Por Martín Uranga
Milmaniene nos propone, no sólo pensar al psicoanálisis como ejercicio po(ético), sino recrear poéticamente al psicoanálisis mismo. Es como si advirtiera, a través de un gesto radical consecuente con la reafirmación de la dimensión de poieisis del análisis, que es necesario metaforizar poéticamente los fundamentos y categorías mismos del psicoanálisis, dejando en evidencia, de este modo, que el propio discurso freudiano no es sino una poesía que invita a una reinvención escrituraria permanente, sustentable en acto, si y sólo si, a través de la consideración irrecusable de la rigurosidad ética y científica que lo
Si la sociedad de consumo, al atentar en su afán realístico de goce contra las ficciones simbólicas esenciales, promueve la destitución de las identidades narrativas que constituyen el soporte de la subjetividad, no es sino a partir del realce de su praxis poética así como desde la recreación alegórica de sus coordenadas esenciales de intervención y de sus fundamentos, que el psicoanálisis podrá instituirse como discurso de resistencia respecto de la posmodernidad signada por la perversión generalizada. Éste es el desafío que encara José Milmaniene en su último libro Iluminaciones freudianas. El psicoanálisis en la sociedad de consumo. Así, en continuidad con el gesto freudiano esencial que funda el anudamiento indisociable entre psicoanálisis y poesía (Edipo, Narciso, Moisés, etc), el autor nos convoca a sostener creativamente la impronta ética de una poiesis que se torna cada vez más indispensable en tiempos de la “clínica del anti-amor.”
Las distintas manifestaciones desubjetivantes de la sociedad contemporánea que Milmaniene trabaja, a saber: la defección del lugar del Padre, el obturamiento fetichístico del vacío a través de los objetos de consumo, así como la denegación de la alteridad, implican, radicalmente, la desestimación del amor como metáfora fundacional de la ficcionalización de la falta en ser. De este modo, el amor, privado de la poética existencial que supone la apuesta por el encuentro del Uno y el Otro en torno al intercambio de faltas estructurales que no cesan de no recubrirse, se convierte en una relación consumista de índole canibalística que degrada los objetos causa del deseo en fetiches contingentes que cosifican al sujeto y destierran el discurso Otro inherente a las políticas desiderativas. Es así como el autor entiende que la caída de la poética amorosa que constituye el entramado textual donde se inscribe libidinalmente el sujeto de la castración, se traduce en una “clínica del anti-amor” que da cuenta de la esclavitud tanática del sujeto pulsional. Es en vista a estas consideraciones, que la poética, dato estructurante del discurso freudiano, se erige para el autor en la praxis de resistencia imprescindible para afrontar la avalancha de las políticas de goce. Éstas, subsidiarias de una política antipoética, realística y logicista alimentada por una “racionalidad” sin ética ni razonabilidad, inoculan renegadoramente el perpetuo cuestionamiento perverso de la poética del amor, subvirtiendo de este modo los axiomas elementales de las estructuras míticas que constituyen la realidad simbólica inherente al sujeto de la castración.
Nos encontramos entonces con una clínica habitada por un sujeto desabonado del inconsciente, carente del “plus de vida” inherente al encuentro con la diferencia inasimilable que el amor promueve. El ensimismamiento autoerótico que reniega de la ligazón libidinal amorosa, se traduce en un “narcinismo” existencial signado por un “deseo generalizado de atonía” que opera en consonancia con el relativismo ético. Este estado de situación impulsa al autor a retomar con vigor el lugar de enunciación de la poética singular que le es inherente al psicoanálisis. Desde su mirada, se trata, en la po(ética) analítica, de la apuesta por la palabra simbólica ordenadora y de raíz imperativa, que, al propiciar el encuentro con la Voz no apofántica de la Ley, despojada ésta de suplementos obscenos superyoicos, posibilita el incesante devenir de las metáforas del deseo, a través de la promoción de un espacio textual que se erige en torno a un sistema de diferencias que tiene su epicentro en la diferencia sexual, siendo la ética de la diferencia el anclaje ético que la constituye inexorablemente desde sus bases más íntimas, dando lugar así a una (e)ró(tica) del deseo que supone para su despliegue la intervención de una po(ética) del amor.
