¿Cuál es tu noche? Santiago López Petit o la travesía del nihilismo

Por Diego Sztulwark

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no aguanto más la banalidad disfrazada de cultura pretenciosa o el engaño de una militancia política autocomplaciente. Me siento cerca, en cambio, de las vidas que no quieren aparentar

Esta vez no tenemos nada: ni horizontes, ni sujetos políticos…, somos libres

Sólo cabe atravesar el nihilismo, luchar existencialmente contra la entera despolitización de la vida, la filosofía, las militancias. La consumación de la metafísica ha dejado fuera de juego a las antiguas sabidurías del alma. La realidad se ha vuelto Una con el capital. Y hasta el lenguaje ha sido capturado por la máquina que moviliza lo social. Los Hijos de la noche son quienes han aprendido a hacer del malestar la coartada última para no entregarse.

Santiago Lopez Petit habita una zona sombría y anónima, entre la vida y la muerte. Busca en la poesía esas “ideas que tengo y que todavía no sé”. Se trata para él de no ceder en su querer-vivir. Una contracción entre el infinito y la nada capaz de extraer un vector radical para afrontar la ambivalencia dolorosa de lo real. Unilateralizarse, desparadojizar lo real, abrir grietas en las más duras de las rocas. Se combate donde los posibles se agotan, en la imposibilidad. Donde se ha alcanzado una suprema soledad. Donde ha sido necesario poner el cuerpo para evitar que la grieta abierta se nos vuelva a cerrar, allí donde la conciencia querría retomar su síntesis de miedo y consumo. Se lucha contra una vida cuyo ideal sin ideal es la libertad proclamada como yo-marca, y su realización es la maquinaria salud/activismo/autopromoción/estabilidad. La consumación de la metafísica es la realización del nihilismo.

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Lacan el judío

por Jean-Claude Milner
(Traducción: Hugo Savino)

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“La teoría de Marx es todopoderosa porque es verdadera.” Lenin escribió esta frase en 1913[1]. En Francia, en el  último cuarto del siglo XX, en la esfera de influencia de Louis Althusser, esta frase fue importante para algunos. Fui uno de ellos. Hoy, casi cincuenta años más tarde, preferiría invertir los términos: una teoría sólo es verdadera si no es todopoderosa. Más exactamente, una fórmula de lengua roza la verdad, si es suficientemente poderosa para afectar al operador todo.  O al menos suficientemente poderosa como para sacar a luz una de las grietas que la resquebrajan. Bajo el giro negativo “no todopoderosa”, oigo una afirmación, poderosa en cuanto al no todo.

Si grietas existen, eso sólo es posible con una condición. Es preciso que el operador todo,  en todos sus usos y bajo todas sus formas, no señale nunca una solución, sino siempre y por todas partes un problema. Problema de su propio equívoco, entre límites, sin límites y fuera de los límites. Problema  de la inexistencia del metalenguaje, de donde se desprende que todo cuando se menciona se pone rápidamente en uso y recíprocamente.  Problema de su estuche de sinónimos: todos en plural, todo en singular, artículo definido singular, universo, universal, infinito matemático, infinito no matemático, colectivo/distributivo, etc. También es oportuno, cuando se abordan declaraciones, sean las que sean, rastrear en ellas las vicisitudes del todo y los indicios que atestigüen que el problema no ha sido evitado.

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Pasión por el ritmo

Carta de Gilles Deleuze a Henri Meschonnic

(Traducción: Hugo Savino // Comentario de Serge Martin)

Delueze-Meschonnic

22 de junio de 1990

Estimado Henri Meschonnic

Gracias por haberme enviado «El lenguaje H». Este libro tiene un tono muy distinto al de los libros habituales sobre H. por más buenos que sean. Tiene una profunda libertad, con todo su rigor, que viene del hecho de que usted no tiene ninguna «pasión» respecto a H., porque su pasión está en otra parte, y sólo tiene necesidad de probarse en un camino que lo encuentra como un obstáculo. Es toda su concepción del ritmo la que está en juego. Hay en Heidegger una suerte de locura (de lenguaje) que tal vez no esté tan lejos de la de Brisset y que es, tal vez, lo más interesante. Por eso su capítulo «Pensar en el lenguaje H» me parece muy importante y muy bello – y todo el tono de su conclusión. Muchas gracias y crea en mi admiración sincera.

