Por José Milmaniene
La práctica psicoanalítica consiste en hacer parcialmente inoperantes, durante las sesiones, los aspectos informativos y comunicativos del discurso habitual, para recuperar un decir que incluya una dimensión poética inédita, que es la que permite expresar las formulaciones más logradas de la experiencia de lo “más propio de sí”, y posibilita por ende el despliegue de las propias potencialidades subjetivas reprimidas.
Se instala así, durante el transcurrir del proceso psicoanalítico, una suerte de “tiempo sabático”, durante el cual se interrumpe el hablar instrumental cotidiano – ligado a la producción y a los intercambios-, lo que nos permite en consecuencia, existir transitoriamente como si no (hos mé) estuviéramos atrapados en las convenciones y en las apariencias.
Se posibilita así , merced a la “comunión mesiánica” con el Otro, durante el tiempo de la espera creyente que instala la transferencia , el despliegue de nuestra potencia de vivir “en la espiritualidad”, y la vida vive solo (su) vivilidad, tal como escribe Agamben en relación al tiempo mesiánico (2008, Págs.433- 437): “ Así como el mesías ha llevado a cabo y, a su vez ha hecho inoperosa la ley (el verbo del que Pablo se sirve para expresar la relación entre el mesías y la ley –katargeîn– significa literalmente “volver árgos” , inoperosa), así el hos mé mantiene y, a su vez, desactiva en el tiempo presente todas las condiciones jurídicas y todos los comportamientos sociales de los miembros de la comunidad mesiánica[…] En el signo del “como si no”, la vida no puede coincidir consigo misma y se escinde en una vida que vivimos (vitam quam vivimus , el conjunto de los hechos y los acontecimientos que definen nuestra biografía) y una vida por la cual y en la cual vivimos (vita qua vivimus, lo que hace la vida vivible , le da un sentido y una forma). Vivir en el mesías significa precisamente anular y hacer inoperosa en cada instante y en cada aspecto la vida que vivimos, hacer aparecer en ella la vida por la que vivimos, […] Y la inoperosidad que aquí tiene lugar no es simple inercia o reposo, sino que por el contrario , es la operación mesiánica por excelencia.[…] La vida, que contempla la (propia) potencia de obrar, se vuelve inoperosa en todas sus operaciones, vive solo (su) vivilidad […] El sí, la subjetividad, es lo que se abre como una inoperosidad central en toda operación, como la viv-ilidad de toda vida. En esta inoperosidad, la vida que vivimos es sólo la vida a través de la cual vivimos, sólo nuestra potencia de obrar y de vivir, nuestra obra-bilidad y nuestra viv-ilidad”.
Entonces podemos suponer que las cualidades especiales del tiempo mesiánico, no se despliegan sólo en la vida eterna sino también en el tiempo de ahora, tanto el que postula el cristianismo para los creyentes -como la vida en Jesús el Mesías -, como en el instante de gracia del poema, y en el momento en el cual surge la revelación del decir psicoanalítico.
Así escribe Agamben (2008, Págs.438-439) : “La poesía es precisamente aquella operación lingüística que vuelve inoperosa la lengua» – o en términos de Spinoza, el punto en el que la lengua, que ha desactivado sus funciones comunicativas e informativas, descansa en sí misma, contempla su potencia de decir y se abre, de este modo, a un nuevo posible uso[…] Y el sujeto poético no es el individuo que ha escrito esas poesías , sino aquel sujeto que se produce en el punto en el que la lengua se ha vuelto inoperosa y ha devenido, en sí y para sí, puramente decible.”
De modo que la práctica psicoanalítica se asemeja en algún sentido al acto poético, dado que configura una operación clínica que produce un efecto de sujeto, en la medida en que permite atravesar los sentidos imaginarios, y desplegar de este modo la potencia desiderativa, retenida por los bloqueos y las inhibiciones sintomáticas.
Entonces el sujeto se constituye en el punto mismo en que comienza a reflexionar poéticamente[1] sobre el lenguaje como tal, y se abre a un nuevo decir “puramente decible”, que formula lo que fue silenciado por la represión o la negación, o fue expresado a través del sentido cifrado de los síntomas o las actuaciones.
El dispositivo psicoanalítico crea las condiciones para la liberación de la potencia libidinal retenida, para que ésta derive en un obrar, dado que hace inoperantes las defensas yoicas sintomáticas, y desactiva las fijaciones pulsionales-corporales.
Se trata finalmente de escindir la vida que vivimos –conjunto de hechos y acontecimientos que componen nuestra biografía- ; de una vida por la cual y en la cual vivimos, signada por los sentidos que hacen a la existencia vivible, y le otorgan el privilegio de una causa, tal como lo postulan las “utopías mesiánicas”, entre las cuales podemos incluir en la modernidad al psicoanálisis.
De modo tal que para el psicoanálisis, vivir en la “espera mesiánica”, significa anular y hacer inoperante en cada momento la vida que efectivamente vivimos, para hacer aparecer en ella la vida por la que vivimos, al develar la diferencia ontológico-sexual que nos singulariza y los deseos que nos causan.
El análisis persigue entonces la sublimación del goce pulsional y la anulación de la ley superyoica, para posibilitar así la reconciliación con la dimensión simbólica de la existencia, proceso que se produce en la medida en que se recupera el núcleo asemántico de la palabra, de modo tal que la lengua gira en vacío, mientras se desactivan radicalmente los contenidos imaginarios del lenguaje.
