Por Ani Bustamante
Llegar a Lima en pleno invierno, húmedo y gris, redescubrir sus costas y su acento es una experiencia que he decidido volcar hoy en algunas palabras, quizás porque el cuerpo a cuerpo con mi ciudad me sobrepasa.
Pienso en Lima como en un mapa, y no puedo evitar empezar a dibujar mi deseo en él, así, entre la gastronomía (orgullo nacional) y el añorado mar, me interrogo por el lugar que ocupa el psicoanálisis en este país.
De pronto, entre bienvenidas y preguntas, surgen sugerencias proponiendo formulas para el éxito y la pose. En medio de un país que intenta resurgir y tener voz propia, las preocupaciones por el estatus disuelven las singularidades. Grupos cerrados, discursos trasnochados sobre la pertenencia coagulan identificaciones que nos tornan viejos aislados en sus sueños grandiosos.
Pensar es perderse continuamente, como diría Benjamin: “importa poco no saber orientarse en una ciudad. Perderse, en cambio, en una ciudad como quien se pierde en el bosque, requiere aprendizaje.” Y es este el aprendizaje que creo, debemos intentar. Pensar, decía, es perderse, perder las propias identificaciones, perder la idea sólida que tenemos de nosotros mismos (como un yo narciso y solo) y de lo que creemos nos pertenece.
Estoy intentando aprender a perderme en mi ciudad de origen.
Hablar sin predeterminar el discurso a un a priori doctrinario ¿será posible? En todo caso sacudirme el polvo (si es que todavía no se han creado rocas y piedras inútiles) y pasear un poco, hablar buscando una diferencia, escribir para perder.
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