Gilles Deleuze

Esta carta de Gilles Deleuze a Henri Meschonnic como recepción del envío de su libro Le langage Heidegger (El lenguaje Heidegger) que acababa de aparecer en las ediciones P.U.F., es por cierto la de un colega de París VIII Vincennes pero también la de un filósofo cuya estatura en esa época ya es ampliamente reconocida y que, desde hace al menos veinte años, ha formado generaciones de filósofos y transformado la epistemología de varias investigaciones importantes mucho más allá de su disciplina académica. Por eso, la apreciación que hace Deleuze de la obra de Meschonnnic no es, como parece, únicamente un agradecimiento amable. En primer lugar, Deleuze distingue “los libros habituales” de aquellos que tienen “una profunda libertad”, libertad que no se opone al “rigor” que exige la escritura del ensayo. Hay allí evidentemente una reflexión crítica respecto al academicismo filosófico y más allá de un punto de vista que pide desplazar el centro de gravedad de los estudios sobre Heidegger tal como se hacen en Francia hacia esa época. Deleuze disocia las “pasiones” a la vez que descalifica toda pasión “respecto a H.”. Sugiere por lo demás que los pros y los contra son de la competencia de una modalidad pasional que no puede permitir el ejercicio de una “profunda libertad” de pensamiento. Le reconoce a Meschonnic una “pasión” singular comprometida por su “concepción del ritmo”. Es entonces la sugestión fuerte de que el pensamiento llevado por semejante “pasión” sólo puede intensificarse de camino, por cierto sembrado de obstáculos, pero en una relación abierta a su desconocido, a los encuentros que semejante aventura no puede dejar de acoger incluso de suscitar – la referencia sería un desplazamiento del concepto heideggeriano que, metáfora de la metáfora, desmetaforizaría así ese “de camino”… Heidegger, al que Meschonnic encuentra de camino constituye entonces un “obstáculo” por su concepción del lenguaje. ¿Deleuze insinúa que Meschonnic deja de lado otros aspectos, en cuyo caso, no habría entendido el incentivo estratégico que la teoría del lenguaje constituye en el ensayo de Meschonnic? Abre en todo caso una perspectiva inédita que muestra que su respuesta es dialógica y acogedora hasta en sus implicaciones antifilosóficas, en el sentido de Meschonnic. Es entonces que avanza con numerosas modalizaciones hipotéticas la idea de una “locura de lenguaje” de Heidegger análoga a la de Brisset, abriendo como a una historia de esta locura en filosofía. La sugestión puede llevar lejos (”lo más interesante”) pero se detiene para evaluar el recorrido propuesto por Meschonnic: “muy importante y muy bello”. La evaluación conjuga allí concepto y afecto para in fine iniciar su propia conclusión en lo que forma parte de una empatía más que de un acuerdo ya que “todo el tono” puntúa una actitud y por consiguiente un modo relacional del pensamiento más que un producto, un resultado. La relación está abierta y el camino sin más obstáculo que la incertidumbre de los encuentros. La relación se debe a que el encuentro de las actitudes tuvo lugar: el modo relacional es resonante.

Agradezco a Régine Blaig y a Fanny Deleuze por haber autorizado la publicación de esta carta, gracias a Jacques Ancet por habérmela hecho conocer.

Fuente: Lobo Suelto

Zapato roto

Por Andrea Amendola

Vincent van Gogh-Un par de zapatos

Vincent van Gogh-Un par de zapatos

-Yo me voy con vos papá. -Levanto la cabeza y lo miro a los ojos, algún día creceré y seguro vaya a pasarlo. Con ocho años soy bastante alto, no me falta mucho para ser como él. Me gusta parecerme a él. Pero él no me mira, tiene el ceño fruncido, prende un cigarrillo, se lo mete entre los labios y lo aspira como quien huele por última vez un jazmín, un poco marchito, un poco caído de su tallo. Fuma, cada vez más. Revisa los billetes que tiene en su billetera. En mi casa todos fuman, menos yo porque soy chico. A veces me duele el pecho, pero creo que si respiro con la boca abierta, para que el humo no me entre por la nariz, los pulmones quedan más protejidos.

¿Conmigo? Pero… la idea era que te quedes con tu madre Augusto, donde me voy con Mari y las nenas de ella no hay mucho lugar.

-¡No papá! No me quiero quedar con mamá, me quiero ir con vos. Lo abracé por la cintura, él no me abrazó, pero se quedó quieto, seguro lo sorprendí.

