Tiempo y Amor (segunda parte)

Por Ani Bustamante

Voy a formular una primera pregunta que esbozaré como punto de partida de una larga tarea: ¿cómo es el tiempo en el amor? ¿cómo se articulan acontecimiento y sexuación?

Es necesario que los instantes y las duraciones se pongan en funcionamiento para entrar en cierta lógica temporal que relacionaré al encuentro con el otro. Para esto usaré algunas ideas que Lacan expone en su texto: El Tiempo Lógico o el aserto de certidumbre anticipada.
En él trabaja el tema de la reciprocidad entre sujetos y la manera como el movimiento temporal del otro determina mi propio movimiento y viceversa, en la búsqueda de saber quién soy.

Voy a articular los tiempos lógicos de Lacan a partir de la idea del amor.
Tenemos, entonces:

1) Instante de la mirada
2) Tiempo de comprender
3) Momento de concluir

¿Cómo juegan estos en el encuentro sexual?

Vamos a la escena del baile amoroso:
Pensemos en el movimiento de una pareja y sus primeras señas de amor: al comienzo del baile se requieren estas señas… se avanza, se intuye, luego hay una duda, una suspensión en la que pensamos ¿será que esas señas son para mí, o es que ha pasado una abeja por delante?.. se reinicia el juego, señas van, señas vienen…. vacilación. ¿Por qué lo hace? y así podemos entrar a un circuito infinito, mientras esperamos el dato perfecto, el cálculo infalible. Sin forma de concluir.

El amor se juega en el acto, justamente, en ese acto que pone en evidencia nuestro límite. Una vez bailado y pillado algunos movimientos se realiza la apuesta y se concluye. Este momento de concluir resignifica y reabsorbe los momentos anteriores.

Bajo algunas circunstancias podemos llegar a una conclusión a partir de un INSTANTE DE MIRAR, un golpe de percepción que me de una evidencia obvia. En este caso no hay interpelación al otro, al movimiento del otro (el otro está en condición de estatua a la que se mira congeladamente). Aquí no hay baile, ni movimiento que haga posible un enigma que dispare el deseo.
Podríamos decir que estamos capturados por la mirada, fascinados y congelados, pues no se pone en juego nada de la subjetividad.

Bajo otras condiciones es necesario un TIEMPO DE COMPRENDER para así llegar a un MOMENTO DE CONCLUIR.

EL TIEMPO DE COMPRENDER precisa de una detención para observar el movimiento del otro, que a su vez hace lo mismo con nosotros. Hay un reconocimiento, hay algo en el campo del otro que me dará la clave para saber quién soy. Esto traerá duda, movimiento y vacilación:

Chabuca Granda canta este enigma:

“Como sera mi piel junto a tu piel, cardo ceniza como sera..
Si he de fundir mi espacio frente al tuyo
Cómo será tu cuerpo al recorrerme
Y cómo mi corazón si estoy de muerte»

Luego llega un momento, un momento preciso que hay que pillar, un momento de CONCLUSIÓN. Para poder llegar a esta conclusión hay que dejar de mirar y abandonar la comprensión. Pues ya no hay nada que comprender.
De alguna manera este MOMENTO DE CONCLUIR es como el INSTANTE DE LA MIRADA, pero mediado por el encuentro con el reconocimiento del otro. Mediado por el movimiento, el lapso, el baile, el circuito libidinal.

Concluir es un ACTO en el que ya no se depende del movimiento del otro, y en el que se pone en juego una apuesta. Ahí está el sujeto solo con su acto. Ahí está la soledad del instante.

Como diría Octavio Paz:
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre.

Los tiempos del sujeto: Acontecimiento y Amor (Primera Parte)

 

Por Ani Bustamante

Introducir la posibilidad del acontecimiento es lo que interesa en psicoanálisis… y en la vida misma. Como aquello que rompe con la idea cronológica del tiempo, cambiando el pasado e interfiriendo sobre el futuro.

Si tomamos distancia de la línea cronológica que es la de la predicción, el cálculo y el control (anulación del amor, el arte y lo nuevo). ¿Con qué nos quedamos? ¿Cómo entendemos esta vida y sus cruces temporales? ¿Cómo entendemos que de pronto lo que creí haber sido se descoloque en el instante en que me encuentro con el amor, con un impacto estético o con la muerte?

Me interesa trabajar la manera como se puede articular estas dos dimensiones:

a) La duración: como aquello que se sostiene imaginariamente en una línea cronológica continua, predecible y sin fisuras. Que obtura el advenimiento de lo nuevo y por lo tanto nos deja presas de la repetición. Una duración que sería algo así como “un eterno retorno de lo MISMO”, una lógica del calco, de creer que lo que vivo ahora es un calco de mis relaciones tempranas, por ejemplo.

b) El instante: como aquello que introduce lo discontinuo, la irrupción de algo que escapa de una lógica causal, aquello que no entra en las conexiones y el cálculo y que por lo tanto nos puede angustiar y/o abrir a la creatividad. ¿Aquí podríamos pensar en un eterno retorno de lo diferente?

Hace varios años, una frase de Bachelard me inspiró:
“El tiempo sólo tiene una realidad, la del Instante. En otras palabras, el tiempo es una realidad afianzada en el instante y suspendida entre dos nadas. No hay duda de que el tiempo podrá renacer, pero antes tendrá que morir. No podrá transportar su » ser de uno a otro instante para hacer de él una duración. Ya el instante es soledad…”

Este tiempo al que hace referencia Bachelard, como tiempo efímero, como tiempo que se nos va de las manos desvaneciéndose ¿puede relacionarse con la idea de sujeto en psicoanálisis? Es decir, de sujeto en tanto suspendido entre dos significantes, como efecto de un intervalo, como evanescente?

