Policía al desnudo, o cuando la ley es gozar.

Por Ani Bustamante

Leyendo el diario El Comercio me entero de una noticia que ha circulado velozmente desde la intimidad del dormitorio de unas jóvenes policías, hasta el lobby globalizado por el que deambulamos. Que este gesto, tan contemporáneo, de pasar de lo íntimo a lo público en un solo clic -así como la captura de la imagen y sus usos totalitarios- tenga como protagonistas a la policía, pone sobre el tapete los hilos sociales que enlazan la ley y su transgresión.

Tres mujeres policías fueron grabadas desde un teléfono móvil cuando salían de la ducha. Ante el gran ojo electrónico ellas desplegaron su escena. Detonador suficiente para que la máquina social perversa se active.
Estoy hablando del mandato y su reverso, de la ley y su transgreción.
Me interesa seguir la línea que señala cómo justo ahí, donde los mecanismos de coerción, de vigilancia y de castigo se llevan a cabo, justo ahí es donde somos más susceptibles de caer en los laberintos de la transgresión. Como dice Lacan, es el superyo el que manda gozar. Ejemplo cotidiano de esto lo vemos cuando nos sentimos en la obligación de divertirnos, porque es sábado o porque tenemos un dinerito de más, o porque los modelos de televisión así nos lo lanzan a la cara.

Sin embargo, esto que parece tan sexi y posmoderno, esto que suena como ‘living la vida loca’, ofreciendo un sin-limites para la pulsión, es decir para el gozar, trae su lado oscuro y su reverso.

Relaciono esto al reciente escándalo de las policías peruanas, no para dictaminar sino porque nos sirve de metáfora para pensar cómo el lugar del mandato se asocia al imperativo de gozar. Cómo, al momento en que los altos mandos sancionan a estas mujeres, se activa la maquinaria social vouyerista, el circo absurdo, la ausencia de responsabilidad ética.

¿En qué momento la mirada erótica se transforma en vigilancia?

Estas jóvenes mujeres policías se rindieron ante el encanto de una ‘inocente’ cámara personal, ellas, las que vigilan las calles, pasan ahora por el castigo. Este castigo, como buen engranaje de la maquina, seguirá haciendo rodar la parodia, manteniendo vivas las ganas de ‘ver’ y de gozar.
Cuando lo social se pone en juego en términos de ‘Vigilados y Castigados’ -para seguir la idea del libro de Foucault ‘Vigilar y Castigar’ – es importante ubicar las consecuencias que a todos nos competen.

Fuente fotografía: http://www.elojodelpanoptico.com.ar/


Pessoa, Vila Matas y la pasión por desaparecer

Por Ani Bustamante

Lejos de las tesis narrativas que proponen que la escritura es un dispositivo que permite la integración del yo, Fernando Pessoa muestra como, a través de ella, el yo se desgarra y multiplica, generando un universo de personajes, cada uno de los cuales con personalidad y literatura propia. Asi pone en juego la experiencia de la otredad en uno mismo, juego que, en el caso Pessoa, es literario y no un brote esquizofrénico. Es interesante ver el punto en que locura y escritura se cruzan, punto en el que, si ponemos los dos pies, probablemente caigamos en el abismo de la identidad.

Hace unos días terminé de leer el Doctor Pasavento de Enrique Vila Matas, el libro me capturó desde la primera página, ni bien empecé a leerlo me encontré con la pregunta: «¿De dónde viene tu pasión por desaparecer?». Me sentí involucrada, cuestionada, pues el pulso de esta pregunta ha acompañado mi investigación sobre la obra de Pessoa. Para mi era motivo de celebración el encontrarme con un libro que inicia su ruta con una interrogación que invita a caminar por los laberintos del Libro del Desasosiego en el cual Pessoa ensaya ese devenir-otro, esa despersonalización que luego explotará y tomará forma de obra heterónima:

«Yo, realmente yo, soy el centro que no hay en todo esto sino como una geometría del abismo; soy la nada en torno a la cual gira este moviemiento sólo por girar, sin que ese centro exista por otra razón que no sea la de que todo círculo lo tiene. Yo, verdaderamnete yo, soy el pozo sin paredes, pero con la viscosidad de las paredes, el centro de todo con la nada en torno» (El Libro del Desasosiego)

La escritura, como movimiento de significantes alrededor de un abismo, es un asunto trabajado por Lacan y cuya puesta en acto encontramos en escritores como los aqui citados. Esta escritura, en su devenir, produce otredades. De tal manera que al terminar una línea encontremos que lo escrito no es nuestro, que es de un otro que habita en nosotros. Sabemos con el psicoanalisis que eso ‘otro’ es justamente lo inconsciente, aquello íntimo que, sin embargo, nos es ajeno. Vila Matas, con su Doctor Pasavento busca un ‘escribir para ausentarse’, para dejar atrás el nombre que lo predetermina etiquetándolo entre los vapores de la fama y la imagen. Ausencia que, sin embargo, tiene como revés, la búsqueda de un otro reconocimiento.

