tuyas mis letras Marcela, tienes aquí un lugar.
Ahora que danzas en esos abismos imposibles en cuyos bordes escribias.
Déjame que inscriba uno de tus poemas:

XLI

En el latido que quiebra
la frágil envoltura de las apariencias
en el reverso de la palabra
y su conjuro
en la mirada y su distracción
del infinito
en el cuerpo acariciado
como tibio talismán contra la muerte
en la piel de la locura
más callada
en el fruto de las bocas colmando
el lenguaje del delirio
en la mímica del agua
como simiente de la urgencia de las manos
en el tibio despertar de las ofrendas
de este cuerpo mío
en la fidelidad de la ausencia
cual urdimbre de sutiles matices
en el reinventarme en corazón ajeno
bajo ecos de lejanas melodías
en el son del viento que despide
en suave aleteo
en libre paneo suspendido
la eternidad de lo efímero
Amor
para que sobrevivas
[yo no diré mi poema y he decirlo]
con su agua y su fuego
con su mar en las venas
palabra por palabra hasta echar andar al mundo
como acuerdo de dioses primigenios
palabra que se piensa hacia adentro
corazón espejo para mirarnos lo que somos
poema de agua para nadie
infinito en su humedad estremecido y frágil
como lluvia que confunde las palabras con agujeros o pájaros
como puntas de estrellas clavándose en la luna

Marcela Pernía.

Gracias Mar, por tu huella, por tu trazo.

La hija del carbonero

Pareciera que en la virtualidad de este espacio se conjugan tiempos e instantes procedentes de diversas latitudes. Hace un par de días llegó a mis manos desde Buenos Aires este cuento, de la psicoanalista Mónica Arzani, para ser publicado aqui. En el instante preciso en que mis preguntas se dirigían hacia el asunto de la temporalidad y el recuerdo, aparece, cual acontecimiento festivo, este texto que pone en acto y en letra, aquello que nos viene inquietando.


La hija de Carbonero

Por: Mónica Arzani

¿ O acaso hay algo más desesperado que el surco de una antigua felicidad, de haber tenido algo y haberlo perdido?
Yo que soy toda ojos, veo este sueño como una sombra que une el recuerdo y el olvido. Y aparece entonces la pregunta como un gesto leve y muy antiguo. Una pregunta sin destinatario, porque tendría que volver a cruzar esa línea fugaz que nos separó por años. Entrar en ese pasaje vacío, tan imposible como sus labios que ahora duermen. ¿ Qué puedo encontrar después de haber encontrado? Quizás mi memoria infiel genere alguna chispa breve que alumbre la precariedad de su imagen, su dolorida ternura, su cuerpo encarnado en el vestido rojo, la espesura de su pelo intensamente oscuro, capaz de conducir en una sola hebra la voluptuosidad y ebullición de la más perturbadora ceremonia. Es un alivio poder evocarla sin testigos porque así todas mis precisiones terminarán siendo ciertas a fuerza de creerlas.
Se la nombraba como la hija del carbonero y se la veía recorrer el río en las lanchas pescadoras con las rodillas y la cara tiznadas y los ojos falsamente ingenuos. Nunca pude mostrarla como a mis otras amigas.
Mi familia la veía con una mirada acusadora , sumergida en la duda. Duda que se reeditaba cada tarde en el llanto de su madre frente a las amarronadas aguas del río, penando , preguntándose por el paradero de su hija. O los improperios del carbonero que la maldecía mientras escondía las botellas de vino vacías entre los yuyos. Tísica de mierda, era la mejor definición que encontraba para su hija. Pero yo nunca me había inquietado con sus desapariciones, sabía que volvería por el patio de atrás y se refugiaría en la carbonería, hasta que su padre se durmiera por los efectos del alcohol y su madre se sentara a escuchar la novela de la tarde. Después como si nada pasara entraría a la cocina, sabiendo que no sería interpelada, que para ese entonces el fragor de la batalla se había desvanecido.
A pesar de todo esto y de mi propio pesar, fui la cómplice de su triste olor a barro mezclado con plantas húmedas y pescado y de su pelo enredado con las algas del río.
Ella me esperaba pasando los árboles, a la hora de la siesta. Entonces nos sentábamos en la ribera y yo le masajeaba y peinaba los cabellos, con cuidado, con celo, con caricias, mientras ella se sumergía en una calma estática, como la de un estanque se agua llovida. Y ya no había de que preocuparse, no se precisaba acudir a nada, a ella no le interesaban su madre aterrorizada ni su padre anónimo. A mí tampoco me signaban las categóricas palabras de mi abuela: Desde el primer día que la vi, supe que esa chica tenía un vicio. Nada, sólo nosotras en ese oxígeno único, en esa visión tan portentosa que da el desasimiento de lo mundano.
Todo se trastocó una tarde en la que ella llegó tan descalza como siempre, con la trenza atada con empeño sobre la nuca y su olor a pasto recién cortado. A veces los hechos, las conmociones, suceden a pesar de uno, ha de ser por eso que saqué una tijera escondida en mi vestido y con un estremecimiento profundo, le ordené: Cortala.
La trenza cayó a mis pies blandamente. Ella lloró contra el suelo, mordiendo las piedras, lloró con lágrimas perdidas, no compartidas con nadie.
En el ocaso de ese día abandoné el pueblo con mi secreto oculto en una valija.. Me instalé en la ciudad y nunca volví a verla.
Su rostro se fue alejando poco a poco de mi miedo. Sus cabellos en cambio permanecieron siempre conmigo, como su ofrenda más recóndita. Para gozar de su tersura confeccioné con ellos un tocado que me sujetó a su memoria como una urdimbre de rosas eclipsando su recuerdo. Guardé la reproducción celosamente, para que nadie turbara su eternidad.

