Las imágenes en el mundo digital

Por José Milmaniene

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El lugar que deben ocupar, en las sociedades de consumo, el sujeto del inconsciente el discurso psicoanalítico que le es inherente, tiene que ser preservado del embate hegemónico de la tecnociencia y del mundo digital, que tienden a relegar la dimensión existencial-desiderativa del Ser.[1]

Ahora bien, el desarrollo y despliegue de los dispositivos técnicos y científicos, no se oponen en forma obligada a la emergencia de la singularidad subjetiva, a condición de que enfrentemos con serenidad (Gelassenheit) ‒sin enajenarnos‒ los beneficios de los instrumentos y objetos que nos ofrece el mundo científico y técnico.

Así, tal como piensa Heidegger[2], debemos dejar entrar a los artefactos técnicos en nuestras vidas cotidianas, al mismo tiempo que debemos mantenerlos afuera, es decir, tenemos que sostener con ellos un vínculo simultáneo de afirmación y de negación.

Se trata pues, de poner los instrumentos a nuestro servicio y no alienarnos en ellos. Solo si no nos sometemos a la tiranía de los objetos de consumo y no exaltamos la servidumbre que nos ata a los instrumentos técnicos y la virtualidad de las imágenes, podremos crear una relación más serena con las cosas, y evitar así que las crecientes políticas de goce desplacen a las prácticas sublimatorias. 

Finalmente, tal como lo sostiene Heidegger, debemos rescatar de la esencia de la técnica aquello mismo que salva. Creo que esta salvación se habrá de producir si y sólo si reivindiquemos una postura ética y sostengamos valores, que nos liberen de la dominación del dispositivo (Das Ges-tell[3]), que tiende a entronizar la alienación en la tecnología, en las imágenes y en los objetos de consumo.

Con respecto al fetichismo de las imágenes anclado y propiciado por el mundo digital-informático, debemos consignar el doble régimen del funcionamiento de las mismas, dado que éstas pueden operar tanto como imágenes-velo o como imágenes-jirón.

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Comentario a la película «Lobo de Wall Street»

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Por Andrea Amendola

De la mano de Martin Scorsese, es puesta en escena la historia autobiográfica de Jordan Belfort, interpretada en este film por el actor Leonardo Dicaprio, un corredor de bolsa que se niega a cooperar en un caso importante de fraude de valores, en el que están implicados Wall Street, las grandes corporaciones bancarias y la mafia. Mostrando la evolución desde el sueño americano a la codicia corporativa, Belfort pasa de las acciones especulativas y la honradez, al lanzamiento indiscriminado de empresas en Bolsa y la corrupción de finales de los ochenta. Con poco más de veinte años, su enorme éxito y fortuna como fundador de la agencia bursátil Stratton Oakmont le valió el mote de “El Lobo de Wall Street”. Un subtítulo antecede la película: “más, más… nunca es suficiente”. Desde una lectura lacaniana podemos situar el signo de un discurso que convoca a la compulsión insaciable, a un tiempo en continuo en donde la pausa contradice al ideal de un hedonismo añorado. Jordan corre detrás del éxito. Hanna, un corredor que lo inicia en la práctica, le propone reglas para lograrlo: el cliente no importa, la cocaína lo mantiene rápido y bien despierto de oídos, masturbarse mientras piensa en dinero, y es así como este lobo ingresa al parque de juegos en donde la rueda no para, no se detiene en los 365 días del año, en cada año, en cada década y en cada siglo. El protagonista se lanza hacia una alocada carrera hacia la multiplicación del dinero, el sexo y las mujeres, el consumo de cuanta droga estuviese presta a columpiar el cuerpo recortado para no parar, los objetos diversos se homogenizan por momentos en un uno indiscriminado, nombrados todos por un repetitivo “fuck you”, cual S1 que revela un rasgo actual de nuestra sociedad: la autoridad como principio de ley resulta ineficaz y se desgaja, ante la conducta de Jordan y su manada de lobos voraces de más. Estos objetos taponan la causa del deseo y la división del sujeto, no hay lugar para que la angustia muestre sus hilachas, son los objetos alternándose como partenaire de Jordan y sus compañeros. Jordan revela hasta qué punto quienes lo siguen han ubicado en sí el mismo objeto como ideal del Yo, él representa la sed del éxito a lograr en poco tiempo.de-la-coca-al-adderall-cronologia-de-la-drogadiccion-en-wall-street_150114_1389787652_28_