 Vila Matas hace un recorrido delicioso por ese hilo que a traves de la historia ha ido tejiendo y destejiendo la idea de identidad. Desde Montaige y la aparcición del sujeto moderno construido a partir el ensayo, hasta Walser y la escritura de la desposesión, lo insignificante y la desaparición.
La escritura será el eje de esta novela, la escritura y su imposibilidad. Imposibilidad, también, de encontrarnos como seres humanos completos. Es precioso ver el tejido que hay entre identidad y escritura, resaltar cómo en estos tiempos, asi como el libro ya no es más un ‘libro cerrado’ como unidad completa, sino más bien, libro abierto y diseminado, el sujeto es vivido de similar manera, abierto, plural y fragmentado -este asunto lo trataré en un próximo post-

Fernando Pessoa y Vila Matas nos muestran la desaparición del sujeto como intrínseca al acto de escribir. La paradoja consiste en que ahí en donde el yo desaparece, irrumpe un otro (otro de lo inconsciente) para escribir algo que irá rodeando siempre los agujeros de la realidad. La escritura, como el camino, no pueden separarse del abismo, como dice Vila Matas en una entrevista en el blog de Kevin Heredia:

El abismo, en una primera lectura, suena como si fuera el final del camino. Pero cada vez estoy más convencido de que el abismo es el propio camino. Es decir, que no hay camino sin abismo.


Un canto que teje el cuerpo… La teta asustada

Por Ani Bustamante

Una herida transmitida de madre a hija, trazo a trazo y desde el vientre. El dolor fluye por la leche después del nacimiento. El dolor en el rostro gélido de Fausta, solo conmovible cuando el canto se apodera de sus labios.
Así transcurre “La teta asustada” película que, con golpe seco y poético, tocó mis entrañas peruanas, poniéndome en pantalla gigante, esa peculiar mezcla de dolor y poesía, de banalidad y hondura, que somos. Claudia Llosa nos entrega una peculiar visión de la realidad peruana y sus matices, recreando en los márgenes de una ciudad -que no ha sabido asumir su diversidad- un pueblo habitado por la pobreza y los efectos del terrorismo marcados en la piel. Un pueblo andino que mudó su ande por un gris cerro limeño, un pueblo andino desnudo de costumbres y ritos que, a modo de disfraz, máscara -o como quieran llamar a eso que hacemos los seres humanos para cubrir nuestra desnudez existencial con marcas y clichés, para no exponer el frágil cuero- construye una identidad a fuerza del colage más pintoresco: trozos del pueblo añorado, show yanqui, slogans y ficciones de la decadente burguesía.


En medio de este desierto y entre fiestas, cumbia y bodas, aparece, como testigo del dolor vivido, Fausta, quién no se puso la máscara y mantuvo con su canto el hilo de un decir -en lengua materna- y el tono de la ternura que quedó después de la barbarie.
Los habitantes de los márgenes dejaron el ande y con él las huellas y el recuerdo traumático; a cambio perdieron su singularidad y su riqueza cultural se transformó en la búsqueda del sueño americano. Qué difícil disyuntiva se produce en nuestra sociedad: o atravesar aquello que nos constituye y que trae consigo una herida, pagando el alto precio del recuerdo o, dejar de lado nuestros trazos, borrar las huellas en un cerro que ofrece aridez, olvido y la ficción de que nada nos ha pasado. Luego, cómo no, regresará con toda su violencia, el trauma. Regresará repetitivamente y al compás de la pulsión de muerte, desplegado con otros olores y otros paisajes, la misma escena, el mismo fantasma.
Si pensamos en el trauma del terror y la violación, parecería absurdo entrar en la dimensión del lenguaje pues lo primero que muchos dirían es: “pero si a esta persona le han destrozado el cuerpo, le han obligado a vivir lo impensable”. Y es cierto, es cierto que ese golpe marca el alma, pero también es cierto que esto ocurre en nosotros que somos seres hablantes ¿qué pasa con esto?
Quiero tocar el tema del trauma que se produce en el encuentro del cuerpo con el lenguaje. Lenguaje que situará cada experiencia del cuerpo, cada sensación de la piel o contracción de un órgano, determinando los límites del sentido. Es que el cuerpo también se marca con la palabra, es que el cuerpo toma forma desde ella, imprimiendo tanto la bella irrupción de la significación, como el límite de aquello que vibra sin nombre entre los pliegues del cuerpo, o más.
El decir, que se hilvana con el canto de Fausta, marca ese encuentro entre belleza y dolor, entre cuerpo y lenguaje. Ella canta su historia y su terror, aún sabiendo que no hay palabras que lo puedan describir completamente… la música y el arrullo se encargarán de hacer algo con ese resto imposible de significar.

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