-Listo, venite pero vamos viendo.

Me sentía tan feliz de que me quiera llevar con él… a veces, no se por qué siento que le molesto. Cuando almorzamos juntos, los dos solos, porque mamá está trabajando en el geriátrico, no me habla. Mira la televisión, el noticiero, siempre. Acomoda los cubiertos, bien derechos y pegaditos a los costados del plato. Me encanta cuando cocina pollo frito con ajo. A mí no me cae bien, el ajo. Pasa el pan por el plato, para que el aceite frito se meta adentro de la miga, junta el dedo pulgar derecho con el índice de la misma mano, aprieta el gajito de ajo, lo deja plano como mi almohada, que de tan gastada parece la etiqueta de mi cuaderno de tercero. Lo envuelve con la miga, y lo tira al fondo de su garganta, no lo veo masticar. Un vaso de vino y… ¡al centro! ¡Glup!

Allá en José C. Paz no era tan lindo como por mi barrio, Hurlingam, pero lo lindo era que estábamos todos juntos, las nenas, Diana y Lucía, mi papá y Mari, su nueva mujer. Mari iba todas las tardes a visitar a su mamá al geriátrico de mi tía, en donde trabajaba mi vieja. Pero ahora que mi papá la dejó no se qué pasará con doña Tita, tal vez se quede ahí o tal vez le busquen otro lugar, como a mí. Mi papá me buscó otro lugar.

Mi papá usa unos zapatos muy viejos, tanto como el colchón de mi nueva cama. Puedo sentir, como cada tirante de madera sostiene cada hueso de mi espalda. A veces, imagino que estoy recostado encima de las teclas de un piano gigante, tarareo las canciones que me gustan, pienso que es divertido dormir así, con ese colchón invisible. Mi padre tiene muchos gastos ahora que somos cinco.

Cuando comemos, me sirven último y, a veces, Mari no calcula bien la cantidad de sopa y me toca medio plato, o sólo un té con pan.

-¿Augusto, estás bien?

-Sí papá, es que no se por qué tengo tanto sueño, me siento flojo, no puedo hacer las tareas de la escuela. El pantalón que me traje de casa me queda grande, se me cae.

-Vení, vamos a acostarte, estás muy flaco.

-No trajiste mis remedios para el asma papá.

-Quedate tranquilo, acá se te va a pasar todo. Vos no tenés nada. Es tu madre la que te mete esas ideas estúpidas de maricón.

-Pero papá, el doctor Puig dijo que tengo grado severo de asma y…

-Ese tipo no sabe nada, vos haceme caso a mí.

Mi padre sabía mucho de todo, por eso yo lo seguía, porque levanto la cabeza y lo miro a los ojos, me gusta parecerme a él, saber mucho de todo. Sus zapatos viejos son número cuarenta, mañana cumplo nueve años y ya calzo treinta y nueve, dentro de poco vamos a calzar igual. Dentro de poco. Uno de sus zapatos, el izquierdo, tiene un agujero justo arriba del dedo gordo. La media puede verse sin problemas. La ropa me sigue quedando grande, cada vez más. Algo me pasa, no me siento el mismo de siempre. Debe ser que estoy creciendo. Últimamente tengo dolores de panza y mucha tos. Extraño el paf que el doctor Puig me daba, podía sentir cómo cada uno de mis pulmones se estiraban, dejando que el aire me refresque desde el pecho hasta el alma.

-Augusto ¿y estos zapatos?-Pregunta mi padre, mientras revisa la mochila que me traje de casa.

-Ah, sí, son los zapatos que me regaló la tía Elvira, me dijo que seguro dentro de poco podría usarlos, son cuarenta, como usás vos papá.

-Pero… ¡estos zapatos son de viejo, hijo! Mirá, vamos a hacer una cosa, yo te voy a dar los que tengo puestos, así vas practicando ¿sí? Y yo me voy a quedar con éstos, así cuando ya estés acostumbrado, te compro unos más de pibe.

