Por Ani Bustamante
En ese punto me alojé, casi para ver y para tocar aquello que el desgastado lenguaje no me podía brindar.
Luego de instalarme en ese punto vertiginoso me di cuenta de que no era viable (al menos si quería sostener una posición no esquizofrénica) navegar en el afuera absoluto. Ayer se lo decía a una amiga: “estas jugando a la nave de los locos de Foucault” y, hoy me pregunto ¿será que este estar por fuera del discurso, ya sea en el exterior absoluto o en el agujero, tiene que ver con “lo” femenino? Lo femenino en tanto lugar que no se sujeta del todo al orden significante, como lugar en el que se pone en marcha un tipo de goce que pasa del falo. Sobre esto escribiré un próximo artículo, aqui sólo intento señalar esta posición que hace borde con el afuera y que puede pensarse desde el lado femenino (siguiendo las líneas lacanianas).
Al encontrar no viable navegar en la nave de los locos, regresé a mis espacios de umbral, a mis zonas de orilla. Releo un texto de Lacan y una frase me captura:
“Entre el goce y el saber, la letra haría el litoral”.
“El Trazo no es una simple línea. Por medio de un pincel, embebido en tinta, el artista coloca el Trazo sobre el papel. Por su pleno y su perfil, su Yang y su Yin, el empuje y el ritmo que implica, el trazo es virtualmente y a la vez forma y movimiento, volumen y tinte. Constituye una célula viviente, una unidad de base de un sistema de vida” (François Cheng).
Aquí me hace falta hacer surgir, del brillo de esta pantalla, una textura opaca que suprima la mirada y la palabra y ponga en juego el tacto. ¿Cómo escribir una textura? es la pregunta que ahora me obsesiona. Pienso en poesía, creo que ella sabe de ese tacto y de esa letra, en la medida en que no se deja domesticar por las reglas de la gramática y es capaz de salir del orden fálico (para mostrarnos ese otro goce)
Entiendo lo poético como aquello que hace nacer algo nuevo, como condición de posibilidad de alteridad, de diferencia. Cómo una manera de tratar el cuerpo, como una manera de hacer cuerpo. Un cuerpo con orillas, con litoral entre el orden del saber y el del goce.
Porque si nos pensamos desde el puro goce estamos perdido, pero, si nos pensamos desde el puro saber, estamos petrificados en un punto tan localizable que ya no se puede devenir otro. Encarcelándonos en nuestras predeterminaciones y en el amo del discurso dominante.
Qué bien lo has dicho, Ani. Es exactamente lo que te comenté que me ocurría. Cada vez que intento escribir la dichosa (ya sabes) desde el discurso «previsto» o desde ese pretendido saber, me quedo paralizada. Pero tú, explicándolo desde ese lenguaje del saber, has mostrado la paradoja.
Un besazo.
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Claro, hay una paradoja ahí Bel…Lo previsto nunca en buen compañero de la escritura… pero la deriva absoluta tampoco (a no ser un Joyce)
Claro, el punto es ¿cómo salir de la petrificación?
Creo que tu elección de autor guia mucho en un tipo de texto… me decía hace unos días un amigo: C.L. es texto puro, más allá, o más aca, de la línea narrativa.
No termino de entenderlo (¿terminar de entender también paraliza? jeje)
Un beso grande
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