Finalmente se trata de poder decir – tal como lo hace la poesía- acerca de lo incognoscible que resuena como eco del vacío que configura la esencia de lo humano, para poder recuperar así a través del discurso, la experiencia placentera del evento del lenguaje.
La redención a través de la palabra que postula el psicoanálisis, retoma pues la concepción de Walter Benjamin sobre la “debilidad de la fuerza mesiánica”. Escribe Agamben (2006, Pág. 136-137): “A nosotros, como a toda generación que nos ha precedido, se nos ha dado una débil fuerza mesiánica”. Luego Agamben relaciona esta concepción con las afirmaciones de Pablo, que le ha pedido al mesías que lo libere de una espina que tiene en la carne, y siente que este le responde que: “la potencia se cumple en la debilidad […] por ello me complazco en las debilidades, en los ultrajes, en la necesidad, en las persecuciones, y en las angustias por el mesías; cuando de hecho soy débil, entonces soy fuerte”.
La alusión paulina a que su fuerza es poderosa en la debilidad, y al hecho que el poder se perfecciona en la debilidad, supone la operatoria de dos términos centrales (Kraft- fuerza y Schwache– debilidad).
Entonces sólo quien acepta y atraviesa sus puntos de castración y asume su debilidad -sin caer en riesgosos excesos masoquistas- , puede encontrar en si mismo la fuerza para domeñar a sus pasiones.
Es que la utopía psicoanalítica seculariza el mesianismo, dado que el sujeto debe asumir en el presente sus debilidades e impotencias, para encontrar recién a partir de allí la potencia sublimatoria, que lo aleja de la omnipotencia de todo goce pulsional.
No se trata pues de tender a la unificación de un Yo fuerte, que desconozca los límites reales de la castración, sino de transformar en potencia la debilidad -merced al acto de humildad que supone su reconocimiento- y poder sostener así el valor diferencial que se instala entre la debilidad que impone el goce y la fortaleza ética que supone trascenderlo.
Para concluir, recordemos que en los últimos años algunas corrientes psicoanalíticas vienen insistiendo en que se debe aceptar la declinación de la función paterna, que se evidencia a través de los nuevos modos de organización familiar – familias ensambladas, monoparentales, de progenitores del mismo sexo, de madres solteras- los que suelen conllevar habitualmente la simetrización de los roles, y el desconocimiento de los necesarios ordenamientos de las jerarquías simbólicas.[2]
No se trata de sostener nostálgicamente la figura del padre autoritario- versión imaginaria reactiva de la padre debilitado y humillado- sino de tomar en cuenta la advertencia de Lacan, tal como afirma Fink (2007, Pág. 144) : “Más bien, emite una advertencia: rechazar el rol del padre, socavar la actual función simbólica del padre, no conducirá a nada bueno; sus consecuencias probablemente serán peores que las de la función del padre, al aumentar la incidencia de psicosis […] Si consideramos al padre como el menor de los dos males, rechazar al padre es optar por lo peor”.
La pregunta que debemos formularnos es acerca de que modo se puede introducir la terceridad simbólica, imprescindible para trascender y pacificar el orden imaginario -territorio de la agresividad especular y la simbiosis fusional- sin apelar a la operatoria eficaz de la función paterna, que separa y articula el orden de la diferencia esencial entre el significante y el significado.
Nos interrogamos con Fink acerca de si existe alguna otra modalidad de introducir la necesaria separación entre el niño y su madre, que no sea a través de la palabra prohibidora del Padre de la Ley – su representante simbólico privilegiado-, que impone el necesario orden de la diferencia generacional y sexual.
Sostenemos que no se puede prescindir del Padre, sin pagar altos costos subjetivos, tal como lo evidencian la psicosis– generadas por forclusión del significante del Nombre-del- Padre; o las perversiones– originadas por padres inductores del goce; o las patologías del vacío, gestadas por “metáforas paternas débiles”; o las neurosis sintomatizadas, producidas por la presencia de “padres maternizados”.[3]
Entonces el psicoanálisis ofrece la posibilidad de restituir en transferencia la función simbólica del Padre, la que al imponer los límites que ordenan el caos pulsional y marcan las diferencias, alejan la posibilidad de las repeticiones sintomáticas, que bloquean y obstaculizan la creatividad sublimatoria.
Bibliografía
Agamben; Giorgio: El reino y la gloria, Bs. As. Adriana Hidalgo, 2008.
Agamben, Giorgio: El tiempo que resta, Madrid, Trotta, 2006.
Fink, Bruce: Introducción clínica al psicoanálisis lacaniano, Barcelona, Gedisa, 2007
Recalcati, Massimo: Lo homogéneo y su reverso, Málaga, Miguel Gómez Ediciones, 2007
[1] Lo poético alude al estilo sublimatorio, configurado por un decir alejado de los dichos obscenos y de los lenguajes “pulsionales” empobrecidos, que se suelen corresponder con las políticas de goce.
[2] Lamentablemente se confunde la deseable igualdad de derechos con la igualdad de roles; y la democratización de las formas de organización social, con la abolición de las jerarquías simbólicas.
[3] Véase al respecto mi libro “La función paterna” Biblos, Bs. As. 2004.
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