El Nombre del Padre, su devenir y pluralización

Por Ani Bustamante

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Esta semana he empezado a dictar unos seminarios que tienen como motivo principal el estudio de las diferentes modificaciones que va sufriendo el concepto de “Nombre del Padre” en la obra lacaniana. Este asunto sirve para vertebrar el complejo y rico devenir teórico que va realizando Lacan de la mano de su clínica. Voy a escribir un texto que pueda servir a mis alumnos como brújula ante lo nuevo del discurso lacaniano para ellos. Esto me obliga a realizar un cambio en el compás de los dos artículos anteriores, salir de la escritura cotidiana, respirar profundo y abrir campo para este interesante tema.

Para iniciar la ruta, propongo llevar de equipaje la pregunta acerca de la locura…

A partir del concepto de Nombre del Padre -que empieza siendo la versión de Lacan del Complejo de Edipo freudiano- se puede seguir el hilo de la problemática del sujeto frente a aquello que lo sostiene, lo sujeta y lo libra de la psicosis. Un hilo que va sufriendo una serie de modificaciones. Así aquello que en un primer momento se proponía como “función paterna” luego pasa a ser entendido como un significante del padre y se formula como “Nombre del Padre” el cual permite la aparición de la cadena significante. Luego el Nombre del Padre pasará por una pluralización que traerá cambios importantes en la teoría lacaniana, como veremos mas adelante.

El Nombre del Padre aparece en un primer momento a la manera de un significante que garantiza la instalación de una ley en el sujeto, una ley simbólica que procura límites ante las arremetidas pulsionales, retirando al sujeto de ese lugar puramente imaginario que pretende que el yo sea macizo, completo y que la relación con el otro sea especular, es decir narcisista. A través de este significante paterno el sujeto consigue una mediación entre sus pulsiones y la realidad, a su vez que apacigua la carga de lo imaginario y su violencia. La falla o ausencia del significante del Nombre del Padre sería la causa de las psicosis. Esta primera propuesta no tiene concesiones, si no hay significante del Nombre del Padre no hay nada que pueda suplirlo y la psicosis es inevitable.

Lacan está empezando a teorizar sobre el lugar que ocupa el padre, en tanto metáfora, en tanto función, en tanto significante. Por estos años (del 53 al 63) el padre representa al Otro que garantiza la verdad y produce la castración fundamental en el sujeto. Lo que importa del padre es el nombre, es decir, se trata de la función de nominación. La primera referencia al Nombre del Padre la encontramos en: “Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis”, en ella dice Lacan:

“En el nombre del padre es donde tenemos que reconocer el sostén de la función simbólica que, desde el albor de los tiempos históricos, identifica su persona con la figura de la ley. Esta concepción nos permite distinguir claramente en el análisis de un caso los efectos inconscientes de esa función respecto de las relaciones narcisistas, incluso respecto de las reales que el sujeto sostiene con la imagen y la acción de la persona que la encarna” .

La función simbólica queda, así establecida, como aquella que atempera, con su ley, las relaciones narcisistas.

Como decía, en un primer momento Lacan propone un inconsciente basado en la idea de estructura; a este inconsciente le corresponde una base en el lenguaje y este lenguaje, como sistema ordenado de significantes, requiere de un significante fundamental que garantice el orden del sentido. Haríamos mal en pensar que el Nombre del Padre está referido a un padre concreto:

“La posición del padre como simbólico es algo que no depende del hecho de que la gente haya más o menos reconocido la necesidad de una cierta consecución de unos acontecimientos tan diferentes como un coito y un parto. Posición del nombre del Padre, como tal, calificación del padre como procreador, es un asunto que se sitúa en el nivel simbólico y que puede servir, que puede ser puesto en relación según las formas culturales, pues esto no depende de la forma cultural, esto es una necesidad de la cadena significante como tal; por el hecho de que ustedes instituyan un orden simbólico, algo responde o no a esta función definida por el nombre del padre, y en el interior de esta función, ustedes ponen allí las significaciones que pueden ser diferentes según los casos, pero que, en ningún caso, dependen de otra necesidad que de la necesidad de la función del padre, que ocupa el nombre del padre en la cadena significante” .

Es decir, el padre es una función de orden simbólico que produce la salida de la relación imaginaria primera del niño con la madre. No tiene que ver con el padre biológico sino con el hecho de que se introduzca una ley, a partir del hecho del lenguaje, que divida al sujeto de su plenitud imaginaria. Lo que está en juego en esta época es la idea de castración, de significación y de sentido.