-Buenísimo! ¡Gracias viejo! Estos zapatos, son “sus” zapatos. Y ese zapato roto ahora iría conmigo. A veces siento que le molesto a mi padre, pero espero que después de este trato de hombres, esté por fin orgulloso de mí. Levanto la cabeza y lo miro a los ojos, algún día creceré y seguro vaya a pasarlo. Con nueve años soy bastante alto, no me falta mucho para ser como él. Me gusta parecerme a él. Pero él no me mira, tiene el ceño fruncido, prende un cigarrillo, se lo mete entre los labios y lo aspira como quien huele por última vez un jazmín, un poco marchito, un poco caído de su tallo. Fuma, cada vez más. Revisa los billetes que tiene en su billetera. En mi casa todos fumaban, menos yo porque soy chico. A veces me duele el pecho, pero creo que si respiro con la boca abierta, para que el humo no me entre por la nariz, los pulmones quedan más protejidos.

Ha pasado el tiempo, soy de cuarenta y lo pasé de alto. No soy como él. Salvo por el pelo enrulado y la nuez prominente que asoma desde mi cuello. Hace tiempo no lo veo, no me gustaba que no me mirase. Creo que como padre ha estado bastante caído, como el tallo de un jazmín marchito. Recuerdo el zapato roto. Me descubro con el seño fruncido, sabiendo mucho más que él, sabiendo que fue en ese querido zapato roto, en donde clavé mi ancla y toda mi necesidad de hacerme de un padre. Me aferré al agujero de no tenerlo más que roto, como el zapato.

Hoy, como algunas tantas veces, me duele el pecho, pero creo que si respiro con la boca abierta, tal vez, me pueda doler menos.

Sexo, política y lucha de clases

Por José Enrique Ema

sexo, politica y lucha de clasesEl sexo tiene que ver con la política. No solo porque lo sexual está siempre sometido a discusión y conflicto, sino porque apunta a la misma “inconsistencia del ser” que es condición de lo político, de las relaciones de poder que fuerzan/constituyen aquello que no tiene una naturaleza fundamental. Esto es lo inquietante del descubrimiento freudiano: en el corazón de lo humano habita una pregunta sin respuesta definitiva.

Así lo resume Alenka Zupančič*: “Freud descubrió la sexualidad como un problema (que necesitaba una explicación), y no como algo como lo cual se podía explicar todos los demás problemas. Descubrió la sexualidad como intrínsecamente carente de significado y no como el horizonte definitivo de todo significado producido por el ser humano […] Si fuera necesario resumir su argumento en una sola frase, lo siguiente se aproximaría bastante: la sexualidad (humana) es una desviación paradójica de una norma que no existe. Lo sexual no es una sustancia que se ha de describir y delimitar debidamente; es la imposibilidad misma de circunscribirla y delimitarla” (Zupančič, 2013: 27).

Esto no es solo un descubrimiento del psicoanálisis. Marx apuntaba a ello también al localizar una imposibilidad/antagonismo constitutivo, inerradicable, en lo social: la lucha de clases incluso antes de las clases sociales empíricas (no son las clases, o la estructura social ya dada, la que provoca el antagonismo, al revés, el antagonismo es el principio estructurante que causa los grupos en conflicto). Como lo decía Althusser**: “la lucha de clases no es un efecto derivado de la existencia de las clases sociales”. Clases y lucha de clases han sido herramientas útiles para presentar lo imposible de representar. El peligro está en cancelar esta función de semblante para convertirlas en identidad y presencia positiva directa. Y así (sin mediaciones políticas situadas, sin semblantes, sin nombres, ni identificaciones) finalmente no hay política, ¡ni sexualidad!

Esto es precisamente lo que cancela el liberalismo al proponer un sujeto, y una sociedad, sin división/antagonismo, y al considerar la sexualidad como una actividad natural y armónica «desequilibrada únicamente por un acto de represión externa “necesaria” o “innecesaria”, según lo liberal que uno quiera ser» (Zupančič, 2013: 28).