En este sentido, el autor rescata la importancia del lenguaje imperativo como constitutivo del mundo simbólico y, por ende, de la conformación de la subjetividad, valorando, asimismo, la intervención de los significantes-amo que promuevan el ordenamiento desiderativo de la “imbecilidad de lo real” por parte del paciente. Entonces, se trata de una poesía, la analítica, que, sustentada en los significantes que configuran “un orden de sentido en la confusa multiplicidad de la realidad” (Zizek), auspicia la reapropiación del amplio campo de la experiencia sensible que el capitalismo postindustrial convirtió en acontecimientos irreflexivos y desposeídos de la dinámica del deseo. Una poesía que promueve la reapropiación lúdica del lenguaje a través de las “políticas de la imaginación” (Didi-Huberman), habilitando, a través de un espacio narrativo, la organización libidinal del pesimismo (eco benjaminiano) frente al “pesimismo existencial propio de todas las estructuras psicopatológicas”. Esta poesía, la que se desprende de la letra freudiana, es el efecto sublimatorio del abordaje del trauma capital que supone el encuentro con la diferencia sexual. Es por esto que Milmaniene acomete con particular dedicación la temática de “la sexualidad y el género”. Porque sin el reconocimiento siempre inacabado de la diferencia sexual o de los efectos de su recusación, no hay poesía, al menos en el sentido analítico del término. Siendo el sexo respecto del sujeto “su causa ontológica misma”, el autor establece una delimitación muy precisa entre la pertinencia de las teorías de género afines a la posibilidad de “historiar la construcción social y cultural de las identificaciones” (Jinkis), y el discurso analítico, que, cuestionando la antinomia entre naturaleza y cultura, no operativa respecto al mismo, sostiene el enigma irresoluble de la diferencia de los sexos inherente al sujeto del lenguaje. Aquí es dónde cobra todo su valor el ars poético del psicoanálisis. Se trata de poder decir acerca de lo indecible. Es así como Edipo y Castración, testimonios míticos de la imposibilidad de la simbolización de la diferencia entre los sexos así como de la ética que le es propia, se constituyen en la poética fundacional del discurso freudiano al inscribir la organización narrativa del vacío en torno al cual podrá erigirse ficcionalmente la “posición existencial sublimatoria”.
Milmaniene nos propone, no sólo pensar al psicoanálisis como ejercicio po (ético), sino recrear poéticamente al psicoanálisis mismo. Es como si advirtiera, a través de un gesto radical consecuente con la reafirmación de la dimensión de poieisis del análisis, que es necesario metaforizar poéticamente los fundamentos y categorías mismos del psicoanálisis, dejando en evidencia, de este modo, que el propio discurso freudiano no es sino una poesía que invita a una reinvención escrituraria permanente, sustentable en acto, si y sólo si, a través de la consideración irrecusable de la rigurosidad ética y científica que lo anima y le da forma.
En esta recreación poética del psicoanálisis llevada a cabo por el autor, merece una especial atención la referencia a la redención. Ya en “La Ética del Sujeto” así como en la “La Fe en el Nombre”, Milmaniene nos había invitado a pensar el psicoanálisis como una modalidad laica de la redención. En el texto que nos convoca, el autor avanza decididamente en este sentido, adquiriendo la redención, de este modo, el estatuto de una categoría poética de alto gradiente simbólico, que da cuenta de la posibilidad del sujeto de horadar las vacilaciones propias de la incertidumbre paralizante de la patología existencial, a través de las “palabras reveladoras” provenientes del campo del Otro que permitan, en transferencia, el advenimiento de las “astillas de mesianismo” (Benjamin) que irrumpen fugaz pero vigorosamente en una dimensión Otra del tiempo, una y otra vez, a partir de la evocación de los restos inasimilables e inasibles del objeto causa del deseo irremediablemente perdido desde siempre. La redención, de esta manera, tiene la virtud de producir una resonancia metafórica privilegiada tanto del proceso analítico en tanto campo textual que se predispone a recibir las “buenas palabras”, como de la dimensión del tiempo que se abre en el diálogo transferencial buscando subvertir la vacuidad de la cronología insensata. Asimismo, nos permite inscribir el malestar psicopatológico como “pesimismo existencial” urgido de la construcción de un proyecto de trascendencia subjetiva que ficcionalice, no sin resto de indecibilidad, lo insoportable del sexo y de la muerte. Así, desde la resonancia ética que inscribe la finitud y la trascendencia, conminándonos tanto a resignar lo que “no pudo ser de otro modo” como a la búsqueda de “salvar lo inédito”, la metáfora de la redención, a través del plus de saber y de placer que se deriva de su efecto poético, nos relanza incesantemente hacia lo que “aún no ha sido”.
