Por Andrea F. Amendola
Del Piropo…
Del griego pyropus, que significa “rojo fuego”. Los romanos tomaron esta palabra de los griegos y la usaron para clasificar piedras finas, granates, de color rojo, rubí. El rubí simboliza al corazón, y era la piedra que los galanes regalaban a las cortejadas. Los que no tenían plata para los rubíes, regalaban palabras preciosas.
Cuando decir, no es hacer
“¿tenés hora? Así le digo a mi psicólogo en qué momento me volví loco”
Hablar del piropo es introducirnos en la dimensión creativa. La significación se edifica desde el mismo sinsentido. Para Jacques A. Miller, el piropo es una situación concreta y ejemplar para captar en vivo la función del lenguaje. Dice en “Seminarios en Cararas y Bogotá”: “el piropeador no aspira a retener a esa mujer, y si hay allí una connotación erótica, hay al mismo tiempo, un desinterés profundo, que hace del piropo, cuando alcanza su forma excelente, una actividad estética. En el fondo, el piropo nos marca el corte entre el decir y el hacer”.
Que un hombre, en su andar por la calle, se detenga para decirle a una mujer, por ejemplo: “te quiero más que a mi madre, y siento que estoy pecando, pues ella me dio la vida y tú me la estás quitando” o “vos con esas curvas y yo sin frenos”, son ejemplos que nos permiten pensar cómo el acento está puesto en el decir, no en el hacer. Se trata de un decir cual almácigo de agudezas, en donde la equivocidad de la lengua da lugar a la invención. Lejos queda el interés de pasar a la acción, a excepción de que, el hombre en cuestión, se valga del piropo como artilugio, en donde se sirva de la agudeza, en medio de la casualidad, para que el decir devenga en un hacer.
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