*http://www.traficantes.net/libros/ser-para-el-sexo

**http://www.uruguaypiensa.org.uy/noticia_179_1.html

El impostor

Por Mónica Arzani 

Prendergast, Revere Beach 1896

 Hoy no vino. No siempre viene, a veces pasan días, semanas, antes de que se aparezca. En cuanto lo veo mi pensamiento se agita. Ya conozco su procedimiento. Se pasea por el balneario, observa las carpas, los movimientos de los inquilinos y si hay alguna desocupada, se adueña de una mesa con la silla y comienza a escribir. Los vecinos lo conocen, pero ninguno repara en él. Su testimonio oscuro sale de la sombras y atraviesa el tiempo hasta volverse intemporal. Mudo y arcaico escribe, escribe. Parece una visión que desembarcó de un sueño. Alguien dijo una vez que se trataba de un agente de la KGB deportado a la Argentina. Su ritual nunca caduca, después de escribir unas pocas líneas, arranca la hoja del block y atrapado en un alud de ardor y pesar la destroza, para arrojarla al tacho de desperdicios. Se marcha enseguida, con paso enclenque a continuar con el ciclo del eterno retorno. Un día rescaté entre los demás secretos del cesto de residuos, lo que después descubrí era una carta sin terminar. Los caracteres pertenecían a la lengua rusa, la carta estaba fechada y contaba con dos nombres femeninos, Rusia e Irina. Fue suficiente. Mis manos redoblaron la apuesta, enlazarían los nombres y surgiría la historia, una historia de escaleras antiguas y silencios ásperos entre palabras. Tengo papel, tengo lapicera, solo necesito aislarme en mi imaginación.

Querida Irina: Creo ver tu rostro en el humo que produce la monotonía del calor en esta playa, tu recuerdo me está deshabitando fácilmente. Fueron muchos los grises intentos que trataron de rogarte el perdón, de esperar por una absolución que nunca llegaría. Mi frente está limpia de sudor y mis ojos cargados de llanto seco, todo a mí alrededor transcurre con la lentitud de una pesadilla. Yo no era libre Irina, me debía a la patria, ¡Cuánto hubiera dado por conocer un lenguaje donde la palabra patria no existiera! Las personas en nombre de los ideales somos capaces de grandes aberraciones. No pude retroceder, tuve que traicionar tu suave frescura de magnolia.

Esa mañana te veías serena, ni una lágrima, ni un temblor, el cuerpo enhiesto hasta que las balas cumplieron con su destino. Recuerdo que tus ojos me buscaron hasta atrapar lo míos, después dejaste caer tu mirada sobre la tierra.

Me siento avergonzado ante mi propia turbación. La culpa como un roedor maligno hizo de mí un animal avaro, arder es mi reposo. No retrocedas de mí Irina. Yo amé tu escote siempre desnudo y tu mirada de paloma entristecida. Debí hacerlo, hoy me alivia saber que pude, para eso me entrenaron. Pero no, no me hagas creer que fui yo, Irina. Me gustaría llorar bajo tu mano, mientras acaricias mi cabeza.

Él volvió a la playa unos días después, durante una tarde que parecía detenida por lo atemporal y quieta. Yo abandoné mi reposera, me acerqué y le tendí la carta. De su parte no hubo pregunta ni gesto alguno. De la mía tampoco. El hombre sabía que simplemente era lo que debía ser y lo aceptó.

Y yo me quedé mirando cómo se alejaba hacia el sur buscando la tormenta. En segundos lo enmarcó un cielo en sombras hasta que su figura se perdió en la oscuridad fría y amenazante.

Nunca lo volví a ver.

 

Cuando la mirada muerde

Por Ani Bustamante

“la rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos”

(Alejandra Pizarnik)

Foto: Amparo Garrido, colección «SOY TU»

Hace unos días se llevó a cabo en Lima la feria de arte “Art Lima”, la puesta en escena llevaba toda la parafernalia del “mercado” del arte, lo cual resulta interesante para una paseante como yo, que busca pescar un signo que convoque la mirada. Esto ocurrió, en medio de ese exceso contemporáneo y sus pliegues, en medio de la pose naif de aquellos que van a la caza del nombre, la imagen y el status.

Hay que poner en marcha una resistencia, poner el ojo en el margen o como diría Eva Lootz: «en el rabillo del ojo se ve lo que está a punto de aparecer»¹

Allí, resistente e intempestiva, un signo convocó mi mirada, fui mordida. Comunión entre obra y sujeto, alquimia del deseo que no se da sin transformación subjetiva.

Algo me mira, descubro esos ojos. No son mios, son Otros, lejanos e íntimos.

Las ferias de arte están afectadas, que duda cabe, por el goce de la época, allí la mirada se multiplica en un juego que parece no saber de limites. La mirada lo quiere todo, mira todo, y todo, como pretensión absoluta, es una mentira. Los sujetos posmodernos se ofrecen como vitrinas para ser mirados, mirando. El objeto arte es un medio para que este juego de espejos tenga lugar. Quiero que me miren mirar arte. Esto nos lleva a constatar que cuando de mirada se trata, lo relevante no está en el hecho mismo de mirar algo, sino por el contrario, en el hecho de ser mirados por ese objeto. Eso nos mira, he ahí la potencia de la obra de arte. Somos capturados por un pedazo de mundo que nos es imposible definir con categorías racionales, somos capturados por un agujero en la representación, cuya potencia revela una existencia que no se reduce, ni se reducirá jamás, a ser medida o contabilizada.