Dentro de una clínica, como la de los primeros tiempos de Lacan, que tiene como base la estructura del sujeto a partir del significante, el problema del goce –que es aquello que no puede simbolizarse y que concierne al cuerpo- es colocado en segundo plano, pues el inconsciente de aquel tiempo es el que se propone como “estructurado como un lenguaje”. Luego no va a suceder que el paradigma basado en la estructura del lenguaje quede de lado, lo que se dará es una complejización en la medida en que el acento se coloque en el goce. La propuesta lacaniana variará entonces, abriéndose exploraciones sobre el campo de lo real -tan íntimamente relacionado al goce- en el cual ya no se operará dando prioridad a la significación y al sentido.

Esto nos lleva a pensar asuntos que sobrepasan el sistema de la lengua pero que, sin embargo, paradójicamente, constituyen al sujeto desde el goce y lo real. El concepto crucial llamado “Nombre del Padre” sufrirá una pluralización, por lo tanto la constitución del sujeto no sólo dependerá da la presencia de un significante paterno, sino que Lacan irá proponiendo otras maneras de estructuración que no pasaran ni por el significante ni por el Otro. Se termina, entonces, con este carácter Universal y hegemónico del significante del Nombre del Padre.

Y esta pluralización ¿a partir de qué experiencias y bajo qué condiciones clínicas es llevada a cabo?

Desde el punto de vista clínico, Lacan comprende que en algunas psicosis es posible que se den ciertas formas de restitución para lograr que el paciente adquiera una “prótesis” psíquica que le permita transitar con menos dolor y más orientado por la vida.

Desde el punto de vista teórico el viraje es llevado a cabo en el seminario 10: La Angustia, y específicamente a partir del hallazgo, del invento lacaniano llamado “objeto a”, el objeto a si bien ya ocupaba un lugar en la teoría, es en este seminario en donde se le vincula con la experiencia analítica y con la angustia. El objeto a representa al objeto perdido -es decir está en el lugar del vacío- y a su vez es la causa de deseo. En este sentido el “objeto a” divide al sujeto haciéndole saber de su pérdida. A partir de esto entonces, el Nombre del Padre como el significante ordenador es repensado y pluralizado, ya que su falla ya no es un asunto de vida o muerte, sino que se descubre que hay otros dispositivos que operan dividiendo al sujeto y circunscribiendo su vacío ya no a través de la castración sino a través del “a” como resto que crea deseo. En el seminario 10 Lacan propone que hay algo irreductible al significante, que llama objeto a: “ese objeto a es la roca de la que habla Freud, esa reserva última irreductible de la libido” . El objeto a opera desde lo que luego se teorizará como lo real que, en su imposibilidad, causa deseo:
“El objeto, el objeto a, ese objeto que no ha de situarse en nada análogo a la intencionalidad de un noema (pensamiento), que no está en la intencionalidad del deseo, ese objeto debe ser concebido por nosotros como la causa del deseo y, para retomar mi metáfora precedente, el objeto está detrás del deseo” .

A su vez, el “a” sirve para denominar aquello que queda como resto, como lo que queda por fuera de la significación.

No resulta extraño que sea a partir del seminario sobre la angustia que se teorice este “objeto a”, pues la angustia es el afecto que nos coloca cara a cara con lo innombrable, que no es otra cosa que este objeto a. Lacan apunta al respecto:
“designar como objeto a, el objeto hacia el que nos orienta al aforismo que promoví la vez pasada en relación con la angustia: que ella no es sin objeto. Por eso este año el objeto a viene a ocupar el centro de nuestras exposiciones. Y si efectivamente se inscribe en el marco de aquello cuyo título es la angustia, ello se debe a que esencialmente por ese sesgo resulta posible hablar de él, lo que significa, además, que la angustia es su única traducción subjetiva” .

Angustia y objeto a tienen una relación directa, de aquí en adelante no se puede pensar la angustia sin hacer alusión a él. Pensar el objeto a hace posible circunscribir el vacío de la angustia, pues no se trata de un agujero negro sin bordes, sino de un vacío enmarcado cuyo borde constituye un lugar en el que se realiza una constante búsqueda de inscripción de aquello imposible de inscribir. En el rodeo se construye la zona y los límites que posibilitan que el sujeto siga amarrado.

El objeto a mantiene una hiancia entre el otro y el sujeto, hace imposible reducir al otro al campo del Uno con lo cual queda garantizada la absoluta alteridad. Esto quiere decir que en la relación con el otro siempre quedará un resto, algo no simbolizado. Este resto a su vez causa deseo, pues este aparece ahí en donde algo hace vacío. Por otro lado al no tener nombre, el objeto a cuestiona el nombre de padre, así éste y su potencia de nombrar fracasan con la aparición del a. Esta pluralización significa que ya no se ordena la estructura a partir de un significante, sino que muchos pueden cumplir la función de nombre del padre.