El placer está centrado en ir más allá de la ley, Jordan no quiere detenerse, su padre intenta persuadirlo para que se retire pero su decir queda sin efecto, a lo cual este padre continúa trabajando bajo el ala de su hijo acompañando sus decisiones y representando una función que no prohíbe ni se revela. Belfort encarna un discurso que refleja la propuesta de cómo ser un excelente hombre máquina que no se detenga y cabalgue hacia el rumbo de un matrimonio conveniente: producir y gozar más y más, pues el lema del lobo reza: “no aceptar el no como respuesta”. La elección amorosa de una duquesa está planteada como una adquisición más, es clave una pregunta que Jordan se hace antes de proponerle matrimonio a Naomi, y es la siguiente: “¿Qué haces cuando no sabes en qué gastar tu dinero?” y es ahí en donde un anillo de compromiso surge como un objeto representante de otros por venir alistándose en el sentido del “matrimonio”. Una escena hacia los finales del film nos permite pensar en el cuerpo amordazado por un goce feroz: arrastrándose por el suelo, anestesiados parcialmente sus miembros por exceso de drogas, Jordan descubre que puede reptar atravesando la selva de su éxtasis. Luego, una imagen lo orienta: es Popeye el marino consumiendo espinacas, desplegando su poderío se eleva y vuela…. Jordan cual pálido reflejo imita al marino y consume cocaína, y al modo del súper héroe salva a uno de sus secuaces. Gritos, sonidos guturales socavan la concavidad de un cuerpo estragándose la subjetividad…. El hombre en plena voluptuosidad de un goce que lo implosiona. “¿Qué tal es el paraíso sobrio?”-le pregunta Dennis Aburrido, horrible, demasiado, quiero matarme…-responde Jordan. Un film que retrata fielmente los síntomas actuales de la época y los tropiezos de la subjetividad moderna cuando se intenta ir más allá del principio del placer… sin haber leído a Freud.

 

Espejismos: el cuerpo y las sustancias…

Por Andrea Amendola

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La característica del tiempo en el que vivimos nos pone en evidencia que el hombre, en sentido genérico, no logra encontrar el objeto que lo satisfaga y sólo encuentra desdicha en su búsqueda.

El hombre queda preso de espejismos, supone que lo que desea es eso que ve delante de sí pero en cuanto a saberlo… está perdido, extraviado.

Pensemos, por ejemplo, una mujer bonita puede causar deseo, un hombre musculoso y elegante puede causar atracción, o tal vez obtener un título universitario o, quizás… pertenecer a alguna institución…. Entre tantas otras cosas  podemos pensar que estas cosas son deseables por algunos, creemos que sabemos lo que deseamos porque generalmente nuestro cuerpo nos da indicios, la atracción, la excitación, el entusiasmo son sensaciones que se alojan en nuestro cuerpo.

Ahora bien, ¿cómo no engañarnos ante tales fenómenos? ¿Cómo discernir en una época en la cual las sustancias son la vedette del momento?

El nuevo malestar en la cultura es una consecuencia de la ficción de que toda angustia, todo dolor o sufrimiento pueden ser resueltos con objetos, rindiendo culto a la omnipotencia de la ciencia de modificar y controlar la naturaleza: el nacimiento, la vida, la vejez, la enfermedad y la muerte. La reivindicación del adicto a acallar  el malestar de esta forma aparece legitimada en nuestra sociedad hedonista. Las sustancias “generadoras” de adicción cubren todos los rubros: más de siete que incluyen vicios y virtudes(alcohol, sexo, drogas, hidratos de carbono, pero también trabajo y actividad informática). Hay un cuerpo implicado allí, pero las más de las veces ni pensamos que tenemos un cuerpo, actuamos y vivimos como si el cuerpo no existiera hasta que algún indicio aparece…

Debemos pensar y registrar que habitamos un cuerpo ya que todos somos adictos y en potencia, estas patologías nos introducen de golpe en los huecos infernales que el progreso va dejando, arrastrando un tratamiento del dolor y el sufrimiento que más se parece a una sustancialización de los problemas que a la búsqueda de su causa. Todo parece esperarse del objeto, nada del sujeto. Sujeto compelido a elegir, a reconocer no su deseo sino objetos para su deseo.