Dice Octavio Paz
lo que pasó no fue pero está siendo
y silenciosamente desemboca
en otro instante que se desvanece. ( piedra de sol)

Lacan en el seminario 11 dice que “La función de algún modo pulsativa del inconsciente, en la necesidad de evanescencia que parece serle de alguna manera inherente: como si todo lo que por un instante aparece en su ranura estuviese destinado, en función de una especie de cláusula de retracto, a volver a cerrarse, según la metáfora usada por el propio Freud, a escabullirse, a desaparecer”

Como contrapartida a esta realidad del instante, de lo efímero y discontinuo, el sujeto de manera natural, intenta mantenerse en una línea diacrónica (entendida como imaginaria) que le permita estar en una lógica predictiva y calculadora que pretenda ver el futuro como aquello que es “posible” que se presente, para luego comprenderlo como “necesario” (evitando reconocer el carácter contingente de un acontecimiento)… ahí estamos cómodos, negando el hecho de que el tiempo puede introducir lo imposible (de pensar o prever) y que puede llevarnos a cuestionar o agujerear el sentido que teníamos establecido.

Así, el encuentro con un acontecimiento contingente es interpretado como “algo que estaba escrito”, como algo necesario, esto calma la angustia que ocasiona aquello que escapa al control y se presenta como imprevisto, no calculable, ni medible. Nuestra tendencia es buscar conexiones que borren el carácter contingente y reintroduzcan una causalidad.

¿De qué manera estas dos tendencias: la del instante discontinuo y la de la duración lineal pueden convivir? Busco una suerte de unidad en la discontinuidad, un cuerpo que cohesione la dispersión de los instantes. Una relación en medio de la “soledad del instante” que postula Bachelard.

Freud en su artículo “El poeta y la fantasía” (1908) postula que es la presencia del deseo la que hace resonar juntos presente-pasado y futuro… estos, dice: “son como las cuentas de un collar engarzado por el deseo”
Esto tiene que ver con la idea de una primera satisfacción de deseo que deja la huella de una pérdida (primera satisfacción del deseo como lugar mítico) que pone a andar el circuito del deseo y que instala una ilusión de un futuro en el cual ese deseo (que por estructura nunca se realiza) se realiza.
Aquí la fantasía de ese cumplimiento de deseo opera como articulador que cohesiona los acontecimientos. Sin embargo creo necesario buscar esos cortes en la fantasía que den lugar a lo nuevo, a lo impredecible. Y no introducirnos en el futuro como mera repetición del pasado (aunque este futuro prometa la satisfacción del deseo)

Badiou dice:
“El tiempo es múltiple en sí mismo. Yo diría que el tiempo es el ser-no-ahí del concepto… para mí resulta esencial pensar la verdad, no como tiempo, o como ser intemporal, sino como interrupción…. No se puede buscar lo verdadero del lado de la memoria”
Porque del lado de la memoria nos encontramos con esta linealidad y este imaginario que tapona. Pessoa decía que preferia el recuerdo porque en él no se veía acotado por límites temporales o espaciales.
Traslado esta idea de interrupción en Badiou a una elaboración lacaniana de la temporalidad basada en los primeros aportes freudianos sobre el efecto retroactivo.

Tenemos dos líneas:
La línea proyectiva y la línea retroactiva

La Línea Proyecctiva tiene que ver con:
La Sucesión
El Sentido único
La Predicción
La Proyección
La Espera

La Línea Retroactiva con:
La Interrupción
La Suspensión
Lo dicho (en el decir) como dimensión de la verdad
El Acontecimiento

Venimos hablando de la duración y del instante, y de cómo ante la necesidad de articular los distintos modos de presentación del tiempo vimos que Freud pone al deseo como lo que engarza. Lacan continuará esta idea construyendo este grafo. Podemos ubicare el acontecimiento, lo inesperado, en la intersección de estos dos tiempos (retroactivo y progresivo) y pensarlo a la manera de Niezsche: como una puerta, una puerta a la que llama INSTANTE y en la que se encuentran dos infinitos: el que viene del pasado y el que va hacia el futuro.
En ese preciso instante, en esa zona de umbral que agujerea el sentido ¿podríamos pensar que el tiempo adquiere carne?

Y aquí me arriesgo a proponer algo: LA NOVEDAD Y LA SECUENCIA DIACRONICA SE ARTICULAN SUBJETIVAMENTE EN EL CUERPO SEXUADO. EN EL AMOR (EL AMOR DESDE EL PUNTO DE VISTA DEL ACONTECIMIENTO)

Propongo esto basándome en que es el agujero la condición de posibilidad del deseo y lo que permite que la libido haga un recorrido en los bordes. Mantenerse en el acontecimiento sin reducirlo a lo necesario de la causalidad es introducirnos en lo imposible, en el encuentro con lo inesperado… lo cual trae tanta angustia, como el mismo hecho de desear, pero es a la vez posibilidad de instalación de la subjetividad en tanto creación de algo nuevo.

Este instante, como tiempo del acontecimiento y como puerta, sería un lugar vacío que sin embargo potencia que algo se concrete, que el tiempo tome cuerpo. Es en el cuerpo donde se anuda el éxtasis gozoso, con las huellas de la memoria, el lugar donde la memoria recorta sus pretensiones absolutas para alojarse en los pliegues de la carne.

Tenemos entonces este cuerpo sexuado, este cuerpo que sufre/goza los avatares del amor. Cuerpo como zona de umbral, como puerta que abre y cierra, que pulsa rítmicamente produciendo el encuentro con lo inconsciente.

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