Por Martín Uranga
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Con la nueva edición del libro Extrañas parejas (Biblos, 2011) de José Milmaniene, asistimos a la renovada posibilidad de adentrarnos, a partir de la penetrante escritura de su autor, en el cotidiano universo de la psicopatología de la vida erótica. Si Milmaniene sitúa desde las primeras páginas del texto que el ordenamiento diferencial del mundo simbólico está signado por la oposición esencial entre lo masculino y lo femenino, es porque su abordaje del universo erótico constituido entre los seres parlantes, se ancla en el núcleo central de la teoría freudiana que ubica al complejo de castración como pivote nuclear del proceso de subjetivación. El acceso a la irreductible dimensión de la alteridad, auspiciada si y sólo si a través del reconocimiento de la diferencia sexual, habilita el devenir desiderativo neurótico, así como su recusación en sus diferentes modalidades da lugar a las posiciones existenciales propias de la perversión y de la psicosis.
El sujeto acontece como sexuado a partir de su inscripción significante que lo sitúa en torno a lo real del sexo y de la muerte. De esta manera, el pasaje por la castración simbólica, que evoca el núcleo no simbolizable de la polaridadmasculino/femenino, constituye el operador lógico que posiciona al existente como efecto de un discurso que padece de la insuficiencia estructural de dar cuenta de manera acabada del binarismo sexual signado por la diferencia sexual anatómica. Allí donde el neurótico reconoce la diferencia sexual, no sin un anclaje de un residuo fetichístico renegatorio que da cuenta de la imposibilidad de simbolizar la diferencia como tal, el perverso la reniega a través de la persistencia de la sustancialización del fetiche en el lugar de la falta. Mientras que el psicótico, por otro lado, no puede sino ver un pene en el Otro materno por la identificación indisoluble entre el falo y el órgano viril masculino que lo sumerge en un abigarrado mundo imaginario donde la simbolización de la diferencia no tiene lugar alguno. De esta manera, la oposición binaria masculino/femenino en tanto dato constitutivo de la diferencia esencial que inscribe el orden simbólico, puede sufrir distintos avatares según la modalidad de atravesamiento del complejo de castración. En este sentido, como efecto de las distintas posiciones existenciales que se entrecruzan dialécticamente desde las marcas singulares de cada sujeto, así como a partir de las diversas formas de elaboración subjetiva de los núcleos traumáticos que resisten la metabolización simbólica de lo real del sexo, se articula históricamente la enrevesada psicopatología de la vida erótica en la que Milmaniene propone situarnos a través de su lúcido texto.
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