Nunca la usé.

Alix

Duraciones discontínuas, o la insistencia del instante.

Como dije en anterior post (martes 6 de octubre), este blog ha sido tomado por el espíritu de la discontinuidad. De pronto… el blanco, el silencio y, un ritmo musical que parecia escribirse solo y por fuera de este espacio.
Hago uso de esta sensación para pensar el asunto de la temporalidad y el ritmo pues siempre me ha llamado la atención la pregunta por el instante.
En el instante me alojo, frente al titubuear arritmico de las teclas para preguntarme ¿qué es la duración? ¿qué el instante?
¿Acaso podemos pensar el tiempo del sujeto como una discontinuidad? Si esto fuera asi, las consecuencias en la idea de memoria serían relevantes. Bachelard dice en «La intuición de instante» que el recuerdo no está sostenido en la duración, sino solo en el instante (no sé por qué digo «solo»). Es decir, no recordamos duraciones.
Por otro lado Badiou piensa que «no se puede buscar lo verdadero por el lado de la memoria. La verdad es desmemoriada; es incluso, al revés de lo que piensa Heidegger, el olvido del olvido, la interrupción radical», pues finalmente el olvido en cuestión es «del propio tiempo», en un intento de afirmar inmortalidad.

Si la memoria se construye con trozos de sueños e imágenes fantasmáticas no podemos sostener el ser en ese supuesto hilo (el de la memoria), entonces ¿qué es lo que dura? ¿qué se mantiene?
¿acaso, justamente, el hecho de ser discontínuos? ¿acaso el ritmo entreverado intentando escribir en medio del silencio de la noche?

Muerte y resurrección en dos poemas místicos: un anónimo y un poema de Héctor Viel Temperley

Por Jorge Cabrera

Mas, no era también él,
otro viajero de la eternidad con un va y viene
de escamas de minutos
bajo las plumas de las nubes, que, a su vez,
palidecían hacia el olvido?
Juan L. Ortiz, El Gualeguay