Si al concepto de Nombre del Padre –como singular- corresponde un modelo estructuralista, su pluralización en Los nombres del padre corresponde no a la estructura sino a la lógica y a la topología. Esto porque en la estructura el Nombre del Padre es un significante que ordena la cadena, lo cual significa también que, bajo esta perspectiva estructural hay relaciones –la estructura se basa en eso- hay un encadenamiento, una relación entre significantes, entre el sujeto y el Otro. Mientras bajo la perspectiva plural de Los nombres del padre ya no se trata de un significante, ni de la relación entre ellos, sino de una función de anudamiento. No se trata de relaciones, sino de imposibilidad de relación ya que estamos bajo un paradigma que prioriza lo real y el goce y estos tienen que ver con lo que está por fuera de la cadena o con lo que se conceptualiza como el Uno. Este Uno es una fórmula que significa que ya no hay relación entre significante uno (S1) y significante dos (S2), quedándose el Uno separado y solo. Por lo tanto el concepto de Otro como garante de la verdad desaparece. El hecho de trabajar con la topología del nudo borromeo hace que lo que sostenga al sujeto no sea visto en términos de mantener ligada la cadena significante (S1-S2…) sino en la posibilidad de que Real, Imaginario y Simbólico estén anudados borromeanamente.

Hasta aquí hemos hecho este breve recorrido para poder señalar el movimiento de la obra lacaniana y su búsqueda e interrogación sobre aquello que posibilita que el sujeto se sostenga y pueda hacer algo con el vacío que lo habita. La pluralización en los nombres del padre tiene que ver con las múltiples formas que va encontrando Lacan para suplir la falla del Padre. Él propone en su seminario RSI que lo que hace posible que un nudo sea consistente es que exista un nombre del padre que lo mantenga unido:

“Nuestro Imaginario, nuestro Simbólico y nuestro Real quizá están para cada uno de nosotros todavía en un estado de suficiente disociación para que sólo el nombre del padre haga nudo borromeo y haga mantener junto todo eso, haga nudo de lo Simbólico, de lo Imaginario y de lo Real” .

Al final de su obra Lacan se ve en la necesidad de dar un paso más y plantear un cuarto nudo dentro del borromeo. De tal manera que si el nudo de a tres falla, si se desata o amarra mal, esto podrá ser reparado a través de lo que Lacan llama una suplencia. Hará falta un cuarto nudo para rearmar el nudo de tres y mantenerlo unido, ese cuarto nudo será pensado, en la última época de la teoría lacaniana, en el lugar del nombre del padre y lo llamará “sinthome”.

Los trazos de una ciudad: Chabuca Granda, Walter Benjamin, Fernando Pessoa

Por Ani Bustamante

“Y, si la oficina de la Rua dos Douradores representa para mi la vida, este mi segundo piso, donde vivo, en la misma Rua dos Douradores, representa para mí el Arte. Sí, el Arte, que vive en la misma calle que la Vida, aunque en un sitio diferente, el Arte que alivia la vida sin aliviar el vivir… Sí, esta Rua dos Douradores encierra para mi todo el sentido de las cosas, la solución de todos los enigmas, salvo el hecho de la existencia misma de los enigmas, que es lo que no puede tener solución” (Fernando Pessoa, El Libro del Desasosiego).

Ayer estuve intercambiando con amigos en España versiones diversas de La Flor de la Canela de Chabuca Granda. Ante mi necesidad de explicarles las sensaciones y los olores limeños se me ocurrió mandarles videos y canciones de Chabuca. Mis amigos dejan que les cuente y que en ese contar descubra los olores de canela sobre mi piel. Ahora que aún perfuma el recuerdo y que vivo apasionada por los signos y caminos de cada ciudad. Ahora que ya pasié Lisboa de la mano de Pessoa, y recorrí los pasajes parisinos con Benjamin, ahora… contándoles y cantándoles a mis amigos la Flor de la Canela, me doy cuenta de esos hilos que trama lo inconsciente y que van dibujando el camino de nuestros afectos, nuestros deseos y opciones vitales. Y luego de las ruas en Lisboa y los pasajes en Paris, (re)encuentro a esta narradora peruana de los caminos, las flores, los olores, los puentes y ríos, de los balcones limeños, los faroles, las casonas, y todos esos aromas de mixtura que Chabuca nos sabe contar. No sabía, no sabía que ese caminito alegre con luz de luna o de sol que he de recorrer cantando por si te puedo alcanzar… alcanzaba, en su cadencia, el ritmo de mis pasos.

