Por Martín Uranga
El “nuevo pensamiento” de Franz Rosenzweig, haciendo hincapié en la ruptura del idealismo unitarista, nos permite pensar en una estructura de tres originaria (Dios, el Hombre y el Mundo) no reducible ni asimilable. El desconocimiento de estos registros y de las relaciones que de ellos se desprenden (Creación, Revelación, Redención) es inherente a los idealismos de distinta especie (metafísicos, científicos o racionalistas) que, erigiendo la idea de una unidad originaria de la cual derivarían las distintas manifestaciones de la experiencia, evitan confrontar con el desgarro que implican la muerte y la sexualidad en tanto pura diferencia imposible de significar.
Anteriormente, inspirados en Rosenszweig y en los aportes que nos brinda el psicoanálisis, distinguimos tres órdenes de lo humano: a) religioso-comunitario, b) singular-desiderativo, c) político-social. Empezamos ubicando en estos registros tres órdenes de alteridad respectivamente: Dios, el Inconciente y el Estado. Luego, al avanzar en la consideración del Estado como poder negativo, totalizante, y con pretensiones de eternidad, convenimos que su consideración como alteridad se daba no sin cierto forzamiento. Ahora, una vez delimitada someramente la naturaleza falaz del Estado, podríamos decir que sus equivalentes en los órdenes a) y b) serían no ya las instancias de Dios y el Inconciente, sino las del ídolo pagano y la neurosis. Siendo Dios y el Inconciente los articuladores que viabilizan la destitución posible del paganismo y de la patología neurótica respectivamente, prosigamos con el análisis de las vías que históricamente se han propuesto avanzar hacia la desarticulación de la maquinaria estatal.
En la entrega anterior, hicimos un ligero repaso por el marxismo y el anarquismo, en tanto ensayos históricos de construcción de una alteridad social que subvierta las bases del Estado. Así, vimos que la idea de la construcción del “partido revolucionario” derivada del marxismo, con su lógica politicista de instrumentalización del Estado como vía hacia su hipotética extinción, fue cuestionada por las corrientes anarquistas que advirtieron en esta escisión entre medios y fines el signo de una impronta política que implicaba la exaltación del espíritu estatalista que se pretendía en los dichos revertir. De este modo, el anarquismo inspiró la construcción de comunas que cuestionaban de raíz la dimensión político-estatalista propia de la construcción de los armados partidistas, intentando generar una conciencia diferente a través de un modo de lazo social constituido “desde abajo”. Algunos de sus modos de concreción histórica más visible fueron la Comuna de Paris de 1870, el soviet de Kronstadt que resistió en 1921 el poder estatal de los bolcheviques, y la revolución española de 1936 que tuvo lugar con anterioridad al estallido de la guerra civil.
Es clara la diferencia de perspectiva entre ambas visiones de la cuales derivan modos diversos de construcción de la alteridad. Ahora bien, ¿cuáles son las distintas maneras de pensar el Estado en uno y otro caso?
Podemos pensar que las objeciones anarquistas al estatalismo marxista son dignas de consideración. Basta pensar en la derivación burocrática de la Revolución Rusa revelada trágicamente por la historia. Ahora bien. Si los marxistas entienden al Estado como derivado de la división de la sociedad en clases, lo cual habilitó a pensar en la posibilidad de utilizar al mismo como instrumento para llevar adelante la lucha clasista, ¿cuál es la concepción del Estado que se deriva de las posiciones anarquistas? Más allá de las diferentes versiones del anarquismo representadas por autores como Stirner, Proudhon, Bakunin, Kropotkin, Malatesta, etc, podríamos decir que hay entre ellas un claro denominador común: el rechazo, la negación del Estado.