Primer movimiento: Cristo o el cuerpo del hombre en la cruz

La imagen de Cristo en la cruz es la imagen fundante del desamparo, de la soledad del hombre que se ha entregado (que ha sido entregado) para salvar a los otros hombres. Jesús yace solo (“¿Por qué me has abandonado, padre?”) para que los demás (hijos) vivan y continúen el camino hacia la redención. Dios escribe (sería más acertado decir “dicta” porque Dios no escribe, hace escribir) su poema, el Génesis, en una semana; el hijo necesita treinta y tres años para completar su mejor obra: su muerte y su resurrección. El padre da el verbo, el hijo escribe (inscribe) con sus manos atravesadas sobre el madero. La imagen de Cristo en la cruz contrasta notablemente con la del hombre joven, pastor de almas, y que en algún momento predica: “… he venido para traer la discordia entre los hermanos”. Contrasta pero conviene ya que movimiento y quietud son las dos caras de la vida (¿tocamos o no tocamos dos veces el mismo río?). Los hombres, los hombres que escriben, suelen dejar su leyenda (leyenda: lo que debe ser leído), su inscripción funeraria, para que la letra quede una vez que el cuerpo del poeta ya no esté. Se escribe (siempre) para dar testimonio de lo que no está, de lo que no estará. Recuerdo, a continuación, el epitafio escrito por el poeta chileno Jorge Teillier, citado por el psicoanalista José Milmaniene en su libro Clínica del texto:

Me despido de una muchacha cuya cara suelo ver en sueños, iluminada por la triste mirada de linterna de trenes que parten bajo la lluvia. Me despido de la nostalgia –la sal y el agua de mis días sin objeto– y me despido de estos poemas: palabras –un poco de aire movido por los labios–, palabras para ocultar quizá lo único verdadero: que respiramos y dejamos de respirar.

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Tocando la Letra

A René,
por su compás y ladrido inolvidables

Llevo varios meses sin poder escribir, tengo este blog detenido, como detenidos están mis dedos frente a las letras que configuran algún sentido.
Hoy, leyendo un libro sobre filosofía de la música dije: “basta”.
Pero ¿cómo basta? cuando parece que estoy frente a aquello que no se puede inscribir. Lacan diría que esto tiene que ver con: “aquello que no deja de no inscribirse” y que nos coloca frente a lo real, es decir lo imposible de simbolizar o imaginarizar. Real que intentará significarse, una y otra vez, haciendo borde alrededor de un agujero.
Dedos detenidos frente a la articulación significante de las letras se ponen en marcha a través de la creación de sonidos y ritmos. Juego con la pulsación temporal de aquello que no alcanza un nombre.

Días atrás, estando todavía en Lima, inicié una aventura de sonidos y ritmos con el cajón peruano. La significación enmudecía mientras la madera tomaba cuenta de la pulsión. Mientras la textura y la sensación dejaban de lado a la “lógica del sentido”.

El acto de saber entrar en el compás, de sacar el ritmo en los márgenes de la consciencia, de entender que la incesante pulsación no para y que hacemos, ahí en donde el tiempo es el amo absoluto, una pirueta. Danza entre límites y sonido.
Justo ahí en donde la cultura negra peruana teje el dolor de la esclavitud con la fiesta por la advenida libertad. Festejo de cajones en medio de la pobreza, festejo que sabe salir del patrón (musical) para complejizarse en un transe mestizo que celebra la libertad (que no es otra cosa que el reconocimiento y respeto de la subjetividad). No hay más amo que el tiempo, y con él, se logra música.

Ahora, frente a la página en blanco, solo oigo el torpe teclear de mis dedos. Intento entrar y salir de la significación haciendo con cada letra una caricia de madera. Toco mi cajón escribiendo… “panalivio” entre la vida y la muerte, entre lo nombrable y lo innombrable (quizá lo que quiero decir se esconde entre un punto y otro… en el vacío de una línea)

En Madrid, trato de retomar mis ritmos negros, la marinera y el vals… el andar alegre de René mi perro, que partió en esos días limeños, entre toques de cajón y olor a canela.
Estoy al borde y no puedo… escribir.
No hay manera de cifrar la muerte, de domesticar el tiempo, de nombrar el goce y el festejo.
Algo no cesa de no escribirse en la textura de la madera, mientras las manos vuelan descubriendo un baile imposible.