Prosiguiendo con las resonancias alegóricas en torno a la metáfora de la redención, nos encontramos con que las “palabras reveladoras” que la misma promueve, portan la impronta poética de las “luciérnagas” que Milmaniene elabora a partir de las consideraciones de Didi Huberman. De este modo, el autor nos habla de las “palabras luciérnagas”, evocadoras de un “resplandor errático y vivo” que irrumpe fugazmente en los intersticios luminosos que se hacen presentes en los movimientos de pulsación del inconsciente. Así, en la poética de Milmaniene, la palabra, luminosa y creativa, habita en un Pardés (paraíso), espacio textual que, a partir de la posibilidad de resistir la “tentación del sentido absoluto”, entraña el interjuego de distintos niveles de significación que cobran su real dimensión a través del anclaje ético que supone el acto de aquél que “supo mantener el enigma intocado y respetó el misterio”.
Siendo la transferencia el punto de partida de la puesta en marcha de la redención, no podría quedar por fuera del alcance del impulso poético del autor. Aquí es donde nos encontramos con la dimensión prediscursiva propia del acto, en tanto el estatuto ético de la transferencia supone el “gesto poético-hospitalario” inaugural que precede el devenir del discurso. De esta manera, la transferencia, acto previo a toda palabra, no por ello está fuera de ella. Alegorizada en el gesto del “apretón de manos”, implica un puro decir sin dicho que evoca la dimensión prediscursiva del poema. La no diferencia entre el poema y el apretón de manos, tal es la afirmación de Celan que Milmaniene trabaja desde el lugar de enunciación del psicoanálisis sustentado en la lectura que Levinas hace al respecto.
Con “Iluminaciones freudianas” asistimos a un ejercicio po(ético)-analítico que tiene la virtud de mantener vigente la potencialidad creativa y libidinal de la palabra. El verbo se erige en el protagonista privilegiado del rescate subjetivo. Las metáforas incesantes nos recuerdan la inanidad de la falta en ser. Las alegorías que recrean los fundamentos del psicoanálisis nos advierten contra la literalización positivista que degrada su corpus poético-existencial. Las referencias éticas evocadas por las míticas fundacionales de la cultura nos conminan a no ceder frente a la “moral de circunstancias”. José Milmaniene nos invita a transitar un Pardés (paraíso) en el cual es necesario abstenerse de la tentación de la significación absoluta para poder adentrarse en su propuesta de reconversión poética de los fundamentos y enunciados fundamentales del psicoanálisis. En este luminoso vergel, las interpretaciones son “palabras luciérnagas” que cuestionan el ominoso poder de las “palabras reflectores” (mandatos represivos), el proceso analítico se nos presenta como la experiencia narrativa del límite a través del despliegue lúdico de la subjetivación figurada como una danza, y la posición analizante, signada por la espera creyente, es referenciada como una depresión creativa que organiza libidinalmente el pesimismo. Aquí, el diálogo transferencial fundado por el poema que hace acto en un apretón de manos, se abre paso a través de las “palabras reveladoras” que hacen presentes las astillas de mesianismo, verdaderos momentos de rectificación subjetiva que evocan la experiencia de la redención.
En “Iluminaciones freudianas”, el autor despliega un poema que persiste en dar testimonio de la sólida evanescencia del misterio del sexo y de la muerte a través del abordaje decidido del objeto causa de deseo elevado a la dignidad de la Cosa. Al igual que Benjamin en el sueño relatado en las últimas páginas de su texto, Milmaniene entendió que “la cosa consistía en transformar una poesía en un pañuelo.” El poema de Milmaniene, hecho de alegorías que no dejan de insinuar los bordes eróticos del objeto para siempre y desde siempre perdido, no es sino, desde su marca singular, el sueño de Benjamin felizmente convertido en libro.
Fuente: http://www.elsigma.com
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