Cuando un adicto consume, cuando un obeso se da un atracón, no está consumiendo una sustancia, sino un espacio imaginario de posibilidad, creo que obtengo lo que busco ingiriendo algo para obtenerlo.De este modo, la ilusión engaña y el sujeto cree encontrar lo buscado… pero se trata de espejismos.

El psicoanalista es aquel que mediante su escucha permite a quien consulta, desanudar las trampas de la ilusión para permitirle encontrarse de frente con lo real de su angustia, con aquello que lo causa y lo extravía. Se trata de una experiencia en la cual los espejismos se diluyen y se encuentra el sentido de otro camino por recorrer: el camino real.

EMANCIPACIÓN Y REDENCIÓN, Más allá del Estado. Primera parte.

Por Martin Uranga  

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Siguiendo con el esquema de Rosenzweig que desnuda, a través de la tripartición señalada en la introducción, el desgarro estructural causado por el lenguaje, podemos pensar que la alteridad que el mundo simbólico inscribe no puede no tener su incidencia al momento de pensar la configuración política de la sociedad. Así, en la conformación social resultante coronada por la emergencia del Estado, vamos a encontrar indicios y señales de los mecanismos que pueden advertirse tanto en el hecho religioso como en la alteridad inconciente del hombre moderno. Es aquí donde el pensamiento de Karl Marx nos resultará de imprescindible utilidad al momento de centrarnos en el hecho político.

Al igual que Freud, Marx fue considerado uno de los “maestros de la sospecha” que la Modernidad alumbró. Ambos entienden que no es posible hacer una interpretación de sus respectivos objetos de estudio desde lo apariencial y comúnmente consensuado como realidad efectiva, sino que de lo que se trata es de develar los mecanismos inadvertidos que subyacen en el interior de los hechos a analizar. Si Freud descubre las lógicas inconcientes determinadas por la sexualidad infantil que alimentan los síntomas neuróticos, Marx revelará las dinámicas de explotación y dominación que determinan la superestructura político-social. De esta manera, la división irreductible de la sociedad en clases irreconciliables, así como la concepción del Estado como instrumento de la clase dominante para hacer efectivos sus privilegios, se constituyen en pilares estructurales al momento de subvertir las significaciones generalmente admitidas que entienden a la división clasista como una forma imprescindible de especialización del trabajo, y al Estado como un poder neutral y necesario que vela por la continuidad de la civilización. Si Freud cuestionó la hipocresía social, que negaba tanto la sexualidad infantil como el acontecimiento del inconciente, de manera análoga, Marx desbarata la mendacidad del sistema estatalista burgués que alega pomposamente los cimientos de una sociedad de ciudadanos libres sobre la base de la negación de la esclavitud asalariada.

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EMANCIPACIÓN Y REDENCIÓN. Más allá del Estado

Por Martin Uranga

2671261Introducción

Prosiguiendo con la perspectiva del más allá del Padre reseñada en “Lenguaje-Psicoanálisis-Ateísmo-Mesianismo”, quería ubicar su horizonte en torno a los tres elementos delineados por Rosenzweig en “La estrella de la redención”: Dios, el hombre y el mundo. La virtud del “nuevo pensamiento” radica en la ruptura con los sistemas totalizadores estrechamente ligados a la historia de la  filosofía “de Jonia a Jena”. Así, Rosenzweig, animado por la ética judía que lo habita, emprende la tarea de cuestionar los afanes idealistas de unicidad, para promover la inscripción del desgarro estructural de la existencia, a través de una tripartición ineliminable que permite, desde las relaciones que instituyen entre sí los diferentes elementos, atravesar los fantasmas míticos, antiguos y modernos, que obturan el despliegue y la inscripción de la diferencia.

Entre Dios y el hombre tiene lugar la Revelación, entre el hombre y el mundo, la Redención, mientras que el vínculo entre Dios y el mundo está mediado por la Creación. La Revelación implica la consideración del lenguaje como agente traumático de la existencia. El orden simbólico produce el exilio de la naturaleza, a la vez que conmina éticamente al sujeto a sostener la diferencia irreductible que la alteridad discursiva revela a través de un prójimo del cual no es posible desentenderse. La Redención supone la puesta en acto de una dinámica existencial realizada en el mundo que promueve la reparación a través de la travesía ética de los goces innominados que resisten la diferencia. Se desarrolla entre los hombres en el mundo. Así, la Creación, es el acto en el que Dios instituye el mundo en tanto escenario de despliegue de la historia humana.