Los caminos de Chabuca Granda

Por Ani Bustamante

Chabuca Granda, hermosa mujer peruana, musa inspiradora de mis días en Madrid, no deja de sorprenderme cuando, lejos del susurrar de sus canciones en la cotidianidad limeña, me acerco a ellas desde la distancia, desde otras calles, otros puentes. Cuando, despacio, vuelvo a su poesía y a la revolución de sus sonidos.

Quizá la faceta más conocida de Chabuca sea la del tiempo de cantarle a la tradición de una Lima antigua y señorial, cantar para no perder las calles, los perfumes y sabores.

Que Chabuca nos hace rememorar, queda bastante claro. Cuando habla de la memoria pareciera que todas las notas musicales se pusieran de acuerdo para hacernos viajar en el tiempo y recuperar algo de lo irrecuperable.

Y aquí hay algo que esta señora de viajes y de sueños, me sigue enseñando: la gran paradoja del ir y venir, la necesidad de recordar el olvido. Todo esto mostrado desde su necesidad de imprimir con canciones las huellas de Lima y sus recovecos, las alturas de los andes y su grandeza, el ritmo y sensualidad del negro peruano. Los múltiples personajes de su universo conjugan con el canto a lo perdido, con el sonido evanescente, con aquello que hay que olvidar; como cuando canta, casi adormeciéndonos: “cuando ya se me olvide habré olvidado, viviré adormecida liberada, no ansiaré una respuesta, pues no habré preguntado…”
Chabuca dice, al oído afinado, que hay algo de la tradición, de lo pasado, que se sostiene en el vértigo del futuro, en la herida de la pérdida… y ahí, ella, mujer de ríos de vino, se juega con el propio cuerpo cuando dice:
«Balbucearte de nuevo en los puentes mi voz, y dejarte caer otra vez pobre voz, otra vez»

La voz, ya separada del cuerpo, caída. Regresa desde otro lugar, desde el otro lado del puente para mostraros una cierta extrañeza frente a nosotros mismos. En el caso de Chabuca, los recorridos líquidos no dejan de hacerme pensar en los flujos del movimiento del deseo, con aquello que imprime y con lo que pierde. Con aquella palabra que se dice para grabarnos en la memoria al “viejo puente, el río y la alameda”, y con aquella voz caída que irrumpe en el tiempo necesario de la pérdida (que hará posible la irrupción de otro puente, otro río y otra alameda). Y con ellas, la palabra y la voz, dejarnos llevar, dejarnos perder en la entrega de esta poeta a su ser peruana y a sus orillas de mujer:
Llegaré a las orillas de un río de vino,
llegaré;
A borrar caminos
A dormir olvidos, llegaré…

Deseo de Deleuze y su Desterritorialización

Gilles Deleuze ha sido siempre de gran inspiración para mi, es innegable su capacidad para hacernos producir nuevos conceptos y cuestionar antiguas y gastadas ideas psicoanalíticas.

Vengo escribiendo desde hace un tiempo sobre la «letra», concepto lacaniano que me parece imprescindible en nuestros tiempos. Hoy he querido dejar en este Trazo una Letra, la D de deseo, la D de Deleuze, recortando unos fragmentos de una conversación entre Deleuze y Claire Parnet llamada «El abecedario».
La D como letra no significa nada pero detona significantes potentes para el psicoanálisis y el esquizoanálisis, como el de deseo. Siguiendo la pasión por Deleuze espero arrancar de esta letra multiplicidades, hacer agenciamientos. Siguiendo mi Trazo psicoanalítico tengo mucho por oponer y discutir a la posición deleuziana.

