EMANCIPACIÓN Y REDENCIÓN, Más allá del Estado. Segunda parte.

Por Martín Uranga

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De acuerdo a lo trabajado en la primera parte, dijimos que el Estado es una alteridad con características diferentes a las conformadas en la dimensión religioso-comunitaria (Dios) y en la singular-desiderativa (Inconciente). Constituye una instancia que lleva en su marca más íntima el signo del pecado, según habíamos señalado siguiendo una ruta benjaminiana de pensamiento. Así, el Estado surge como una estructura de apropiación con pretensiones totalizantes, en detrimento de facultades humanas esenciales que se ven alteradas en beneficio de la maquinaria de goce que su irrupción presentifica. Siendo así, es legítimo preguntarnos hasta qué punto es posible seguir hablando del Estado como alteridad de los seres humanos sujetos a su lógica política.

Pensemos un poco más acerca de la naturaleza íntima del Estado. Si su estructura y origen obedecen a una lógica de expropiación de la libertad y de la capacidad de decisión de las personas, si se conforma como una suerte de Otro detentador de un goce opresivo con distintos grados de simulación según el momento histórico a considerar, pienso que es conveniente cuestionar su carácter de alteridad social. En términos estatalistas, la diferencia se transmuta en jerarquía, la organización comunitaria en centralismo, la autodefensa en fuerzas especiales de represión, la capacidad de decisión en burocracia política, los valores humanos en ideología, la Ley (legalidad simbólica) en derecho positivo, la paternidad simbólica en patriarcado, lo inasimilable de la femeneidad en menosprecio hacia la mujer, la conflictividad en guerra, el malestar existencial en opresión de clase y voluntad de servidumbre (ver Etienne de la Boetie), las identidades y pertenencias afectivas en nacionalismo y espíritu de secta, los agrupamientos humanos en masas homogeneizantes, y la espiritualidad en religión doctrinaria. Su esencia es pagana y atea, sacralizada, autorreferencial, y con pretensiones de eternidad (ver las Conclusiones).

De acuerdo a lo sostenido, siendo una instancia que está íntimamente ligada a la fragmentación arbitraria y forzada de la sociedad, con su alienación totalizante consecuente, efectivizando de esta manera una renegación estructural de la diferencia en sus distintas manifestaciones, el Estado puede considerarse como alteridad no sin cierto forzamiento. En rigor de verdad, constituye una maquinaria social con semblante omnipotente que evoca de modo desfigurado la legalidad simbólica y que, en tanto poder de clase que se erige artificiosamente sobre la sociedad, sólo es pasible de ser superado a través de una auténtica alteridad social a construir que desenmascare su condición usurpadora de las capacidades de decisión de los seres humanos.

Respecto a esta alteridad social a construir, la corriente marxista la ha concebido en términos políticos y estatales, fundamentalmente a través de la construcción del “partido revolucionario”, siendo el bolchevismo su principal expresión histórica. El “reino de la libertad” hipotetizado por Marx, deviene como tal a través del pasaje por la “dictadura del proletariado”, momento político de apoderamiento de la maquinaria estatal por parte de la clase desposeída, con la finalidad de llevar la lucha de clases a su resolución. Es a través de un proceso político que el marxismo (hay diferencias entre Marx y sus seguidores que no trataremos aquí) concibe la llegada del “reino”. De acuerdo a sus teorizaciones, el Estado está condenado a desaparecer al quedar de manifiesto su falta de utilidad al concluir la división del cuerpo social en clases irreconciliables (“prehistoria de la humanidad”).

Es esta forma política de construcción como vía hacia la emancipación la que ha sido cuestionada regularmente por las corrientes anarquistas. Viendo en el Estado el obstáculo principal para el fin de la alienación social, y no en la división de la sociedad en clases, que sería en este esquema más bien un efecto de la lógica de dominación estatalista y no su causa como pretenden los marxistas, los anarquistas han descreído de las formas estatales y políticas de organización aunque las mismas se presenten con el ropaje de “política revolucionaria”. El Estado debe ser destituido y no esperar su desaparición luego de un proceso político.

En la entrega siguiente, intentaré, sirviéndome del “nuevo pensamiento” de Rosenzweig, esbozar una reflexión crítica de las consecuencias que se desprenden del abordaje de ambas corrientes.

Comments

  1. Martín, tu artículo me parece que pone «la maquinaria de goce» de lado del Estado, sin matizar que la maquinaria entra en funcionamiento en la estructura misma del lazo social. En la época del Otro que no existe, las configuraciones sociales comandadas por el goce del objeto, me parece que hay otros matices.
    Estoy de acuerdo con descompletar la pretensión totalizante, de la misma manera que tu referencia a los anarquistas me parece sumamente sugerente… quedo a la espera de las siguientes entregas para poder desplegar un comentario más extenso. Gracias, un abrazo

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