Estas son marcas que caminamos sin pensar. Benjamin nos propone acercarnos a la arquitectura de la ciudad como a una semiotica en la que podemos encontrar en la materialidad de las calles, pasajes, luces y demás detalles la expresión de un inconsciente. La fisiognomía muestra en lo particular del detalle externo, una dimensión interna. Benjamin propone esta exploración concreta de lo cercano, de aquello que está al alcance de la mano y que en su materialidad es capaz de abrir una dimensión profunda de la historia y del deseo. Así como Benjamin, Proust nos muestra la memoria evocada desde el sabor de una magdalena y Chabuca el olor de los jazmines, el jacarandá y la canela como disparadores de un ensueño que evoca la memoria.
Este carácter material a partir del cual se abre el tiempo y el espacio podemos vincularlo a algunas líneas psicoanalíticas como por ejemplo las que aparecen con el concepto de rasgo unario. Este es una marca constitutiva del sujeto que otorga una singularidad que está ahí previa a la significación, emparentada a las pulsiones y al cuerpo. Este primer trazo, que es pura materialidad ausente de sentido, sirve como soporte para que la ruta significante abra camino. Lacan apunta a esto cuando plantea la necesaria demarcación de la “letra” como lugar en el que algo de lo imposible de simbolizar en el sujeto sea señalado, circunscribiendo su materialidad como punto a partir del cual algo pueda trazarse. Esto lo compara con el trazo chino:

“El Trazo no es una simple línea. Por medio de un pincel, embebido en tinta, el artista coloca el Trazo sobre el papel. Por su pleno y su perfil, su Yang y su Yin, el empuje y el ritmo que implica, el trazo es virtualmente y a la vez forma y movimiento, volumen y tinte. Constituye una célula viviente, una unidad de base de un sistema de vida” Cheng, François; Lacan y el pensamiento chino.

La letra, con su son, su cadencia y su ritmo, toca una materialidad que araña nuestro cuerpo y los misterios de sus formas de gozar. A esto sólo se puede llegar con la palabra poética. En los últimos tiempos descubro que, con Chabuca Granda, tenemos la descripción de una Lima que, no es sólo anécdota, sino que contiene trazos que atraviesan a los que nacimos en esta mixtura limeña de sabores y colores. Creo que hay algo de nuestra historia y de nuestro espacio que no puede ser pensado, el impasse lo sentimos en diversas problemáticas de poder, racismo y violencia en Lima. Hay una ruta que propone Benjamin y que sigue Chabuca, a ella tenemos la posibilidad de acercarnos para olfatear las calles y los rincones, escuchar el pulso y la cadencia. Colocar algunas puntuaciones necesarias. Saborear, disfrutar y saber hacer uso de un buen gozar.

Lima, un mapa

Por Ani Bustamante

Llegar a Lima en pleno invierno, húmedo y gris, redescubrir sus costas y su acento es una experiencia que he decidido volcar hoy en algunas palabras, quizás porque el cuerpo a cuerpo con mi ciudad me sobrepasa.
Pienso en Lima como en un mapa, y no puedo evitar empezar a dibujar mi deseo en él, así, entre la gastronomía (orgullo nacional) y el añorado mar, me interrogo por el lugar que ocupa el psicoanálisis en este país.
De pronto, entre bienvenidas y preguntas, surgen sugerencias proponiendo formulas para el éxito y la pose. En medio de un país que intenta resurgir y tener voz propia, las preocupaciones por el estatus disuelven las singularidades. Grupos cerrados, discursos trasnochados sobre la pertenencia coagulan identificaciones que nos tornan viejos aislados en sus sueños grandiosos.
Pensar es perderse continuamente, como diría Benjamin: “importa poco no saber orientarse en una ciudad. Perderse, en cambio, en una ciudad como quien se pierde en el bosque, requiere aprendizaje.” Y es este el aprendizaje que creo, debemos intentar. Pensar, decía, es perderse, perder las propias identificaciones, perder la idea sólida que tenemos de nosotros mismos (como un yo narciso y solo) y de lo que creemos nos pertenece.
Estoy intentando aprender a perderme en mi ciudad de origen.
Hablar sin predeterminar el discurso a un a priori doctrinario ¿será posible? En todo caso sacudirme el polvo (si es que todavía no se han creado rocas y piedras inútiles) y pasear un poco, hablar buscando una diferencia, escribir para perder.

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