 La relación de Dios con el hombre, mediada por la Revelación, supone la entificación de un lugar Otro irreductible que causa, a través de la ética que le es inherente, la propiciación del lazo social. La misma naturaleza de este vínculo, caracterizada por el hecho de que Dios es la afirmación de una ausencia trascendente que supone su propio más allá, hace que la relación entre los hombres en el escenario del mundo, Redención, se encuentre afectada por el proceso de secularización que le es característico. El desarraigo de la comunidad con un Dios que padece del pathos de una diferencia irreductible que resiste la simbiosis totalizante, conduce a los hombres a  emprender la Redención a la cual están convocados éticamente, a través de una dinámica secular que encuentra en la política la herramienta cultural que posibilita la emancipación de la naturaleza siendo el Estado su precipitado histórico. Mientras tanto, la Creación, espera su renovación a través de la acción redentora del hombre en el mundo, buscando atravesar la consideración plástica propia del paganismo que sacraliza a la naturaleza abortando su dinámica constitutiva.

 El proceso de secularización alcanza su punto álgido en la Modernidad. De esta manera, con la inauguración de la ciencia moderna, se torna posible el abordaje de una nueva dimensión de lo humano: el sujeto del inconciente. En tanto y en cuanto Dios no es sino en falta, presencia de ausencia, señal de su propio más allá,  no instituye una alteridad unívoca sin resto. Así como en su apertura al hombre signada por la Revelación cobra primacía la conformación social, al mismo tiempo, el lazo comunitario que inaugura a través del ligamen libidinal amoroso, implica una fragmentación residual atestiguada por el trauma sexual develado a través del proceso de secularización señalado. Dios, en tanto nominación cultural  que da cuenta de la heteronomía radical del orden simbólico, se constituye como alteridad irreductible de la comunidad organizada en torno a su Nombre. Por otro lado, para el hombre moderno, singularizado respecto a su dimensión comunitaria, propia del registro de la religiosidad, es posible ubicar su alteridad en la dimensión del inconciente. Si el hombre en tanto parte constitutiva de la colectividad entra en relación con Dios a través de la religión siendo el amor el lazo constitutivo, en su dimensión singular y fragmentaria, delineada por el trauma sexual, encuentra su morada en la alteridad inconciente articulada por el deseo.

Ahora bien: Dios, nominación de la estructura del lenguaje, convoca a su propio más allá como consecuencia de la falta que le es inherente. Invita al atravesamiento de los fantasmas que le son constitutivos en tanto velos de su propia castración. Si en el vínculo religioso el más allá está caracterizado por el mesianismo judeo-cristiano (ver mi “Lenguaje-Psicoanálisis-Ateísmo-Mesianismo”) y en la relación con el inconciente toma la forma del más allá del Padre, entiendo que en la vinculación con el Estado, en tanto alteridad histórica cuya ley positiva evoca de manera desfigurada la legalidad simbólica, la trascendencia en cuestión está delineada por la tensión hacia la emancipación de la política. A este último aspecto me dedicaré en lo sucesivo, a través del estudio crítico de las corrientes emancipatorias que han surgido como emergentes necesarios del alto gradiente de  secularización que tuvo lugar en la Modernidad. Su principal exponente: Karl Marx.

Podemos poder: de la impotencia a la imposibilidad

Por José Enrique Ema

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Desde la hegemonía pospolítica de nuestro tiempo se nos dice: todo es posible y todo lo posible es lo que hay. Ambos mensajes nos invitan a la impotencia. El primero, porque no hay distancia que inventar entre el deseo y su satisfacción. El segundo, porque no podemos hacer nada que no sea más que una repetición de lo mismo, nada puede ser otra cosa.

Lacan se refirió a la clínica psicoanalítica como una práctica orientada a pasar de la impotencia a la imposibilidad. En esta fórmula lo que aparece en el lugar donde se espera a la potencia (la posibilidad de que haya posibilidades) tiene que ver con encontrar un forma de hacer con lo imposible constitutivo de la vida de cada sujeto, con aquello que no encaja, eso que no puede desaparecer definitivamente (para el psicoanálisis, el goce). Por eso el psicoanálisis, aunque alivie, no cura, si entendemos por curar solucionar un problema erradicando sus causas profundas, precisamente porque en el origen de los malestares siempre hay un imposible, algo incurable. Pero sí puede facilitar que el sujeto se maneje mejor con ello (con menos sufrimiento e impotencia) inventando una fórmula personal e intransferible que no puede ser una receta escrita por o para otros. Así, la impotencia es desplazada por un saber hacer en la práctica con lo imposible, sin cancelarlo o taparlo bajo ninguna solución final (p. ej.: mediante una pastilla que restituya definitivamente el equilibrio perdido).

