EMANCIPACIÓN Y REDENCIÓN. Más allá del Estado. Quinta Parte

Por Martin Uranga 

revolución-masa  

De acuerdo a lo visto anteriormente, las diferentes corrientes emancipatorias seculares, tributarias del idealismo filosófico más allá de sus formatos materialistas explícitos, han entendido al Estado, coherentemente con esta perspectiva, en términos fetichistas. Así, la Emancipación queda afectada por un propósito exagerado de Redención. El colapso del registro existencial en el histórico, hace que las perspectivas de acabamiento del Estado fetiche, conlleven un fervor maníaco. Así, la Redención, al ser despojada de su especificidad existencial signada por el acontecimiento del lenguaje, revierte negativamente sobre el proceso emancipatorio. En vez de ser el soporte mítico-poético que apuntale la Emancipación nutriéndola desde la inscripción de su estatuto diferencial, tal como lo pretende Walter Benjamin de acuerdo a la primera de sus Tesis sobre el concepto de historia, termina otorgándole a la misma, desde el retorno alienante que genera el rechazo de la legalidad simbólica, una impronta oscura que la enajena de su particularidad esencial de ser la vía secular para el fin de la explotación, para transformarla en una pretensión omnímoda de alterar la raíz de la existencia a través de la praxis revolucionaria. De este modo, la Emancipación se convierte peligrosamente en una suerte de fanatismo que nos recrea la exaltación ególatra de la construcción de la Torre de Babel.

En su primera tesis sobre el concepto de historia Benjamin nos hace pensar en la relación necesaria entre Emancipación y Redención. En sus palabras, teología y materialismo histórico deben operar de manera inteligente y articulada. Idea una metáfora, inspirada en un cuento de Poe, en que un muñeco autómata (materialismo histórico) puede ganar todas las partidas de ajedrez que se proponga, por estar secretamente manejado por un enano interior (teología). Así, nos da una preciosa indicación acerca de cómo es posible pensar en la articulación del registro de la legalidad simbólica con la Emancipación. Es sólo a partir de esta distinción que podemos recrear un pensamiento emancipador despojado de idealismo, conciente de sus limitaciones y por lo tanto de sus potencialidades, abierto a las míticas fundacionales del orden simbólico. De este modo, podríamos decir que la propuesta de Walter Benjamin, requiere contemplar y accionar una práctica emancipatoria a la luz de la Redención.

benjaminSi Benjamin nos habilita a pensar la Emancipación como acontecimiento posible, “justo y necesario” (podríamos decir de acuerdo a la tradición cristiana), a condición de no descuidar el nutriente necesario que aporta la teología, Franz Rosenzweig nos ayuda a seguir pensando acerca del carácter intrínsecamente alienante del Estado. Es el amor, en la perspectiva de Rosenzweig, el motor esencial de la Redención. El Estado carece estructuralmente de él: esta situación irremediable, es la condición esencial que lo condena.

Dice Gérard Bensussan en “Franz Rosenzweig: Existencia y filosofía”:

“La obligación mecánica contrasta, en efecto, con la obligación erótica, aquella que somete al mandamiento de amar. La marca distintiva del Estado, en donde se ancla el anti-estatalismo rosenzweigiano, no es seguramente el hecho de que obligue; es que reposa sobre una mecánica de la coacción. Respondiendo vivamente a uno de sus interlocutores epistolares, puede así decir Rosenzweig: “Usted no tiene otra cosa que decir sobre el Estado que: el Estado obliga (…) ¡Qué barbaridad!… ¿El amor es “libre”? ¿No es siempre una “obligación”?”

En esta cita, Bensussan deja en evidencia el carácter antiestatalista de Rosenzweig, signado esencialmente por la antinomia entre el Estado y el amor. Asimismo, nos indica el modo rosenzweigiano de concebir el amor: es un mandato ético irrecusable. El mandato del amor es no coactivo, se trata de una “obligación erótica”, no “mecánica”. Es obligado por la extrema eticidad que convoca desde la alteridad, y no por la coacción típica de las obligaciones legisladas desde el derecho positivo derivado de la violencia estatal.

Prosigue la cita:

“El Estado no es malo porque obligue. Al contrario, ésa es la razón por la que es bueno y por la que debe necesariamente conservarse, aunque sea malo, hasta que llegue a ser superfluo…Si es malo, es únicamente porque no ama. Si obligara por la fuerza del amor, sería lo más alto.” Por lo demás, se trata de algo perfectamente imposible.”

De esta manera, el Estado, expresión desfigurada de la legalidad simbólica, es “bueno” en tanto sostiene, aún de modo pervertido, la lógica del mandato, condición intrínseca del amor. Nadie piense que Rosenzweig está defendiendo la idea de una suerte de Estado purificado de índole papal o teocrático que obligue moralmente a los hombres. El amor, en sus términos, se articula con una ética radical que corroe los fundamentos del Estado. La posibilidad de la coalescencia entre el Estado y el amor “es perfectamente imposible.”

El teorizar acerca de la concreción de esta perfecta imposibilidad, nos dice Bensussan refiriéndose a Rosenzweig, es el error de Hegel: “Considerar el Estado como lo más elevado, das Hochste, viene a significar convertirlo en un Dios y cegarse ante la obligación en cuanto tal, cegándose ante su mecánica propia. Podemos presuponer que, a los ojos de Rosenzweig, Hegel no piensa esta diferencia con la suficiente profundidad y comete el error de hacer del Estado ese “Dios real”, esa mezcla de terrestre y celestial que hay que venerar, ese rival de lo eterno puesto él mismo como eterno. El no-hegelianismo rosenzweigiano se expone del modo más manifiesto en esta oposición. El amor falta y faltará siempre necesariamente al Estado. Pero el amor promete la liberación de los elementos del fondo creacional, el amor los lleva a la eternidad y hace que sirvan a la redención. La liberación-redención, esta Er-losung que el Estado sólo puede imitar a través de sus rejuvenecimientos guerreros o revolucionarios.” En este fragmento, queda reafirmada la contradicción insalvable, no susceptible de síntesis dialéctica, entre el Estado y el amor. El amor obliga, convoca, redime, promueve la existencia en términos trascendentes. Obliga en tanto y en cuanto quien es afectado radicalmente por él, no puede sino amar en las distintas manifestaciones de su vida. El amor libera-redime las potencialidades libidinales que conducen a que el Estado sea “superfluo”. Podríamos decir que, de acuerdo al pensamiento de Rosenzweig, sólo desde la puesta en acto del impulso redentor la Emancipación se torna posible.

En la entrega siguiente, retomaremos los aportes de Benjamin y Rosenzweig haciendo una puesta en común entre los mismos.

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