Detengámonos en este punto para volver a Rosenzweig. Vimos que su “nuevo pensamiento” situaba en el origen una estructura trinitaria no unificable. Desde este punto de partida es que pensamos la Revelación, en tanto puesta en relación de Dios con el Hombre, como el acto significante constitutivo de la subjetividad en tanto tal. De este modo, siendo prototípico del discurso el hecho de estar en falta, el lenguaje (a través de fantasmas primordiales) instituye la dimensión comunitario-religiosa, dando lugar, debido a su carencia señalada, a la causación de una vertiente político-social. La estructura desiderativa del orden simbólico no puede sino promover la secularización, la cual, signada por las formas estatales de gobierno, se constituye, según vimos, bajo el signo de la negación de la legalidad simbólica efectuada por el lenguaje. Ahora bien, si tal diferencia de registros no es tenida en cuenta, si está destinado el orden religioso a ser subsumido por el político… en definitiva, si postulamos un punto unitario de partida o de llegada, entonces el Estado no puede ya ser pensado como la negación de una legalidad simbólica que lo trasciende, sino que quedará conceptualizado en la trama de un orden unitarista que, de un modo u otro, no podrá dejar de asignarle al mismo características omnímodas y autosuficicntes, ya sea para su exaltación positiva (Hegel) o para su condena (corrientes emancipatorias). He aquí la trampa del idealismo. La no consideración de la desgarradura simbólica inaugurada por el lenguaje transmuta la Revelación en doctrina, el rechazo de la metáfora como esencia de lo humano convierte la Redención en “política revolucionaria”, mientras que la perspectiva cientificista transforma la Creación en hecho empírico. Estas metamorfosis hacen que el materialismo de Marx se revele como la contracara del idealismo hegeliano. El afán positivista de Marx, su combate contra la religión, su profecía del “reino de la libertad” como un hecho inevitable del progreso histórico, delatan una vocación monista que, más allá del formato materialista de su filosofía, evoca un sustrato idealista que condice con su modo estatalista de pensar la Emancipación. Para Marx el Estado ya no es la concreción del espíritu de la Nación, pero es el instrumento de la clase dominante para perpetrar su dominio. Siendo la lucha de clases el articulador que da cuenta de la historia, de las venturas y desventuras de la especie, el Estado se constituye de este modo, en posesión de las clases explotadoras, en el organizador por excelencia de la vida humana en todas sus expresiones. Podemos pensar que el hecho de que su armado teórico lo lleve a hipotetizar su extinción, no implica no tener en cuenta la carga idealista que en su concepción recae sobre el mismo, ubicándose así su sistema “científico” como la contrapartida especular del sistema hegeliano.
Entiendo que es también el idealismo el que ha condicionado negativamente algunas intuiciones válidas del anarquismo al momento de cuestionar el estatalismo marxista. Si bien las corrientes anarquistas advirtieron los riesgos del estatalismo, a mi juicio, no pudieron mayormente prescindir de una concepción idealizada del Estado. La exaltación extrema de la sociedad futura cuyo advenimiento es obstaculizado por el Estado, no hace sino dejar en evidencia la magna carga de idealización de la cual el mismo es depositario. Así, el Estado, idealizado negativamente como el Moloc exterminador de la humanidad, tiende a tornarse, por su misma carga proyectiva, en invulnerable.
De este modo, tanto desde el marxismo como desde el anarquismo nos encontramos con que, desde la instrumentalización imprescindible del Estado, o desde su rechazo radical, el Estado es conceptuado idealizadamente como una realidad autónoma y autosuficiente (lo cual es en realidad su propia pretensión). Sea que se lo quiera utilizar políticamente al servicio de su propia destrucción, o que se lo combata de raíz, a partir de lo reseñado podemos pensar que es considerado como un Otro gozante de una vida propia, destinada, según el caso, a ser apropiada o destruida en pos de la Emancipación. Desde esta perspectiva, el Estado consiste en la vivificación aglutinante de un poder omnipotente que se erige en causa absoluta de la desdicha material, moral y existencial de los seres humanos.
Un rasgo común entre ambas corrientes, si bien con diferencias (sobre todo en el seno del anarquismo), es la visión negativa de la religión. Creo que si bien esta posición puede en parte justificarse debido al rol cumplido por la institucionalidad religiosa como legitimador y sostén del poder opresor, la condena in totum de la religión está fundamentalmente condicionada por la concepción idealista señalada que no puede advertir la dimensión transhistórica de la Ley (legalidad simbólica) en tanto aguijón inquietante que testimonia la presencia sin atenuantes de la sexualidad y de la muerte.
En la siguiente entrega, para delimitar con mayor precisión la dimensión religioso-comunitaria de la político-social, distinguiremos Emancipación y Redención en tanto categorías homologables pero diferentes al momento de pensar las dinámicas de los movimientos humanos.
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