¿Qué significaría pasar de la impotencia a la imposibilidad en la política? Podría tratarse de desplazar la impotencia hacia la construcción de un modo de hacer que permita manejarnos mejor con lo incurable de la vida en común (no vamos a alcanzar una sociedad ideal, sin conflictos, armoniosa). La cuestión clave en este punto sería clarificar que entendemos por mejor. Recurrimos también la clínica para pensar esta cuestión a partir de dos ideas.

La primera. El papel del/a psicoanalista no pasa por enseñar o imponer la solución que considera a priori mejor para el/la analizante porque precisamente la mejor solución es la que este/a es capaz de construir haciéndose responsable de ella y con ella. En política, podríamos considerar que la mejor solución sería aquella que potenciara la posibilidad de construir colectivamente buenas soluciones, es decir, la que abriera la posibilidad de construir en común otras formas de vivir juntos haciéndonos más capaces de manejarnos con la ausencia de una solución definitiva, más capaces de inventar soluciones inacabadas e inacabables. La mejor política aspiraría entonces a ¡hacer posible que siga habiendo política!

La segunda. Unos años antes de la formulación del paso de la impotencia a la imposibilidad, Lacan pensaba el psicoanálisis como un proceso en el que el sujeto aprende algo sobre el funcionamiento de su deseo. Y lo que aprende no es tanto cuáles son las metas, el destino de sus deseos, sino más bien qué es lo que los moviliza, qué es lo que los provoca y causa (p. ej.: la meta de terminar la carrera de educación social no es lo mismo que la causa de ser educador). A partir de ello el sujeto puede construir una manera de hacer que esté a la altura de la causa de su deseo. Esta solución está anclada de manera realista y singular en las condiciones particulares y concretas del deseo de ese sujeto; pero también supone una apuesta por construir, inventar y sostener nuevas posibilidades, ya que reconocer la propia causa del deseo no proporciona inmediatamente una solución, una fórmula o un programa sobre cómo ser consecuente con ella, sobre cuál debe ser su meta. Y por eso para que el sujeto pueda perseverar en su deseo (sorteando la impotencia) debe ser capaz de sostener la imposibilidad de encontrar una meta que lo apacigüe definitivamente

En relación a la política esta cuestión resulta clave para evitar una lectura relativista de la producción de posibilidades (como si cualquier nueva posibilidad fuera igualmente conveniente). El valor político de las posibilidades no está únicamente en su novedad, sino también en la causa y las consecuencias concretas que esa novedad instituye. Y ellas nos remiten inevitablemente a lo colectivo: a la capacidad de una causa de movilizar y alimentar un proceso político colectivo; y a la puesta en juego de una mejor posibilidad sobre la vida en común (es decir, referida a lo de todos, no a lo de unos pocos). Además, esta causa puede funcionar como principio cohesionador del agente colectivo que sostiene un proceso político sin clausurarlo bajo una idealización identitaria.

Podemos pensar como ejemplo y propuesta en la causa de la igualdad. Todos los sujetos estamos confrontados con lo imposible incurable y ello nos obliga al despliegue de nuestra capacidad para construir soluciones inacabadas. Esta misma condición existencial nos permite reconocernos como iguales en relación a la política: cualquiera puede ser capaz de ella, de hacer con lo imposible sosteniendo una causa común y de hacerse cargo junto con otros de sus consecuencias. Podemos considerar así la igualdad (de capacidades para la política) como causa, presupuesto y motor de nuestras prácticas políticas (Rancière, 2011). A partir de su afirmación y reconocimiento nos comprometemos con la construcción de sus consecuencias en la práctica: ¿tal o cual situación nos reconoce como iguales?, ¿nos permite desplegar nuestras capacidades políticas?, ¿favorece un mejor escenario de condiciones materiales para poder hacerlo?, etc.

No solo en la clínica psicoanalítica, también puede ocurrir en la política. En ella podemos pasar, a veces, de la impotencia a la imposibilidad sosteniendo una causa que nos compromete con lo de todos, inventando soluciones inacabadas e inacabables. Podemos poder. No hay garantías, es un reto.