Es genial pensar el deseo en función de los elementos y las relaciones que se ponen en juego. Bien dice Deleuze, no se trata del deseo aislado, sino del «deseo que fluye en un agenciamiento». Lo que busca Deleuze es romper con el eje psicoanalítico que tiene al Edipo como centro (no hay que olvidar que este concepto es el que dio vida al psicoanálisis, sin que esto signifique un destino enquistado), por lo tanto hace una abolición de cualquier trazo que pueda determinar nuestra elección deseante. Es decir, no habría huella, a la que regresar.
Lacan va deslizando estas nociones edípicas y las reformula primero con su teoría significante y luego con la topología borromea. No se trata pues, de calcar en el mundo (ancho y ajeno) los modelos familiares (eso es reducir el psicoanálisis a un psicologismo), se trata de la estructura del lenguaje y de la manera como el cuerpo se relaciona con lalengua.
Otro asunto espinoso es el de la relación «deseo-castración». Encuentro un problema al hablar de estos términos sin precisar en que «agenciamiento» estan dados.
Discuto contigo Deleuze, y esta discusión me apasiona. Te desterritorializo.
Y pienso en tus rizomas encontrando un punto, un menos que produzca el más -esta es mi versión-
¿puede haber deseo sin ese espacio por el que fluyan las singularidades? y ese espacio, vacio… ¿no es un menos?

Dejo la letra.
La discusión seguirá sus rutas múltiples…

Escribir una textura

Por Ani Bustamante

Luego de varios años de indagar en la palabra y sus sentidos, luego de intentar sacarle toda la sustancia al devenir significante, caigo (cómo no iba a hacerlo) en el punto de imposibilidad. Imposibilidad de significar.
En ese punto me alojé, casi para ver y para tocar aquello que el desgastado lenguaje no me podía brindar.
Luego de instalarme en ese punto vertiginoso me di cuenta de que no era viable (al menos si quería sostener una posición no esquizofrénica) navegar en el afuera absoluto. Ayer se lo decía a una amiga: “estas jugando a la nave de los locos de Foucault” y, hoy me pregunto ¿será que este estar por fuera del discurso, ya sea en el exterior absoluto o en el agujero, tiene que ver con “lo” femenino? Lo femenino en tanto lugar que no se sujeta del todo al orden significante, como lugar en el que se pone en marcha un tipo de goce que pasa del falo. Sobre esto escribiré un próximo artículo, aqui sólo intento señalar esta posición que hace borde con el afuera y que puede pensarse desde el lado femenino (siguiendo las líneas lacanianas).
Al encontrar no viable navegar en la nave de los locos, regresé a mis espacios de umbral, a mis zonas de orilla. Releo un texto de Lacan y una frase me captura:

“Entre el goce y el saber, la letra haría el litoral”.

La letra está ahí para no caer en el agujero impensable que se abre cuando se borran todos los límites frente al goce. No tiene significación, pero sostiene. Cuando escribe sobre el litoral, Lacan está pensando en la escritura china que es un arte de vida. Le llamó la atención lo que los chinos llaman Yin Yun que significa caos original y que es ordenado a partir de un primer trazo de pincel:

“El Trazo no es una simple línea. Por medio de un pincel, embebido en tinta, el artista coloca el Trazo sobre el papel. Por su pleno y su perfil, su Yang y su Yin, el empuje y el ritmo que implica, el trazo es virtualmente y a la vez forma y movimiento, volumen y tinte. Constituye una célula viviente, una unidad de base de un sistema de vida” (François Cheng).

Así como este trazo único de pincel ordena el caos, la letra ordena las pulsiones y permite que le significación posterior sea posible.

Aquí me hace falta hacer surgir, del brillo de esta pantalla, una textura opaca que suprima la mirada y la palabra y ponga en juego el tacto. ¿Cómo escribir una textura? es la pregunta que ahora me obsesiona. Pienso en poesía, creo que ella sabe de ese tacto y de esa letra, en la medida en que no se deja domesticar por las reglas de la gramática y es capaz de salir del orden fálico (para mostrarnos ese otro goce)

Entiendo lo poético como aquello que hace nacer algo nuevo, como condición de posibilidad de alteridad, de diferencia. Cómo una manera de tratar el cuerpo, como una manera de hacer cuerpo. Un cuerpo con orillas, con litoral entre el orden del saber y el del goce.
Porque si nos pensamos desde el puro goce estamos perdido, pero, si nos pensamos desde el puro saber, estamos petrificados en un punto tan localizable que ya no se puede devenir otro. Encarcelándonos en nuestras predeterminaciones y en el amo del discurso dominante.

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