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Una cita con Lacan – Documental de Gérard Miller

Hugo Savino presentando Meschonnic. Conversación con Diego Sztulwark

Hugo savino

Conferencia

Para salir del bosque de la lengua
– Solo como Henri Meschonnic

Organiza: Diploma Superior en Gestión Educativa, coordinado por Silvia Duschatzky

El bosque de la lengua es el bosque encantado que nos come la voz.
Ahí se olvida que el lenguaje es la continuidad del discurso. Que los hombres hablan.
Ahí todos los delirios son posibles. La historia fue ausentada.
En el bosque de la lengua se silencia la fuerza de lo que la obra le hace a la lengua. Se le pone una barrera a “La interacción del lenguaje, el poema, el arte, la ética y lo político, en su implicación recíproca, tal como cada uno de los términos modifica a todos los otros y es modificado por ellos.” (Henri Meschonnic)
El lenguaje – para saber que vivimos una vida humana.

A cargo de Hugo Savino. Conversación con Diego Sztulwark

La conferencia tendrá lugar el 8 de mayo a las 19 hs en el Auditorio de la FLACSO Argentina (Ayacucho 555, Ciudad Autónoma de Buenos Aires)

Arancel: $ 120

Inscripción a través del formulario online AQUÍ

Contacto: gestion@flacso.org.ar

Hugo Savino vive en Madrid. Es traductor de  varias obras de Henri Meschonnic: La poética como crítica del sentidoPuesto que soy esa zarzaHeidegger o el nacional-esencialismoÉtica y política del traducir y Conversaciones con Henri Meschonnic (inédito).
Publicó: La línea del tiempo, poemas (2002), Viento del noroeste – novela (2006), Salto de Mata, retratos (2010), Claridad del saltimbanqui, poemas (2010).

EMANCIPACIÓN Y REDENCIÓN. Más allá del Estado. Conclusiones.

 Por Martín Uranga

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A lo largo del trabajo intentamos, valiéndonos principalmente del “nuevo pensamiento” de Rosenzweig, cuestionar las bases mismas del idealismo filosófico a través de las relaciones establecidas entre Dios, el Hombre y el Mundo. La alteridad descubierta por Freud en la era científica sitúa una ética de la diferencia que consideramos legataria del discurso monoteísta. Si la primera cuestiona el goce de la neurosis a través de la puesta en acto del orden simbólico, el segundo introduce la hegemonía de la palabra en detrimento de las consistencias de los fetiches paganos. De esta manera, el deseo y el amor, respectivamente, son los articuladores que habilitan la apertura del desgarro existencial, de la singularidad en un caso, y de la comunidad en el otro. La sexualidad y la muerte son los testimonios infinitos de esa desgarradura que las filosofías idealistas de diversa índole se han empeñado en obturar.

Si podemos entender ambas dimensiones como el anverso y reverso de la infinitud que padece el hombre como consecuencia de su falta de unidad originaria, resta por evaluar la dimensión político- social, efecto secular que tiene lugar en la comunidad, según vimos en la Introducción de este escrito, como derivación de la lógica misma del significante. Así, emprendimos el análisis de la alteridad en términos históricos: el Estado. “Mímesis de eternidad”, en términos de Rosenzweig, dijimos que el Estado es la negación misma de la legalidad simbólica. Si, como nos recuerda Bensussan citando a Rosenzweig, “el Estado, ni siquiera por un instante, puede “dejar la espada””, es porque “la guerra es la “única realidad efectiva que conoce.”” Tal es el costo por sostener implacablemente la negación de la Ley. Por lo tanto, en el caso del Estado se trata de una alteridad viciada, debido a que a través de su arma más consustancial, la política (ver mi artículo “Política y Emancipación”), promueve la lógica de una totalidad alienante, “mímesis de eternidad”, que se alza opresivamente sobre la sociedad en su conjunto. Lejos de articular una ética que promueva la comunión en torno al reconocimiento simbólico del desamparo existencial, se erige idealmente como una entidad necesaria y eterna, paternalista y masificante.

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