 

Rancière, J. (2011). El tiempo de la igualdad. Barcelona: Herder.

Inmanencia y trascendencia. Acerca del Uno.

(Comentario al artículo “Los dioses son dioses porque no piensan” de Ani Bustamante)

Por Martín Uranga 

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Quería retomar dos aspectos del artículo de Ani Bustamante “Los dioses son dioses porque no se piensan” escrito en torno a reflexiones mías publicadas como “Lenguaje-psicoanálisis-ateísmo-mesianismo”. En primer lugar su propuesta de pensar la trascendencia en la inmanencia. Creo que tiene la virtud de precaverse de la posibilidad de instituir la trascendencia como entidad supraestructural con posibles derivas místicas que desconozcan la raigambre pulsional. Por otro lado, pienso que padece del riesgo de que al situarla en la inmanencia misma,  la trascendencia pierda su carácter disruptivo y eternamente novedoso que desaliena del mundo cosificado de los significados perpetuos.

En segundo lugar, y en relación a lo antedicho: si el más allá del padre lo pensamos “como núcleo inmanente al padre mismo”, resulta difícil pensar justamente la perspectiva del más allá. Entiendo que sólo si ese núcleo real trasciende la inmanencia, como testimonio de la carencia misma del orden simbólico, es posible avizorar el atravesamiento siempre inacabado del fantasma del padre. Si lo real es inmanente al padre su “función se pluraliza” y su consecuencia es la fragmentación y el paganismo, el “Uno que estalla”. Prefiero pensar la dimensión múltiple del Uno en términos de lo que Lacan denominó “los nombres del Padre”, en tanto distintas modulaciones del Uno de la discontinuidad que rehúye tanto la fragmentación como la univocidad, cuya estructura podemos entrever en la trinidad del Dios cristiano (“tres personas, una misma sustancia”). Dice Joseph Ratzinger en “Introducción al cristianismo”: “La doctrina de la trinidad no pretende, pues, tener la comprensión de Dios. Es una declaración de límites, un gesto que apunta, que nos remite a lo innombrable…La fe trinitaria, que admite lo plural en la unidad de Dios, es fundamentalmente la exclusión definitiva del dualismo como principio de explicación de la multiplicidad junto a la unidad. Sólo así se consolida para siempre la valoración positiva de lo múltiple. Dios está por encima de lo singular y de lo plural; hace saltar ambas cosas.”

Un niño fuera de serie

Por  Andrea F. Amendola

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Quisiera dajar a los lectores algunas refliexiones en torno a los mecanismos actuales de homogeneización, a partir de un llamado telefónico que recibo desde una escuela privada de capital federal, en el cual, quien me expresa su necesidad de hablar conmigo es la psicopedagoga del nivel inicial de sala de dos años, a raíz de un alumno que asiste allí y que es paciente mío hace un mes, en agosto de 2012.

La licenciada expresa su necesidad de saber y me pregunta: “¿usted observó que X no mira? Es un niño que sale corriendo a veces del aula para ir a los juegos de la plaza, en dos ocasiones se rasguñó, una de esas ocasiones fue porque se lo retó pues tiró las galletitas de adentro del tarro. ¿Usted no cree que debería tomar medicación? Es muy inquieto y distrae al resto, capaz si estuviese más quietito… ¿qué diagnóstico tiene? Porque yo lo busqué en el DSM IV y no lo encontré”….”aguárdeme un minuto” (se escucha que entró en donde la licenciada, y que allí estaba un niño gritando) “disculpe, había entrado un add” ¿qué me puede decir de X?

Le respondí: nunca lo va a encontrar en el DSM, porque allí no está su subjetividad, sólo encontrará carcazas vacías.

No hay vez en que relate este episodio sin sentir que algo de la angustia me columpie hasta escribir.

Rápidamente vino a mí Jacques A. Miller cuando nos habla de que el discurso dominante sería el de la cuantificación, pues parece que en algunos ámbitos de lo escolar se tiende a homogenizar, se clasifica, forzando hacer común lo diferente y es aquí en donde asoma su nariz el discurso de la ciencia.

Días después, me llama por teléfono la directora del colegio antes citado, pidiéndome cerrar un diagnóstico porque no quiere que la conducta de X altere al grupo de treinta y cinco niños de sala de dos, me dijo:”¿X fue visto por un  neurólogo? Usted sabe, no queremos que el resto de sus compañeritos lo vean como el niño diferente…”

Ante el empuje a la homogenización lo real resiste y es menester preservar esa diferencia que hace a cada niño único. Fuera de la serie de las clasificaciones, fuera de toda clase. Al decir de Jacques A. Miller: “Es la promesa del psicoanálisis, allí donde se opone de modo evidente, porque el discurso analítico promete lo contrario al discurso de la evaluación. La promesa es: “Tú no serás comparado”(1).

Allí en donde X no mira es en donde el adulto de la evaluación no ve lo que X sí: los juegos de la plaza, hay algo allí en esos objetos para él. Muy contrario a los límites de la observación, el analista está convocado a leer y, si como en una sesión X me dijo “vamos” y me agarró de la mano para luego soltarme… ¿será que podríamos hablar en el autismo de una construcción de la demanda?…

(1)Clase del 16 de enero 2008 del curso de Jacques A. Miller “La orientación lacaniana”.

Poder, autoridad y locura en la actualidad

Por José Milmaniene

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Los psicoanalistas nos enfrentamos en la actualidad a los efectos deletéreos de la declinación estructural de la figura del Padre, con el consiguiente debilitamiento dela Ley simbólica, el eclipse de los ideales, la degradación de los valores y la devaluación de la palabra.

Las severas fallas del padre en el ejercicio de su función y en la imposición de la Ley, derivan en conductas violentas y riesgosas, en actuaciones masoquistas, en el ataque a la diferencia sexual, en el desconocimiento de las jerarquías generacionales, en el exhibicionismo obsceno de la pornografía en la escena pública, en las adicciones y en los trastornos alimenticios.

Estas prácticas, que se inscriben en “el más allá del principio del placer”, evidencian los excesos inherentes a todo régimen pulsional, efecto de la carencia de los límites subjetivantes que impone el padre en el campo del principio del placer.

Impera pues la anomia, producto de padres ineficaces en el ejercicio de su función, y los hijos naufragan en un universo caótico, en el cual no se inscriben diferencias, y no se instala por ende la distinción la entre lo permitido y lo prohibido, lo normal y lo patológico y la entrega solidaria al otro del sacrificio masoquista. Se observa asimismo un reiterado rechazo de la lógica binaria, asentada sobre el par opositivo diferencial de masculinidad-feminidad[1], correlativo de la afirmación de la complejidad de un mundo que admite múltiples y equivalentes conductas sexuales. Entonces la carencia de referencias simbólicas claras, producto de la deconstrucción masiva de las significaciones esenciales, determina un modelo cultural basado en la desmentida de diferencia sexual y en el hedonismo a ultranza del “todo vale” y el “¿porqué no?” propios de las certezas perversas.

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(in)diferencia sexual?

 Por Ani Bustamante

Lo real, está de más decirlo, nos inquieta. Ubicarlo en el meollo de la sexuación es un asunto que ha llevado a forzarnos a pensar en los bordes de lo posible. Intentaré en este trabajo ver la tensión entre el psicoanálisis, los estudios de género y el feminismo. 

Voy despacio, volviendo a preguntas fundamentales, sin dar por hecho nada. En este itinerario veo que una de las cosas que inquieta y problematiza el debate contemporáneo es la cuestión de la organización de los sujetos en el binomio Masculino/Femenino 

Los estudios de género proponen pluralizar la diferencia y destruir la lógica binaria, esta operación empieza desde el momento mismo en que se plantea el cambio del concepto de sexo al de género, este último se asienta en los territorios de lo performativo, de aquello que Foucault llamaba “tecnologías del yo” y que parte de la idea de que la identidad es algo que se construye a partir de prácticas sociales. Por su parte el psicoanálisis no se ocupa del género, sino que mantiene su orientación hacia lo real del sexo.

La discusión sobre la lógica binaria viene junto con la pregunta acerca de si la diferencia sexual se puede incluir en la serie de otras diferencias, como las de raza, nacionalidad, etc.

Si la respuesta fuera afirmativa, y la diferencia sexual entrara en el mismo campo, entonces la deconstrucción del binomio sería una fácil consecuencia. Es importante, por lo tanto, pensar la peculiaridad de “la diferencia sexual” y ver qué es lo que puede determinar que ella no sea comparable a las otras diferencias. 

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